Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Lord Tennyson y el Rey Arturo

La relación entre los poetas románticos y victorianos ingleses es parecida a la de los románticos y los de la primera Restauración españoles

W. H. Auden, gran poeta y excelente crítico, hace un elogio envenenado de lord Alfred Tennyson, poeta laureado, al afirmar que era el poeta inglés con mejor oído y el más tonto. Muy al contrario, Poe le elogia de manera tal vez desmesurada, para nuestro gusto actual de la poesía que hacía Tennyson: «No estoy seguro de que Tennyson no sea el más grande de los poetas. Sólo la inseguridad que acompaña a la concepción pública del término "poeta" me impide demostrar que lo es. Otros bardos producen efectos que son, de vez en cuando, producidos de otra manera que por lo que denominamos poemas. Sólo los suyos son poemas personales». Y señala Poe algo muy de acuerdo con su propia poética: que lo indefinido es uno de los elementos de la verdadera poesía. «Si el autor no se propuso deliberadamente», añade, «una sugestiva indefinición de significado con intención de causar una definición de efecto vago y por tanto espiritual, éste, al menos, surgió de los silenciosos impulsos de ese genio poético que, en su supremo desarrollo, contiene todos los órdenes de la capacidad intelectual». No obstante, y a pesar de la gran intuición poética de Poe, cuya crítica tanta importancia tuvo en el surgimiento de la poesía moderna, se tiene más en cuenta la opinión de Auden que la suya: la poesía de Tennyson es de muy buen sonido y muy poca sustancia. Otros críticos, sin llegar a llamarle tonto directamente, no parecen insinuar que fuera muy avisado.

La relación entre los grandes poetas románticos ingleses (Wordsworth, Coleridge, Byron, Shelley, Keats) y los victorianos (Tennyson, Browning, Matthew Arnold, Swinburne, que no comprendo por qué no está más de moda, ahora, porque era un golfo y un obseso sexual) es parecida, salvando las distancias, a la existente entre los románticos españoles (Rivas, Espronceda, Zorrilla Bécquer y Rosalía de Castro) y los de la primera Restauración borbónica (Campoamor, Núñez de Arce, etcétera). En ambos casos, los poetas posteriores salen perdiendo en la comparación. Tennyson podría tener su equivalente (insisto: salvando las distancias) en nuestro don Ramón de Campoamor. Esto no es una manera de menospreciar a Tennyson ni de elevar a Campoamor. Don Ramón de Campoamor tenía cosas como poeta, y también como teórico y crítico, muy estimables: lo malo, según Emilio Alarcos, es que cuando se ponía a escribir, olvidaba sus teorías. Animosamente, Luis Cernuda intenta deducir una teoría poética de Tennyson en su ensayo sobre «Pensamiento poético en la lírica inglesa», aunque evidentemente no es la teoría lo más fuerte de un poeta poco dado a la abstracción, que reconocía tener tan sólo algún vislumbre de Kant y apenas haber vuelto una página de Hegel. Mas no son las teorías las que importan en este poeta, y tal vez en ningún otro. Respecto a su poesía, al ser fundamentalmente sonora, le reduce bastante al ámbito de la lengua inglesa; pero también es un poeta visual («Los bosques arrasados, las aguas erizadas, / los rebaños reunidos sobre el prado; / y con intenso fulgor sobre torres y árboles / sale el sol iluminando en mundo»), con una viva tendencia hacia la balada. La más conocida es «La carga de la brigada ligera», sobre la desastrosa carga de caballería de Balaclava, en la guerra de Crimea, a la que, gracias al poema de Tennyson, entre otras cosas de ser una derrota militar en toda la línea provocada por un insensato, se convierte en un acto heroico de resonancias épicas. Sólo por esto, Tennyson merecía que le hayan hecho poeta laureado, en 1850, en sucesión de Wordworth, y ennoblecido más tarde, en 1884, con el título de barón, gracias al cual el poeta Alfred Tennyson se convierte en lord Tennyson, como se le conocía y a él le gustaba que se le reconociera. Tan elevado título premia, no obstante, no sólo los servicios a la Corona a través de la poesía, sino una dedicación poética constante, desde la infancia. A los cinco años compone un poema, a propósito del cual confiesa que fue la primera poesía que le conmovió; y a los ocho escribe en una pizarra unos versos libres al estilo de Thompson en elogio de las flores. En realidad, Tennyson fue, a lo largo de su carrera, un poeta lírico que consiguió buenos efectos en la épica, en la poesía narrativa y en las baladas, y en general, en las recreaciones del pasado. Tennyson no comprendía la época en la que vivió, lo que me parece formidable, razón por la que se refugiaba en el pasado, y de ahí surgen sus recreaciones del mundo artúrico, que tanta fama le han dado. Nacido en Somersby, Licolnshire, en 1809, era el hijo mayor de un pastor protestante, que dejó su herencia a su hermano siguiente (llegaron a ser doce hermanos), Charles, pero a él le enseñó griego y latín y le facilitó la lectura de Homero, Píndaro y Teócrito, y de «La muerte de Arturo», de sir Thomas Malory, libro cuyo recuerdo y fascinación le acompañarían siempre y a partir del cual reconstruye el mágico mundo del rey Arturo en «Los idilios del rey», que se publicó en sucesivas series (1859, 1869, 1872, 1885). La vuelta de Arturo en el siglo XIX, como corresponde al rey que fue y será, no se efectuó en forma de cuervo desde Avalon, sino con el verso de excelente sonido de Tennyson, que para estos poemas trabajaba las palabras con el cuidado de un joyero, aunque la acuñación fuera corriente. En otros poemas, como «In memoriam», Tennyson es de más hondura, pero fueron los «Idilios» los versos que le hicieron más popular, repitiendo las historias indestructibles del rey Arturo y de su reino.

La Nueva España ·15 octubre 2009