Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

La seriedad del toreo

Pese a la cogida de Julio Aparicio, los antitaurinos siguen estando de parte del toro

La espeluznante cogida de Julio Aparicio revela, por si hiciera falta demostración, la terrible seriedad del toreo. Muchos no quieren admitirlo y otros se obstinan en seguir midiéndolo según su rasero «progresista» que pretende acaparar el humanismo, o más bien darle la vuelta. Se considera al toro según conceptos humanos y al torero... El torero es el «malo» de la película, de la misma manera que lo son los colonizadores respecto a los nativos, los detectives frente a los delincuentes y los israelitas cuando se enfrentan a los palestinos. En el mundo «como debe ser» los toreros deben ser cogidos y los israelitas sólo fueron «buenos» cuando los masacró Hitler. No es de extrañar que exista esta mentalidad en un país donde hay un Ministerio de Igualdad que sólo sirve para desunir.

Viene esto a propósito de los comentarios aparecidos durante un reportaje sobre la cogida de Julio Aparicio en una cadena televisiva; algunos recordaban lo mucho que sufre el toro. A pesar de la cogida, los antitaurinos siguen estando de parte del toro. No digo que una cogida, por grave que sea, haga cambiar ideas enraizadas, pero sí sería rechazado y condenado por «políticamente incorrecto» que en medio de un reportaje sobre la represalias israelíes alguien recordara que los palestinos no son mancos, recordar que el toro también sufre cuando se está tratando de la cogida de Aparicio es, cuando menos, inoportuno.

Claro que el torero es lo más «incorrecto en materia política» que pueda darse. En el programa al que me refiero se encontraba presentes otros dos toreros que sufrieron cogidas brutales, Luis de Pauloba y Cardeño, a quien arroyó un toro al que recibía a «puerta gayola» llevándole media cara de una cornada. Yo vi aquella cogida por televisión, hace doce o trece años, y todavía me estremeció volver a verla. Cardeño, que vive con una pensión de quinientos euros al mes, no es de esta época posmoderna de vivir entre algodones. Recuperado de la terrible cogida volvió a torear. Hubiera vuelto a torear aunque tuviera que hacerlo gratis, lo que tiene que sonar a blasfemia en un mundo en el que todos los asesores cobran, y a la pregunta de si había visto a Dios, contestó que no, pero añadió que Dios estaba allí. Desinteresado, valiente y con un profundo sentido de la trascendencia, no es de extrañar que cobre quinientos euros y no se queje.

En el último mes se han producido dos cogidas muy graves. La de José Tomás forma parte del espectáculo y de la leyenda del torero. Cuando un buen torero, como es José Tomás, recibe tantas cogidas es porque no se deja coger. En consecuencia, no es un buen torero, ya que no distingue entre su terreno y el del toro, fundamental en la lidia. Evitar las cogidas es el principio del arte del torero, según precisa Pepe-Illo en su «Tauromaquia», lo que no le impidió a él mismo morir entre los cuernos del toro «Barbudo», en la plaza de Madrid.

La cogida de Julio Aparicio sobrecogió a todo el planeta. ¿Fue la cogida más terrible de la historia del toreo, como se ha insinuado? Sin duda, no, a pesar de la espectacularidad de la fotografía en la que aparece con el cuerno entrándole por la garganta y saliéndole por la boca. La cogida a «puerta gayola» de Cardeño tal vez haya sido más terrible, pues el toro salió deslumbrado de toriles, se detuvo un instante y arrancó contra el torero que le citaba de rodillas, desgarrándole con el cuerno la mitad de la cara. La de Luis de Pauloba fue también terrible, y al torero le quedaron más secuelas que a Cardeño. Que ambos hayan sobrevivido y que Julio Aparicio se esté recuperando, gracias a Dios, se atribuye a los grandes adelantos de la ciencia médica. Teniendo muchísimo mérito los cirujanos de plaza, unos profesionales como la copa de un pino, forzoso es reconocer, no obstante, que Aparicio tuvo mucha suerte. El toro metió el cuerno y lo sacó. Si hubiera cabeceado, cuando menos le habría arrancado la mandíbula.

La cogida más terrible de la que tenemos información precisa fue la de Granero, en Madrid, el 7 de mayo de 1922. Granero formaba cartel con Juan Luis de la Rosa y Marcial Lalanda, que confirmaba alternativa. El quinto toro de la tarde, «Pocapena», cárdeno bragado afilado de pitones y burriciego, de la ganadería del duque de Veragua, le empitonó por el muslo derecho, manteniéndole en vilo antes de arrojarle al suelo, donde le tiró varios derrotes, empujándole contra la barrera y allí, el cuerno penetró por su ojo derecho, destrozándole la cabeza contra las tablas. Valle-Inclán describió plásticamente la cogida: de pronto, la cabeza del torero quedó plana, como una montera.

Hemingway amaba los toros porque es el único espectáculo en el que se muere. Cuando en la plaza vemos a los toreros pálidos como el marfil y el tremendo e inexpresivo rostro del toro, sabemos que todo lo que va a suceder a partir del enfrentamiento entre ambos es muy serio. Como dice Cardeño, con toda razón: el toro sale a matar; si no, cualquiera sería capaz de ponerse delante de él.

La Nueva España · 10 junio 2010