Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Yeats y Valle-Inclán

El autor advierte una cierta afinidad en las obras de los dos escritores

Para Isidoro Nicieza

Leyendo a la vez las recopilaciones de cuentos irlandeses de W. B. Yeats publicadas en español con los títulos de «El crepúsculo celta» y «La rosa secreta», y las narraciones de ámbito gallego de don Ramón del Valle-Inclán («Flor de santidad», «Adega», «Sonata de otoño», los cuentos de «Jardín Umbrío», la pieza teatral «El marqués de Bradomín»), se advierte en las obras de ambos escritores una cierta afinidad, más en el son que en la letra, aunque también en la letra. El clima meteorológico es de otoño tardío o invierno, el escenario rural, el ambiente mágico. William Butler Yeats (1865-1939) y Ramón del Valle-Inclán (1866-1936) fueron contemporáneos estrictos y nacieron en lugares, Irlanda y Galicia, en los que se aprecian rasgos semejantes, según confirman estos relatos. Yeats era poeta, dramaturgo y narrador; Valle-Inclán, narrador, dramaturgo y poeta. Yeats fue uno de los mayores poetas del siglo XX. Valle, por su parte, aunque no haya sido tan conocido internacionalmente como Yeats, a quien avala el premio Nobel de Literatura de 1923, es uno de los mejores prosistas de su época, y uno de nuestros mejores novelistas y dramaturgos, con esas cumbres absolutas que son «El ruedo ibérico» y «Divinas palabras». No obstante, es en obras de teatro de menor extensión, por lo general de un acto, donde Valle-Inclán evoca a Yeats o Yeats a Valle-Inclán. Yeats recurre para su teatro a figuras legendarias de Irlanda («La condesa Catalina», «Deirdree», etcétera), y algunas de las obras más intensas de Valle-Inclán presentan escenarios gallegos (la mencionada «Divinas palabras», «El marqués de Bradomín», teatralización de la «Sonata de otoño», las grandiosas «Comedias bárbaras», teatro y poema épico, algunas piezas del memorable «Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte», como «El embrujado») y uno y otro son innovadores en los asuntos, la manera de abordarlos, y en la superación de convencionalismos teatrales al uso. Yeats recurre para su teatro al esquematismo y la plasticidad del teatro «kabuki» japonés: teatro de gestos y siluetas, y de Valle-Inclán subtitula «Ligazón» como «auto para siluetas».

En Valle-Inclán son compatibles la exaltación barroca de «Divinas palabras» con las siluetas de «Ligazón» o las marionetas de «La rosa de papel». Se trata de que el teatro recupere su antiguo aliento trágico, y ambos autores incorporan las máscaras a la escena. En las obras más depuradas de Yeats y de Valle-Inclán, los personajes son siluetas, el decorado se reduce al mínimo, la acción discurre entre sombras llegando a ser una sombra ella misma. Ignoro si Valle-Inclán llegó a conocer el «kabuki» tanto como Yeats, pero en «Ligazón» confluyen líneas primitivas y refinadas, que, aventurando, podrían remitir al lejano y antiguo teatro japonés. Aunque Valle-Inclán encontró su tradición más cerca: afirmaba que el teatro español volvería a alcanzar su grandeza trágica cuando llegara a ser como la fiesta de los toros: otra tragedia en forma de espectáculo, otra forma de «kabuki». De hecho, las corridas y el «kabuki» son las dos únicas expresiones de espectáculo ritual que todavía quedan. Y en lo que a Valle-Inclán se refiere, más por la vida de los toros que del «kabuki» (era un gran aficionado, belmontista), el teatro vuelve a alcanzar cimas trágicas, en las «Comedias bárbaras» en «Divinas palabras», perdidas desde la muerte de Calderón de la Barca.

Pero es en las narraciones rurales y húmedas donde sentimos que Yeats y Valle-Inclán nos cuentan cosas parecidas, aunque lo hagan de diferentes maneras. El mundo narrativo de Yeats es mágico, corresponde al cuento folklórico por el que deambulan hadas y trasgos. El de Valle-Inclán es realista, pero rodeado de oscuros ecos telúricos. El otro mundo, tan presente en los cuentos irlandeses, también lo está en Valle («Mi hermana Antonia»). En Yeats los personajes deben andarse con cuidado para no traspasar las fronteras del reino de las hadas; en Valle hay aparecidos y endemoniadas, mendigos errantes, animales diabólicos, en un ambiente primitivo y supersticioso. Al igual que en Yeats, con sus viejos guerreros medievales, campesinas centenerias, poetas vagabundos. En Valle-Inclán flota el misterio; en Yeats, la magia y la ensoñación. La solución del misterio, en Valle es realista: la calavera se mueve porque tiene una serpiente dentro. En Yeats, en cambio, una mujer entra en el sueño de unos niños... Se abre el país de las hadas.

La Nueva España · 17 junio 2010