Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Ateos en frenesí

La religión, defendida por «agnósticos» y atacada por «creyentes»: el mundo al revés

Es formidable el caso de los ateos que organizan concilios en Toledo y procesiones en Semana Santa. Calculo que su aspiración, como la de los santos es alcanzar la Gloria, será que los ex comulguen. Tan solo encuentro otro ejemplo que se les pueda equiparar: el de los socialistas que no creyendo en la propiedad privada, procuran por todos los medios que sus hijos se enriquezcan. ¡Admirables casos de piedad filial de Chaves, de Riopedre, que sacrificándose (en el aspecto ideológico, se entiende) y sacrificando sus más íntimos convencimientos, hicieron lo posible por dejar a sus descendientes bien situados en el perverso mundo capitalista! A pesar de que defienden el aborto, la eutanasia, el matrimonio homosexual y la destrucción de la familia, no conozco el caso de ninguno que haya enviado a sus hijos a estudiar a la prestigiosa Universidad Patricio Lumumba de Moscú sino a la imperialista Harvard de la aborrecida Norteamérica. La familia es la familia.

Y es que los socialistas son muy religiosos, no solo porque algunos hayan sido anteriormente clérigos. En los coloquios televisivos en los que se comentan los asaltos a capillas universitarias o las procesiones de ateos, encontramos la sorprendente contradicción de que quienes se sitúan en posiciones próximas al gobierno y disculpan tales tropelías se proclaman creyentes y muy rezadores (uno de estos contertulios, muy radical, siempre que encuentra una capilla, entra a rezar), en tanto que quienes las condenan se declaran casi sin excepción «agnósticos». ¿Estamos ante un nuevo caso de timidez del PP, que por resultar «políticamente correcto» es capaz de negar hasta a Dios, o a que sus afines no saben qué es ser «agnóstico»? Esperemos que sea lo segundo. La religión defendida por «agnósticos» y atacada por «creyentes»: el mundo al revés.

Yo entiendo el ateísmo como algo íntimo y privado; como una petulancia privada, para ser exactos, pues si, en efecto, no se puede demostrar la existencia de una divinidad, tampoco es posible demostrar que no existe. Aquí, en el mejor de los casos (o en el peor), hay tablas. Pero no me digan que quienes organizan concilios y procesiones son ateos. En realidad no pasan de anticlericales blasfematorios, que confunden el odio hacia las prácticas religiosas con el ateísmo. Son tan ateos como Kiriloff, el ateo de «Demonios», de Dostoiewski, quien a la hora de suicidarse para confirmar su ateísmo, se echa para atrás. Se blasfema por cualquier palabra, gesto o acto injurioso contra Dios o las cosas sagradas. Que unas «progresistas» se desnuden en una capilla es una blasfemia, pero ¿qué sentido puede tener para ellas si no creen en lugares sagrados? En estricto ateísmo, son solo unas jovencitas que enseñan sus atributos en público e inoportunamente. Pero da la sensación de que estos ateos creen mucho más que los que van a misa: solo que les indigna creer, por lo que hacen ostentación de creer al revés, de la misma manera que las misas negras empiezan por el final. Para ser ateo hay que creer muchísimo; como escribe Barbey d'Aurevilly de uno de ellos: «Tenía la idea de Dios siempre presente, como una mosca en la nariz». Otro caso es el de quienes lo son porque lo consideran una expresión de «progresismo» y «madurez». Desde la Antigüedad hubo ateos, más serios que los de ahora. Los actuales ateos son tan decimonónicos como el socialismo. Si alguien quiere ver en esos folclores una expresión de «posmodernidad», va aviado. Antes, los ateos oficiales comían públicamente chuletas el Viernes Santo. Ahora, con la dietética, se desnudan en las capillas. Todo es lo mismo, con las variantes impuestas por las modas.

La Nueva España · 21 de abril de 2011