Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Los sioux

Reunión anual de la tribu india en la reserva de Lakota Pine Ridge, en Dakota del Sur

Centenares de sioux han vuelto a reunirse, como todos los años, en la reserva de Lakota Pine Ridge, en Dakota del Sur, para celebrar durante cuatro días su danza ritual. Estamos muy cerca del corazón del mito. No lejos fluye el Little Big Horn, donde el 25 de junio de 1876 fue aniquilado un destacamento de caballería al mando del general Custer (un militar no menos insensato que el capitán Nolan y el general Silvestre: pero a Custer le reivindicó el cine y a Nolan, Tennyson, en tanto que Silvestre no mereció otra cosa que el informe del general Picasso), y más próximo se encuentra Wound Knee, donde los sioux que celebraban la danza de los espíritus fueron masacrados en 1890. Entre los muertos se encontraba Sitting Bull, Toro Sentado, el hombre sagrado que fue el alma de la derrota de Custer (aunque quien mandó la carga fue Caballo Loco) y que después de una ajetreada existencia volvía a ser guía de su pueblo.

Custer y Sitting Bull son dos de los héroes de la gran épica del siglo XIX. Una oscura escaramuza en una pradera olvidada se convirtió, por acción de la leyenda, en la batalla mítica; aunque la derrota y muerte de Roldán en Roncesvalles no fue de mayor envergadura, y un enérgico guerrero sioux pasó a ser uno de los más brillantes estrategas de la caballería de todos los tiempos. Mientras, el imponente Sitting Bull reunía en su persona los atributos del dirigente político y del guía espiritual. Cuando después de la derrota y el exilio en Canadá el avispado coronel Cody (que, desde luego, no era coronel) le contrató como atractivo principal de su circo, no era consciente aún de que el degradado chamán y el antiguo matador de búfalos pertenecían ya a la leyenda. Reunidos Caster y Sitting Bull (que aquel día no estaba allí) a orillas del Little Big Horn, un río de no mucha importancia, como certifica su nombre, y Sitting Bull y Buffalo Bill bajo la carpa del circo, en ellos está el resumen de la gran aventura americana hacia el Oeste, afortunada fusión de épica y espectáculo, a la que contribuyeron los conductores de ganados, los constructores del ferrocarril, el 7.º de Caballería, los búfalos de la gran pradera, el oro de las Colinas Negras, la montaña de Laramie y las guarniciones de Fort Laramie y Fort Kearney. Estos nombres cimentan la única épica original de nuestro tiempo. El siglo XX fue macabro, pero no épico. La épica culta procede del pasado: los «Cantos» de Ezra Pound, de «La divina comedia», «Amers» de Saint John Perse de «La Odisea». El «western» es la épica nueva, creada por una nación nueva y un arte nuevo. Y ahora, una vez más, los sioux lakotas se reúnen en verano para celebrar «la danza que mira al sol» (winwayak wachpi), muy cerca de donde Sitting Bull celebró la danza de los espectros, danza del crepúsculo a las puertas del helado invierno de 1890. John Ford, el gran cantor de gesta del Oeste, nos cuenta que los soldados del 7.º de caballería llevaban abrigos y gorros de piel de búfalo: así se agigantó la figura mítica del Capitán Búfalo. Ya no quedan búfalos en las praderas, pero los siuox danzan, soñando con praderas y búfalos.

La Nueva España · 26 agosto 2010