Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Los tambores de Calanda

A las procesiones no les ponen obstáculos las autoridades municipales, sino la lluvia

Pasó la semana laica en el marzo más infame desde el cambio climático acá y con la conmoción producida por los atentados de Bruselas, que sin duda afecta a nuestros cosmopolitas de corto aliento, ya que tales carnicerías tienen grandes posibilidades de desarrollarse en aeropuertos. Respecto a la "semana laica" propiamente dicha, hemos observado que la "progresía con mando en plaza" se muestra menos beligerante que con la Navidad. ¿Será por su carácter violento y desgarrado, o porque conmemora la muerte de un judío? Lo cierto es que a las procesiones y demás espectáculos turísticos piadosos no les ponen obstáculos las autoridades municipales, sino la lluvia. Esa lluvia tenaz, implacable, que llena el paisaje de humedad, oscuridad y frío. El peor marzo de los últimos tiempos.

Con la Semana Santa, como con otras fiestas de arraigo popular, nacen tradiciones y otras desaparecen, porque no eran verdaderas tradiciones. En mis tiempos de estudiante, que yo sepa, no había cofradía de estudiantes y la Semana Santa se celebraba en Oviedo principalmente cerrando bares por orden gubernativa, lo que nos obligaba a desplazamos a Colloto, Fuso o El Palomar. En cambio, estaban muy de moda los tambores de Calanda, y hasta hubo logia de "progres" que intentó nallizar una "tamburrada" en homenaje a Luis Buñuel, quien por entonces era poco menos que Dios bajado del cielo, no había revista cinematográfica que no declararan imperturbablemente que se desnudarían si lo exigía el guió y que su aspiración era ser dirigidas por Buñuel. En cuanto a los tambores, obedecían a otra causa. En Calanda, el pueblo aragonés donde nació Buñuel, se tocaban los tambores el día de Jueves o Viernes Santo. Eso era todo, pero la "progresía" lo adaptó a modo de ritual, dando lugar a una de las escenas más grotescas del cinematográfico: Geraldine Chaplin tocando el tambor en una película de Saura.

Buñuel, en los tiempos finales del franquismo, tenía el encanto de la novedad. Repenti-namente, aquí se enteraron de que existía un director cinematográfico que había sido amigo de García Lorca y Dalí y que estaba exiliado en Méjico pro republicano. ¿Hacia falta algo más para que se le subiera a los altares? En Buñuel todo era perfecto: desde el aspecto cultural (amigo de Dalí y Lorca) en la época en la que el "progre" todavía no estaba seguro de si el cine era "Cultura" o "Hollywood", al exilio, la república y todas aquellas cosas que gustaban tanto. Todo el mundo estaba convencido de que Buñuel era un gran director porque había estado exiliado y a nadie se le ocurrió darse cuenta de que era, en efecto un gran director independientemente de sus peripecias políticas y amistades personales. Hacer la más mínima objección a una película de Buñuel era blasfemia. Y, de pronto, todos se olvidaron del director aragonés. Seguramente los "progres" se sentaron por primera vez a ver sus películas y descubrieron horrorizados que Buñuel es un reaccionario. Desde entonces, los tambores de Calanda solo suenan para los de Calanda, cuando deben sonar.

La Nueva España · 1 abril 2016