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La peste como tema literario

Conferencia del escritor José Ignacio Gracia Noriega en el Salón de Actos del Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Asturias, Jueves 17 de octubre de 2013, 20:00 h

Debido a un error técnico, se perdieron algunos minutos del principio de la conferencia. Para suplirlos, dejamos aquí puesto el texto de ese fragmento perdido:

La peste es más un concepto que una enfermedad, muy enraizado en la conciencia y en la memoria del hombre occidental, y al igual que la lepra continúa manteniendo un «prestigio sagrado», a pesar de haber sido clínicamente superadas. La lepra es una de las representaciones de la Antigüedad y de Oriente que llega hasta nuestros días (por ejemplo, en India Song, de Marguerite Duras), y la peste de la vida urbana de la Edad Media, aunque una y otra coexisten y se suceden tanto en los textos bíblicos como en las crónicas medievales, en las que, por motivos obvios, se le concede a la peste mayor importancia. Poseemos descripciones de ambas muy antiguas, algunas contenidas en libros que continúan vigentes en nuestra cultura religiosa y literaria, como las normativas del Levítico sobre la lepra o la descripción de la peste en la Historia de la guerra del Peloponeso de Tucídides. Las dos son sinónimos de «enfermedad» y también de «castigo» y «marginación». Más complejo es el caso de la peste, que alcanza su mayor virulencia en los tiempos históricos al final del mundo antiguo, en Bizancio en 542, imperando Justiniano, y cuando ya tenía forma un mundo medieval que anunciaba el moderno con la proliferación de ciudades y el incremento del comercio: la irrupción de la peste negra en 1348, que a punto estuvo de despoblar Europa, pereciendo a causa de ella un europeo de cada tres. La peste, que también procedía de Oriente, se convierte de este modo en una amenaza no menos peligrosa y terrible que el Islam. A diferencia de la lepra, que es un mal recuerdo de la antigüedad, la peste se instaura en las puertas de la sociedad moderna, urbana y comercial, la primera caldo de cultivo, y la segunda actividad propagadora del mal, por lo que la importancia económica, demográfica, política y cultural de la peste fue enorme y muy superior a la de la lepra, la cual afecta de manera individual, a personas por separado, mientras que la peste siega pueblos enteros. Cada una de estas enfermedades presentan aspectos diferentes: la lepra, la ocultación de la enfermedad que se manifiesta en el cuerpo del enfermo, por lo que una de sus metáforas es la máscara, y la peste como la transgresión de las normas sociales, tal como la presenta Bocaccio en el prólogo al Decamerón, tomando con sus Danzas de la Muerte y sus representaciones atroces el aspecto de un Carnaval perverso.

Se añade a este aspecto de transgresión social la consideración de la enfermedad como castigo. Según Le Goff, la lepra fue la enfermedad simbólica o ideológica de la Edad Media, entendiéndola, repetimos, como castigo individual, en tanto que la peste puede ser reconocida como castigo colectivo.

Las pestilencias eran descritas en términos exaltados según Dubyi, el mal des ardents, forma de erisipela gangrenosa que se presentó en 997, era

un flagelo terrible, un fuego oculto que cuando arremetía contra un miembro lo consumía y lo separaba del cuerpo; en el espacio de una noche, la mayoría eran devorados por esa horrenda combustión.

Una epidemia semejante que asoló el norte de Francia en 1045 es presentada casi en términos bíblicos: «Un secreto juicio del Señor hizo que la venganza divina se abatiera sobre sus pueblos». Simultáneamente se produjo escasez de vino y trigo.

Las consecuencias de la enfermedad son la evidencia del pecado y de la marginalidad. El enfermo era aislado. El aislamiento podía apartar a unos pocos individuos tocados por la lepra o a ciudades enteras víctimas de la peste. El leproso aislado en una cueva o relegado a las afueras del pueblo (como el del relato de Xavier de Maistre) padece en soledad o en pequeños grupos, y sus modos de vida cambian por completo. Pero con la peste se produce un fenómeno de inversión social: el honrado se convierte en ladrón, el virtuoso en libertino, los ricos en pobres, los pobres en ricos, los enemigos en colaboradores, los amigos en enemigos, las prostitutas en santas. Es el dominio del Gran Miedo, que, como establece Delumeau, puede alcanzar a la totalidad de la población durante la peste o a una parte de ella en el caso de carestía o de guerra.

La peste tiene un sentido generalizado de enfermedad, aunque en el plano médico resulta un término vago por demasiado general. Y además, no sólo significa enfermedad, sino es la medida en la que la enfermedad es una de las manifestaciones más expresivas del mal. El diccionario de la Real Academia la describe como «enfermedad contagiosa y grave que causa gran mortandad», señalándose como sinónimos los adejetivos «bubónica» y «levantina», «por haber provenido las más de las veces de los países orientales». Otra acepción la identifica con cierto concepto del Mal: es «cualquier cosa mala o de mala calidad en su línea que puede ocasionar daño grave». En este sentido, Alfred de Vigny, en Stello, describiendo la casa de Robespierre, escribe que «se diría que allí moraba la peste». Y está claro que La peste, la novela de Albert Camus, se refiere, metafóricamente, a la invasión nacionalsocialista que por su carácter simbólico puede aplicarse a la posibilidad de invasión de cualquier otro sistema totalitario.

A pesar de la imprecisión de la palabra «peste», su significado está muy claro, y como escribe René Girard,

hay una extraña uniformidad en los modos de tratar la peste no solo en las obras literarias y en los mitos, sino también en obras informativas, científicas y no científicas, del pasado y del presente.

La Atenas de Sófocles en Edipo no se diferencia del Londres de El año de la peste de DeFoe, aunque Girard aclara que

sería exagerado afirmar que las descripciones de la peste son todas iguales, pero las similitudes pueden ser más intrigantes que las variaciones individuales.

Al no vivir los israelitas, o hijos de Jacob, o hebreos, nombre que les daban los cananeos del otro lado del Jordán, hacinados en ciudades, la mención de la peste en la Biblia entre ellos es relativamente tardía, aunque las diez plagas con las que castiga Yavé a Faraón que se negaba a permitir que salieran los israelitas en busca de la Tierra Prometida pueden ser interpretadas como variantes de la peste, y, en efecto, se denominan plagas. Así las ranas que saliendo de los ríos, de los arroyos y de los estanques subieron hasta la tierra de Egipto, y una vez muertas «las juntaron en montones y apestaban la tierra». Siguieron la plaga de los piojos y de las moscas. El autor del Éxodo intuía que la contaminación se propagaba por las picaduras de insectos antes que por la putrefacción del aire (a la que se atribuiría la causa de la peste durante siglos) y la plaga de las úlceras es consecuencia de la invasión de piojos, pulgas y moscas, cuyas picaduras sin duda producían «sarpullidos con úlceras».

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Gracia Noriega: "La peste no es sólo una enfermedad, es también una metáfora"