Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Lauren Bacall: aquella chica larga y delgada

La actriz a quien le debemos algunos de los mejores planos en movimiento del cine clásico

Lauren Bacall, a quien sus compañeros de la New York Academy of Dramatic llamaban “Molino de viento” por sus largos brazos y su andar desgarbado tuvo dos maridos y dos carreras, y si bien los maridos se parecían bastante físicamente (Jason Robards tenía un aire a Humphrey Bogart en “Rojo atardecer” y aunque en “La balada de Cable Hogue” se parecía a Eduardo Úrculo, nos ilustró con sus películas posteriores cómo hubiera sido Bogart de haber llegado a viejo), las dos carreras cinematográficas, la de la juventud extrema y la de la madurez, son bastante distintas. Llegó al cine con apenas veinte años de edad, porque la esposa de Howard Hawks había visto su fotografía en una revista en la que posaba como modelo. Hawks entonces preparaba “Tener y no tener”, sobre la novela de Hemingway, y durante el rodaje conoció a Bogart y a sus amigos: a Clark Gable, que era el actor al que admiraba su madre, y un caballero del Sur bastante borracho (en realidad, todos aquellos eran tan borrachos como Walter Brennan en la película) que no tardaría en recibir el premio Nobel de Literatura. El dúo Bogart/Bacall funcionó tan bien como el formato Errol Flyn t Olivia de Havilland, por lo que hicieron otras tres películas juntos: “El gran sueño”, de nuevo a las órdenes de Hawks; “Senda tenebrosa” de Delmer Daves y “Cayo largo” de John Huston y como consecuencia de esa “química”, la colaboración terminó en matrimonio. Un matrimonio bien avenido, porque Bogart no iba a ninguna parte sin ella. Sin Bogart y sin Hawks hizo películas de menos relieve como “El rey del tabaco” de Curtiz o en la que ella no tenía tanto relieve, como “Escrito sobre el viento” de Sirk, pero en compensación, Negulesco (“Cómo casarse con un millonario”), Minnelli (“Mi confiada esposa”) y Quine (“La pícara soltera”), aprovecharon su buena disposición para la comedia. A la muerte de Bogart, tumbado por medio millón de martinis (y algún whisky que otro), según André Bazin, se retiró temporalmente del cine, al que regresó interpretando papeles de señora madura, como en “Harper” de Jack Smight. Al final intervenía en películas con aluviones de estrellas de los viejos tiempos, como una sobre Hércules Poirot protagonizada por Peter Ustinov, en la que le correspondía el papel de asesina. Y la vimos en un film crepuscular y póstumo, “El último pistolero”, de Donald Siegel, en el que viejas estrellas (James Stewart, Richard Boone, Bacall), acompañaban al gran John Wayne en su último viaje al western, bajo un sol rojizo.

Más para los amantes del cine Bacall siempre será la largirucha que le explicó a Bogart cómo se besa o que le dice porque se levanta tarde que se parece a Andre Gide “un escritor francés”, a lo que él contesta: “Entonces pase al boudoir”.

Era larga y delgada, de melena rubia a medio hombro y el rostro serio huesudo. Algunos críticos no le reconocieron que fuera actriz pero era una presencia, y ¿qué otra cosa puede ser un mito del cine? Hawks decía que la chica era expresiva como Katherine Hepburn hacía primeros planos y si se movía bien como Bacall, planos en movimiento. Le debemos algunos de los planos en movimiento mejores del cine clásico.

La Nueva España · 21 agosto 2014