Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Del ruralismo al cosmopolitismo

Los españoles de hoy ignoran, y no les importa, que fueron un gran pueblo

Francisco Rodríguez señala en su libro reciente «Parada pero no fonda» a Ortega y Gasset (¡a su admirado Ortega!) como precursor intelectual del Estado autonómico, del que los españoles de este tiempo son en su mayoría tan responsables como ahora víctimas. No se trata, claro es, de un autonomismo chusco, a la manera de F. González («El Estado de las autonomías según mandato constitucional») ni mucho menos una puerta abierta al secesionismo. Es más, en «España invertebrada» diagnóstica: «España se va deshaciendo, deshaciendo... Hoy ya es más bien que un pueblo la polvareda que queda cuando por la gran ruta histórica ha pasado galopando un gran pueblo». Cien años más tarde ya no queda ni la polvareda, y los españoles de hoy ignoran, y no les importa, que fueron un gran pueblo. Ya no se trata de que la izquierda haya renunciado al sentido nacional como le reprocha Gustavo Bueno: al menos renunció por convencimiento, porque el socialismo pretende destruir las fuerzas viejas aunque sin haber descubierto otras nuevas que las sustituyan, como anunciaba Dostoievski en «Demonios». Pero la derecha también ha renunciado a España por medrosidad y por desprecio a su pasado, lo que es peor. El problema de España desde mediados del siglo pasado es que se asienta sobre contradicciones. La única política de progreso efectivo la llevó adelante un dictador que era cualquier cosa antes que progresista; el parlamentarismo se asentó sobre dos partidos que no creían en la democracia, el socialismo que opinaba que era un paso previsto para la dictadura del proletariado (sí, también el PSOE: consulten su «programa máximo») y lo que ahora es el PP, que empezaron creyendo que la democracia es cosa de «rojos». Con estos antecedentes no se va a ninguna parte y como los separatistas cuando menos están convencidos de que no quieren ser españoles, por eso están alcanzado sus objetivos sin que nadie los detenga.

Insiste Ortega en sus formulaciones autonomistas en un ensayo que nos afecta, «De Madrid a Asturias o los dos paisajes». Para Ortega, España debe realizarse en la variedad y frente a la posibilidad de que en la civilizada y europea Asturias de aquel tiempo se levante «un París cantábrico»; él coloca al ruralismo asturiano «sobre todo un manojo de mis esperanzas españolas». Todo lo contrario sucede en Cataluña, donde Madariaga vio que los catalanes eran europeos postizos (como los argentinos, más o menos), en contraste con el europeísmo natural de los asturianos. Temía Ortega en 1915 que Barcelona se convirtiera en el remedo de un «Madrid contestatario y fantasmagórico». Pero es que ahora, cien años más tarde, España bosteza queriendo hablar inglés y sus referencias son Londres y New York (París ha pasado de moda). En consecuencia, Barcelona, según Albert Boadella, es Berlín oriental. Y el ruralismo asturiano ya no existe. Hemos pasado directamente a cosmopolitismo sin que madurara el espíritu urbano. Bien veía Cela que en España sólo hay dos ciudades: Santiago de Compostela y Toledo; lo demás eran campamentos, y ahora urbes miméticas.

La Nueva España · 24 enero 2013