Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Jovellanismo

La vigencia de las ideas del prócer gijonés

Aunque la palabra liberal es española, la tierra de España no parece bien abonada para el liberalismo. Vicio habitual de los liberales españoles es confundir la democracia con la izquierda y, en consecuencia, plegarse al socialismo, creyendo que así son más liberales, cuando el socialismo es, precisamente, todo lo contrario del liberalismo. Tanto es así que el dirigente máximo del único partido que, al menos sobre el papel, debiera defender las libertades privadas como confirmación de las libertades públicas ha llegado a declarar que su partido no es liberal ni conservador. Si no es carne ni pescado, ¿qué aspira a ser? ¿Una caricatura de la «corrección política» con gineceo incluido?

En este confusionismo, y en un momento deplorable, no sólo para la economía y las costumbres, sino para las más elementales libertades privadas, un dirigente político que ha preferido ir por libre pronuncia una y otra vez un término que no pertenece al léxico corriente de la abominable retórica política, tan plagada de «solidaridad», «democracia», «progreso», «ciudadanía», y otras voces absolutamente desgastadas por el uso abusivo e insensato. Álvarez-Cascos, en cambio, ha invocado el «jovellanismo» como ideal, como aspiración política y casi como programa. Gregorio Marañón, uno de los poquísimos liberales coherentes que hubo en este país, escribió que de haber vivido en los días convulsos y vitales de 1808 no hubiera sido liberal, ni afrancesado ni patriota, sino «jovellanista», porque la postura del prócer en aquellos difíciles momentos era la más noble y más clara. En estos momentos igualmente confusos, pero sin ninguna vitalidad, con la población amodorrada o, lo que es peor, resignada, hace buena falta una inyección de jovellanismo. Porque Jovellanos escribió muchas páginas y dio muchos ejemplos con su actitud, que son vigentes hoy. Por eso tal vez se entiende que pocos sean los que quieren acordarse de Jovellanos: a la izquierda no le interesa porque duda que pudiera ser de los suyos, y a la derecha, sencillamente, no le interesan estas cuestiones.

Jovellanos defendía la iniciativa privada («la industria es natural al hombre y apenas necesita otro estímulo por parte del Gobierno que la libertad de crecer y prosperar»), la inviolabilidad del ámbito privado («el Gobierno está para garantizar el orden; en lo demás, cada uno desayuna lo que quiere»), la separación de poderes, la libertad de prensa e imprenta (cada vez más amenazadas), la regulación y la fiscalización del poder por medio de órganos independientes. Consideraba la sociedad anterior al Estado y rechazaba el intervencionismo estatal y el predominio del Estado sobre el individuo. Y entendía que no se puede alcanzar el poder por procedimientos violentos: así estaba, ante sus ojos, el ejemplo sangriento de la revolución en el país vecino. Y colocaba por encima de todas las necesidades la instrucción. Sabía como Jefferson que en un país de ciudadanos libres que saben leer nada está perdido. ¿Es esto poco? Pues es jovellanismo. ¡Ah!, Álvarez-Cascos es el primer político de derechas español que, en muchos años, muestra resolución de ganar.

La Nueva España · 10 de febrero de 2011