Ignacio Gracia Noriega
William S. Burroughs en su centenario
Un escritor convertido en tema de conversación en los años setenta, en tiempos de confusión y entre porro y porro
Recordemos a William S. Burroughs con motivo del centenario de su nacimiento, ocurrido en Saint Louis, Missouri, el 5 de febrero de 1914, y coincidiendo, además, con una corta estancia en Oviedo del novelista Mariano Antolín, su traductor y en cierta medida su profeta en España, para dictar una conferencia en Tribuna Ciudadana. La vinculación de Burroughs en Oviedo es mayor que lo que se podría suponer, ya que la escultura de Eduardo Úrculo que representa a un viajero llamado Williams B. Arrensberg con sus maletas es un guiño al famoso escritor norteamericano por la fecha en la que se concibió esa obra. Úrculo, un gran artista muy vital, no era lo que se dice un lector, pero le gustaba estar a la moda.
El hecho de haber nacido en Saint Louis, Missouri, tal vez imprime carácter, en un sentido formalista y civilizado. De esta ciudad ribereña de la que partió la expedición de Lewis y Clark en busca del Oeste, era también nativo el poeta T. S. Eliot, que, posteriormente, se haría anglocatólico, monárquico y clásico, y se nacionalizaría inglés, de quien decía Ezra Pound que era el único poeta de su generación al que no había que pedirle que se lavara las orejas. Y Burroughs era de los escritores disconformes de su estilo el único que se ponía corbata.
En los años sesenta del pasado siglo Burroughs gozaba de un prestigio totalmente "underground". Como aquí no lo habían traducido todavía y se leía inglés tanto como ahora (es decir, nada) su prestigio llegaba al paroxismo. Todo era hablar de Burroughs en las "cavas" ovetenses, entre porro y porro. Eran aquellos tiempos de gran confusión: también se admiraba "Sidharta", de Hermann Hesse, por un sentimiento vagamente budista. En fin, meter en el mismo saco a Hesse, a Burroughs y a Allen Ginsberg suponía una manera muy peculiar de atolondramiento: por aquellos años o un poco más tarde la revista "Claraboya" de León publicó un número legendario sobre la generación "beatnik", aportando algunos textos de los grandes santones del movimiento. Entonces la cosa de la droga traía al personal tan turulato como ahora el internet: los drogados suponían, lo mismo que los actuales internautas, que habían alcanzado el colmo de la modernidad. Por lo que citaban "El libro tibetano de los muertos", pero no se les ocurría acudir a los clásicos occidentales, como De Quincey y Baudelaire.
De Burroughs se dijeron cosas fabulosas, como la afirmación de Ken Kesey de que "era el único que había hecho algo verdaderamente nuevo después de Shakespeare". Como a mí este mundo no me interesa nada, solo me acerqué a algunos de sus libros por incitación de Mariano Antolín. El comienzo de "El fantasma accidental" está bien como cuento de piratas y "Las últimas palabras de Duth Schulz" es un relato de gánsteres. Pero no pude con "El almuerzo desnudo", alucinación que contiene, si no he entendido mal, una advertencia contra la droga, de la misma manera que "El gato negro" de Poe es una andanada contra el alcohol.
La Nueva España · 20 febrero 2014