Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Diderot: la Ilustración y la Enciclopedia

Una aproximación al escritor total que según los Goncourt inauguró la novela moderna, el drama y la crítica de arte

Denis Diderot es el escritor total, en la línea de Voltaire, esa gran tradición francesa que se prolonga hasta el siglo XX con Jean-Paul Sartre. En el Siglo de las Luces aparece el "hombre de letras", que era, según Le Harpe, "aquél cuya profesión es cultivar la razón para añadirla a la de los demás". Para expresarse, estos "hombres de letras" acudían a todos los géneros literarios: filosofía, ensayo, novela, teatro, panfletos y obras históricas. Según los Goncourt, tan agudos habitualmente, "Diderot ha inaugurado la novela moderna, el drama y la crítica de arte" y es "el primer genio de la Francia nueva". Sus novelas "La religiosa", "Jacques el fatalista" y "El sobrino de Rameau" han conservado su prestigio, aunque como narrador no tiene la ligereza de Voltaire: según Stendhal, si a "Jacques el fatalista" se le arrancaran seis páginas, no habría novela que pudiera comparársele y Gide la consideraba la mejor novela de Diderot: para Taine, "El sobrino de Rameau" es "obra única en su tiempo". Según Sainte-Beuve, "es el primer gran escritor de la moderna sociedad democrática". Por el contrario, Barbey d'Aurevilly le consideraba "un charlatán deslumbrante, destructor de doctrinas y costumbres".

Inventó la crítica de arte tal como se entiende ahora con sus "Salons", comentario de las exposiciones que se inauguraban en París, y "Paradoja sobre el comediante" es un análisis del arte en el que se encuentran sugestiones sobre las que se fundamenta la estética moderna. Sobre todo, es conocido por haber ido con D'Alembert el director de la Enciclopedia, esa magna obra que inaugura el tiempo nuevo y cuya poderosa influencia se ha extendido por los siglos siguientes en todos los órdenes, desde el erudito al político: puso las bases a la revolución francesa y al esplendor científico del siglo XIX, exalta la razón hasta extremos casi místicos, es decir, excesivos, y combate una de las constantes del ser humano, primitivo o moderno: la superstición, que a partir del siglo XVIII se refuerza peligrosamente con la pedantería, aunque D'Alembert, en el discurso preliminar, fija unas metas más modestas, ya que la describe como la obra de una sociedad de hombres de letras a la que cada uno, de acuerdo con su especialidad, aporta sus conocimientos específicos.

En el siglo XVIII se suponía que la filosofía renovaría el mundo; en el XVI, la etnografía y la lingüística, como estudiosa del "hecho diferencial" la primera y de la lengua como incomunicación la segunda, son las ciencias auxiliares de la "revolución pendiente". Por lo general, los revolucionarios (Robespierre, Saint-Just, Lenin, Stalin, Hitler, Zapatero) desprecian al pueblo y solo aman teorías difusas. Con toda seguridad, ninguno de los que asaltó la Bastilla había leído una línea en la Enciclopedia ni sabía quién era Diderot: el cual nació en Langres el 5 de octubre de 1713 y murió en 1784, antes de que estallara la revolución en la que Condorcet y Chamfort se suicidaron y Lavoisier, Chenier y Cazotte fueron guillotinados. El "tiempo nuevo", que se suponía que sería reino del espíritu, se abrió con torrentes de sangre. Pues como afirmó Chateaubriand, en la revolución perecen los espíritus de categoría y la morralla permanece.

La Nueva España · 14 noviembre 2013