Ignacio Gracia Noriega
Con El Viti por el Muro
Relato de un paseo con el torero Santiago Martín por Gijón
Qué fue de los viejos héroes, de los antiguos maestros? Algunos han sido olvidados, pero es más fácil olvidar a un maestro que a un héroe; y a los héroes que son maestros no se los olvida fácilmente. Paseando por la noche por el Muro de Gijón con Santiago Martín, El Viti (S. M. en abreviatura, es decir, «Su Majestad», como el director cinematográfico Serguei Mijailovich Eisenstein, también «Su Majestad», aunque en la Rusia de Stalin había que ser verdadero héroe para ser monárquico), algunas personas se quedan mirando y se detienen; varios muy jóvenes:
-¿Es usted El Viti?
Es El Viti, en efecto: con algunos kilos de más, el cabello totalmente blanco, pero una mata de pelo fuerte, abundantísima, y la mirada y la nariz de siempre. Además, va vestido de torero: traje, corbata, todo impecable. Los toreros eran quienes mejor vestían de España, tanto en la plaza (por supuesto) como en la calle, a diferencia de las «figuras» de estos tiempos de «mugror y mala educación» (como decía mi maestro Alarcos), y señaladamente los políticos y políticas, algunas de las cuales visten como si fueran al circo para ir al Congreso, y en cuanto a los políticos, exhiben, si son de izquierda, chaqueta y camisa blanca abierta, para demostrar que pueden comprar chaqueta, pero no llevan corbata porque es signo burgués, y los del PP se ponen la consabida chaqueta y camisa blanca abierta si van de mitin o al campo. Un torero viste bien porque es una forma de respetar y respetarse.
El respeto y la responsabilidad son dos manifestaciones del carácter de El Viti, ahora don Santiago Martín, y de su arte. Porque el arte de El Viti era una expresión honda de su carácter. El Viti o la seriedad, podría decirse. Su seriedad no era la seriedad triste de Manolete o la seriedad melancólica de Mondeño: era la seriedad del profesional, del hombre responsable que sabe que en la plaza y en la vida hay que resolver y resuelve. Es la seriedad de Gary Cooper en «Solo ante el peligro». Como el sheriff solo en las calles polvorientas de un pueblo del Oeste que ha de enfrentarse a tres pistoleros, el torero tiene que enfrentarse a dos cuernos y un cuerpo enorme (que vale por dos docenas o tres de pistoleros), mientras el sol está alto: no el del mediodía, sino el de las 5 de la tarde. Como los viejos héroes del «western», serios, responsables, profesionales, el torero sale a la plaza armado con sus propias armas: no tanto el estoque y la muleta como la inteligencia y el conocimiento. Para todo torero, para El Viti principalmente, el toreo es cuestión de cabeza, ante todo. Y de abstracción. En el momento en que el torero sale a la plaza, no hay otra cosa en el mundo que el toro. «Por eso -me recuerda El Viti- se dice la fiesta del toro y el mundo del toro, no del torero». Sin toros no hay fiesta. La primera instrucción que daba don Gregorio Corrochano a los espectadores primerizos de corridas de toros era: no pierdan de vista al toro. Donde está el toro, está el torero.
A El Viti le preocupan los recientes ataques contra el toro y a propósito de ellos ha publicado en «ABC» un artículo magnífico en el que, con pocas palabras, dice muchas cosas. El ataque a los toros es un ataque a las tradiciones españolas: no defienden al toro, sino abominan de la fiesta nacional. Muchos que defienden costumbres ajenas a nosotros e incluso peligrosas como «formas de cultura», como el velo islámico, rechazan la tradición taurina, que es de las más arraigadas y profundas de España. Por eso, los que no quieren ser España, odian los toros. Sin toros, algunas de las manifestaciones más importantes de la cultura europea no hubieran existido: ni parte de la pintura de Goya y Picasso ni la ópera «Carmen». Y si desaparecen las corridas, desaparecerá el toro bravo como especie zoológica. A los que tanto les preocupa la extinción de las ballenas, no les importa la del toro con tal de abolir las corridas.
Se decía que El Viti no sonreía: sonríe y ríe, y tiene mucho sentido del humor y habla un español bellísimo, buscando siempre la palabra precisa. Hemos cenado en El Jamonal, con los Sirgo; la camarera, atentísima, y la cena, muy buena, y después salimos a dar un paseo por el Muro. La mujer de El Viti, Carmen, es encantadora. Nunca se consideró mujer de figura: atendía a los tres hijos, a los negocios, mientras El Viti toreaba. Ahora caminan ella y mi mujer delante y nosotros, detrás y, al fondo, sobre la noche en el mar, se ven las luces de algunos barcos que cruzan el horizonte.
La Nueva España · 8 julio 2010