Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Un yanqui en la corte del rey Arturo Twain

Viaje por una de las novelas más populares del creador de Tom Sawyer

Con motivo del pasado centenario de Mark Twain (1835-1910) no está de más recordar una de sus novelas más populares, «Un yanqui en la corte del rey Arturo» , de la que existe una buena edición en Cátedra (1999), traducida por Elizabeth Power y prologada por Carmen Manuel, que hace una lectura política de la corte arturiana como metáfora del esclavismo sudista de los Estados Unidos de Norteamérica. Mark Twain, demócrata y antiesclavista, aunque ya este problema se había resuelto unas décadas antes de la publicación de la novela (1889) con la Guerra de los Estados, entendía que la Edad Media europea se regía por sistemas que podían equipararse al de las plantaciones de algodón sureñas. Naturalmente, los dos sistemas no eran lo mismo ni de lejos, pero Mark Twain aprovecha la reconstrucción «a su manera» del mundo artúrico para atacar el esclavismo y el oscurantismo, que no estaba de más. En consecuencia, se puede leer esta novela en clave política, lo que resulta a estas alturas anacrónico, o como una historia de aventuras, que sería lo más adecuado.

A Mark Twain se le recuerda principalmente como el autor de las admirables andanzas de Tom Sawyer y Huckleberry Finn (mucho mejores las de éste que las de aquél: de éstas, según Hemingway, surge la novela norteamericana), desarrolladas en las animadas márgenes del Mississippi («ese viejo río») surcadas por los grandes barcos de ruedas en los que había navegado como piloto cuando era joven y se llamaba Samuel Clemens, y de ahí tomó su seudónimo: «Marca dos (brazas)». El jocoso autor de las historias de la rana saltarina del condado de Calaveras, del hombre que corrompió a una ciudad y del robo del elefante blanco, yanqui hasta la médula en escenarios sudistas, sintió extrañamente la atracción de la Edad Media y del Renacimiento, por ver si cazaba alguna pieza interesante, y así publicó «Recuerdos personales de Juana de Arco», «Príncipe y mendigo» y la novela que nos ocupa, ambientada en el siglo VI, aunque la escenografía es de los siglos XII y XIII. Twain, a diferencia de Steinbeck, que leyó «La muerte de Arturo» de Malory en la infancia, la conoció ya talludo y por eso su visión de Arturo es más desabrida y menos entrañable que la del autor de «Tortilla Flat». «Un yanqui de Connecticut en la corte del rey Arturo» no es una evocación épica como el libro de Steinbeck, sino una crítica social, una fábula moral y un libro de humor basado en el fácil aunque irrefutable principio de comparar lo viejo con lo nuevo. Antes de que H. G. Wells pusiera a funcionar la máquina del tiempo, al yanqui de este cuento le bastó un mamporro en la cabeza para trasladarse a la corte arturiana. Una vez en ella, combate la superstición general y el espíritu muy poco moderno del mago Merlín, al que le enfrenta una inevitable rivalidad. Nuestro yanqui de Connecticut es una especie de Robinson Crusoe que domina las técnicas manuales (en su siglo era capataz de la fábrica de Mr. Samuel Colt) y el Calendario Zaragozano de aquel tiempo, lo que le permite imponerse a reyes, mágicos y caballeros, y esto le hace muchísima gracia al demócrata Twain, además de proporcionarle honda satisfacción.

La Nueva España · 16 de marzo de 2011