Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

William Faulkner y el secesionismo del Sur

Los problemas que España sigue planteándose fueron resueltos por los Estados Unidos hace siglo y medio

A los cincuenta años de la muerte de William Faulkner, en España (un país con el que el gran novelista tuvo escasas relaciones, salvo la lectura constante del «Quijote»; una mula aragonesa que consiguió por medio de Sénder, según Sénder, para su granja, y algunas referencias a las corridas de toros, nuestra manifestación artística más universal), la antigua, ilustre y en otro tiempo grande España continúa planteándose los mismos problemas que el profundo sur de los Estados Unidos de Norteamérica resolvió de manera satisfactoria hace más de siglo y medio, después de concluida la Guerra de Secesión con la derrota de la Confederación, no menos completa y traumática que la segunda República española, prácticamente fenecida a partir de febrero de 1936. El presidente Lincoln tuvo la generosidad o el buen sentido político de no enlodarse en una posguerra de represalias atroces como sucedió en España y estaba previsto que sucediera, pues, como anunciaba Baroja, entre otros, las represalias, ganaran rojos o azules, serían terribles. Ganaron los azules, como es sabido, aunque al comienzo de la guerra la violencia se desató en las retaguardias de ambos bandos y eso se paga como se pagó. No hubo inocentes en aquella guerra, como no los hay en ninguna otra parte, y la derrota del Sur extendió sobre los antiguos algodonales ruina y dolor después de haber corrido la sangre. No hubo represalias políticas de la magnitud de las de España, pero una vez más se certificó la afirmación de Brenno: «Vae victis!», ¡ay de los vencidos! Los antepasados de Faulkner pertenecían al bando derrotado: todas sus novelas están impregnadas por la nostalgia de la guerra perdida. Durante más de setenta años, infinidad de escritores españoles siguen lamentando la guerra perdida, con una diferencia muy importante: en ellos hay resentimiento y en Faulkner, nostalgia y épica.

En la Guerra de Secesión, una sociedad agraria fue derrotada por una sociedad industrial; en la española de 1936-39, fue al revés: el mundo agrario derrota al urbano. La Confederación era una serie de estados que compusieron una nación (cosa que nunca llegaron a ser Cataluña o Vasconia). Perdida la guerra, el Sur fue integrado en la Unión, les gustara o no a los sudistas. Y así continuaron hasta ahora, sin emprender nuevas secesionistas. Faulkner, un sudista clásico y de abolengo, tenía muy claro que «el destino del Sur es el de toda la nación» y que «un pueblo dividido nos muestra todavía que la antesala de la disolución es la división», como dice Gavin Stevens en «Intruso en el polvo». En la actualidad, sería inconcebible que Kentucky pretendiera hacerse independiente o Texas volver a ser México. En cambio, en España, aprovechando gobiernos débiles (aunque dispongan de mayoría muy holgada) o colaboracionistas, se camina hacia la división y la disolución. El problema es grave (mucho mayor que el económico). Debido a que todavía no ha resuelto sus graves problemas, España es un país de tercera con una literatura en la que hubo muchos imitadores de Faulkner, pero sólo en la gramática.

La Nueva España · 4 de octubre de 2012