Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Actualidad de Jovellanos

Análisis sobre las ideas políticas del ilustrado gijonés

Arremetieron contra Cascos desde bandas contrarias alegando que mira hacia el pasado porque cita autores «obsoletos», feísima palabreja puesta en circulación por el «sabio» F. González. Desde entonces le tengo a la palabreja tanta manía como a «internet», que le escuché por primera vez a Gonzalo Suárez cierto día que se proponía deslumbrar con su «modernidad» a Juan Cueto. Los «autores trasnochados» que cita Cascos son Campomanes y Jovellanos, y el reproche, de Chaves (no el de Venezuela, sino el de Andalucía, tanto monta). El problema del socialismo español es parecido al del Islam: éste no tuvo aún Ilustración, mientras que el PSOE continúa en la etapa antiliberal (lo que es estar anticuado), por lo que no le vendría mal que alguno de sus miembros le echara un vistazo a las obras de Jovellanos. Sobre todo, a las políticas. Sobre las ideas de Jovellanos se han dicho muchas cosas y algunas insensateces, que tememos se incrementen este año con motivo del bicentenario. Incluso, otrora, un conocido jovellanista académico aventuró que el prócer era socialista, se supone que «in pectore», por resultar grato a los nuevos mandarines. Pero los mandarines no tomaron nota, y ya avejentados, continúan considerando a Jovellanos como cosa del pasado, según se ve.

Afirmar que Jovellanos era un liberal clásico no es afirmar mucho en España, de donde procede la palabra, pero donde apenas hubo liberales, porque su problema de siempre fue un fuerte complejo de inferioridad: temieron ser demasiado moderados, por lo que casi siempre claudicaron, entre la adoración y el espanto, ante el socialismo arrasador, y así se produjo el penoso y ridículo espectáculo de señores finísimos y de muy buenas familias más incendiarios que el radical más desatado durante el lamentable período comprendido entre 1931 y 1939: aquellos institucionistas siervos de Moscú, el poeta Machado pidiendo disculpas a las juventudes socialistas por ser burgués, qué situación tan bufa y tan trágica (y lo bufo devalúa mucho lo trágico).

Jovellanos, cuando menos, tenía las ideas claras. Desconfiaba de las teorías políticas «y más de las abstractas». Entendía que la costumbre es anterior a la ley, que la sociedad es anterior al Estado y que no se debe confundir la democracia con la libertad. Como buen liberal, era más partidario de la libertad que de democracias a la manera del «triste ejemplo de Francia». El frenesí y el fragor de la Revolución del país vecino le confirmaron que la acción política debe tender «nunca a destruir, sino a mejorar», respetando lo más valioso. Y entre lo más valioso figura la libertad, que no es una abstracción, sino algo práctico, cotidiano e indispensable. La libertad es «el alma del comercio», no es tarea del Gobierno ocuparse de enriquecer a los ciudadanos, sino garantizar una situación para que se enriquezcan por sí mismos, y que el ámbito privado quede libre de interferencias gubernamentales. Cuantas menos leyes haya, mucho mejor, pero las vigentes, que se cumplan, y en su casa, cada ciudadano desayune lo que quiera. O que encienda un puro o tome una copa (o una docena). A diferencia de la moda imperante en su tiempo, y de tiempos posteriores, no fue un afrancesado, sino que prefirió el sistema inglés. Tan solo Cánovas se manifestó también anglófilo, cien años más tarde: dos oasis en un país afrancesado durante dos siglos, y así nos fue. ¿Es defender esto ser retrógrado? Ya quisiera yo retrógados, antes que «progres» como los que padecemos.

La Nueva España · 2 junio 2011