Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

«Oblomov» y «Bartleby»

La abulia y la apatía de dos novelas de Goncharov y Herman Melville

De los grandes novelistas rusos del siglo XIX, Iván Goncharov (1812-1891) es tal vez el menos conocido fuera de Rusia, pese a que Nabokov le sitúa por encima de Dostoievski: pero conocida es la antipatía del autor del «Curso de literatura rusa» hacia Dostoievski, que roza lo maníaco. A diferencia de Dostoievski, Goncharov era un caballero apacible y sin problemas, conservador moderado, solterón contra viento y marea, bien alimentado, de espesas patillas y dignas maneras calmosas, según le describe Marc Slonim. Dostoievski le envidiaba tanto como a Turgueniev, porque la situación económica de ambos les permitía escribir sin los apremios de tener que entregar el material al editor a plazo fijo. De hecho, Goncharov sólo escribió tres novelas: la primera, «Una vida común», aparecida en 1847, fue bien acogida. Para escribir las otras dos se tomó todo el tiempo que consideró oportuno: diez años invirtió en su segunda novela, «Oblomov» (de 1847 a 1859) y otros diez años le llevó acabar «El abismo», publicada en 1869. Nos decepcionaría que «Oblomov» hubiera sido escrita con rapidez o a destajo, porque es la novela del abúlico, del perezoso, del hombre inteligente y de buen corazón que está convencido de que la actividad es impropia de la gente distinguida, por lo que prefiere haraganear sentado en un sofá. Su enamoramiento de una mujer activa termina como era previsible: Olga se acaba casando con un alemán. Entre la abulia de Oblomov y Stolz, el alemán, hombre metódico que también intenta combatir la ociosidad del protagonista, no sé cuál de los dos sería preferible. «Oblomov» es una novela monumental, cuya extensión justifica los diez años que tardó en ser escrita. Yo no estoy muy seguro de haberla leído, ya que lo hice en una edición de Silverio Cañada editor de 293 páginas. El traductor se justifica alegando que seleccionó lo fundamental de la novela y que lo demás es muy pesado. Tendrá razón, pero ésta no es manera de editar ni de traducir. Aparte que lo poco que se conserva de la auténtica novela justifica el interés por conocer a Oblomov más a fondo.

«Oblomov» tiene su equivalente en «Bartleby el escribiente», de Herman Melville, un oficinista que responde a cualquier mandato con la escueta declaración: «Preferiría no hacerlo». Pero la apatía de Bartleby es distinta de la de Oblomov, y dilucidarla daría asunto para un ensayo extenso. Bartleby es una excepción, mientras que en la novela rusa abundan los haraganes, los abúlicos, los hombres superfluos. Se habla de «oblomovismo» como en España se habla de quijotismo. Según Dobroliubov, el oblomovismo es el producto de la tendencia rusa a la servidumbre y es, en consecuencia, un fenómeno social. Las clases altas consideraban el trabajo como una desgracia y la ineficacia y la haraganería como rasgos de distinción: lo mismo que los hidalgos españoles del siglo XVI, del que es buena muestra el escudero del «Lazarillo». Pero en épocas posteriores, la literatura española no presenta casos de oblomovismo, aunque Oblomovs los hubo en abundancia. Cito, no obstante, los atinados comentarios de Manolo Avello sobre la abulia, y a la ciudad de Abulia, a la que dedicó tiernos reproche.

La Nueva España · 17 enero 2013