Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Tennessee Williams: un mundo turbio

Un escritor en la trastienda de grandes títulos de la época dorada de la historia del cine

A los cien años de su nacimiento (ocurrido en Columbus, Mississipi, en 1914. entonces se llamaba Thomas Lanier), el pintoresco un nombre de Tennessee Williams dice muy poco hoy, y sin embargo fue famosísimo en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. Tanto, que Jerzy Andrejzewski presenta a una caricatura suya como prototipo del escritor norteamericano en la novela "He aquí que viene saltando por las colinas". Como era de esperar, un escritor polaco de aquella época solo podía concebir a un escritor norteamericano bebiendo hectolitros de whisky y diciendo burradas a los periodistas que le entrevistaban. Sin embargo, lo que le gustaba a Tennessee Williams era el vino de calidad, las grandes añadas europeas. En cierta ocasión alquiló una habitación de hotel con tres o cuatro cajas de vino, según tenía por costumbre, y se conoce que descorchando una botella con los dientes porque no veía el sacacorchos, tragó el corcho y se ahogó. Una muerte muy apropiada si no fuera porque él era autor de tragedias. Como dijo un amigo suyo, a modo de epitafio: "Siempre le gustaron las cosas buenas" (se refería al vino). En otra habitación de hotel también murió otro gran dramaturgo norteamericano, Eugene O'Neil. Las obras de teatro de O'Neil estaban mejor consideradas por la crítica (llegó a recibir el premio Nobel), pero Williams era más popular, y seguramente ganó más dinero. Supongo que el autor de "Un tranvía llamado deseo" era una máquina de hacer dinero, porque todas sus obras fueron adaptadas al cine por los mejores directores (Kazan, Brooks, Huston, Mankiewicz), constituyendo éxitos de taquilla inmediatos. Obras de Williams fueron vehículos para el lanzamiento definitivo de estrellas de la talla de Marlon Brando y Paul Newman. También escribió narrativa y hasta una novela, "La primavera romana de la señora Stone”, que adaptaba a la pantalla por un apagado José Quintero, fue su único fracaso en el séptimo arte, mas a él no debió importarle gran cosa, ya que supongo que le pagarían suculentos derechos de autor (¡quién fuera americano!).

Williams estaba tan unido al cine que sus obras son más conocidas por las adaptaciones cinematográficas que por las representaciones en los escenarios. El autor de "El zoo de cristal", tenía un zoológico particular muy famoso: "La gata sobre el tejado de zinc", "La noche de la iguana", "Dulce pájaro de juventud". No menos famosas fueron otras obras como "Verano y humo". "La rosa tatuada"' y "De repente, el último verano", cuya versión cinematográfica supera a las otras, siendo no obstante, muy amenas. Pertenecía a la generación de Arthur Miller, que no abrió paso a la Edward Albee ni fue desbancada por ésta. Williams tenía su reino y su trono en Hollywood, en brillante technicolor, aunque algunos directores le rodaron en blanco y negro (Kazan, Huston, Mankiewicz). Su espacio geográfico y moral era el Sur: un Sur de sexo, ambición y violencia, pero demasiado urbano, demasiado sofisticado por ser el "profundo Sur" de Faulkner y Erskine Caldwell. No obstante, era un lugar caluroso como el infierno y con personajes atormentados, fracasados, alcohólicos, o más fuertes que la vida como esos padres terribles que transmitió el cine a través de Burl Ives en "La gata" y Ed Begley en "Dulce pájaro", a los que se suma Orson Welles en "El largo y cálido verano", basada muy libremente en "El villorrio" de Faulkner. Son tres películas con el mismo formato, y las dos primeras dan una idea muy precisa del Tennessee Williams más perdurable.

La Nueva España ·31 diciembre 2014