Ignacio Gracia Noriega
Nerval y Poe
Dos de los mayores creadores literarios del siglo XIX, que tuvieron vidas desgraciadas y muertes parecidas
Con poco menos de un año de diferencia nacen dos de los mayores creadores literarios del siglo XIX: Gérard de Nerval, en París, el 22 de mayo de 1808, y Edgar Allan Poe, en Boston, el 19 de enero de 1809. Aunque a Poe a veces se le considera sureño, como un «caballero de Virginia», él jamás se permitió el más leve guiño localista. Nerval, por su parte, se sentía atraído por «ese viejo país de Valois, donde durante más de mil años ha palpitado el corazón de Francia», tanto como Poe por una Europa gótica, de mansiones con ventanales ojivales carnavales venecianos. Para los dos, la Edad Media tenía un sentido atractivo y poético. En otro orden de cosas, Poe no parece un escritor norteamericano, como lo eran Nathanael Hawthorne, Henry W. Longfellow o Washington Irving, quienes vivieron en Europa mucho más tiempo que él, y Nerval, en numerosos aspectos, recuerda a los románticos alemanes más que a los franceses, tan palabreros como los españoles, según Cernuda. Nerval es el mayor poeta romántico francés, al tiempo que el más germánico, del mismo modo que Bécquer, el mejor romántico español, componía «suspirillos germánicos», según Núñez de Arce.
Los dos se sentían incómodos en el mundo que les tocó vivir. Nerval procuró librarse de él a través del sueño y Poe intentó explicarlo por medio de la ciencia, lo que no deja de ser un sueño, y tuvieron vidas desgraciadas y muertes parecidas, en el aspecto de que fueron desastrosas. «Su inquietud arrastró a Gérard de Nerval al Oriente, a la locura, al suicidio», escribe Walter Muschg, brillante historiador de desdichas literarias. Poe no llegó a la locura ni al suicidio, pero sí al alcoholismo. Su caso, según Muschg, fue «especialmente macabro», aunque el crítico reconoce que «no tuvo que ahogar en alcohol su pena por defectos físicos, como Hoffmann, Grabbe, Keller o Verlaine, pues fue un joven muy bien parecido». Tampoco es explicación que bebiera por consolarse de la explotación de los editores o para conseguir efectos literarios, como sugiere Baudelaire. El propio Baudelaire debía saber muy bien que se bebe por otros motivos y habitualmente sin motivo.
Almas bienintencionadas atribuyen ambas muertes a accidentes: a un accidente electoral y democrático la de Poe y a la del intenso frío de la noche del 25 de enero de 1855, con temperaturas de 18º bajo cero en París, cubierto por la nevada, la de Nerval. El poeta llevaba varios días descontrolado y deambulante: aquella noche cenó en un cabaret y a la madrugada siguiente apareció ahorcado de una verja en un callejón miserable y sin salida, la calle de la Vieille-Lanterne, que podría haber sido el escenario de un cuento de Poe. Algún imaginativo especuló que se había atado al cuello un cordón que llevaba siempre en el bolsillo, para dormir al cerrar el flujo de sangre al cerebro. Por lo menos, se produjo el sueño eterno. A Poe le dieron de beber más de la cuenta durante una jornada electoral en Baltimore. Murió víctima, pues, de un sistema político que siempre despreció.
Ramón Gómez de la Serna, que escribió luminosos textos sobre los dos, señala que Poe influyó sobre Nerval: «Barbey d'Aurevilly y Villiers de l'Isle Adam también Nerval, pusieron en sus cuentos la sorpresa macabra y la disquisición en lo trágico que fueron otras invenciones de Poe». No es ahí donde la coincidencia de ambos, más que influencia de uno sobre otro, es más notable. En los cuentos, Poe tiende al orden, a la razón (a organizar y racionalizar el horror y el misterio, narrándolos, es decir, ordenándolos), en tanto que Nerval es caótico. No hay ningún orden en el sueño, mientras que la ciencia es poner en orden la naturaleza. Poe se tenía por científico, mientras Nerval era un soñador. Al final de «Aurelia» entiende que sólo «fuera del sueño podía juzgar con mayor lucidez el mundo de ilusiones en que había vivido». Pero le resulta imposible desprenderse de él, porque «el sueño es una segunda vida. Jamás pude traspasar sin estremecerme esas puertas de marfil o córneas que nos separan del mundo visible». En cambio, en Poe, es en el mundo real donde se producen las más diversas variantes del horror, bien por venganza («El barril de amontillado»), alcoholismo («El gato negro»), desequilibrio psicológico («William Wilson») o experimento científico («El caso del señor Valdemar»). Figuras procedentes de otra dimensión o del sueño, como la inmensa imagen blanca que cierra abruptamente la «Narración de Arthur Gordon Pym», no son habituales en Poe, mientras que abundan en las alucinaciones de Nerval, señaladamente en «Aurelia». No obstante, siendo tan diferentes las naturalezas de sus alucinaciones, son autores de dos extraños poemas cósmicos en prosa: «Aurelia» y «Eureka», aunque Nerval estaba convencido de que escribía un relato y Poe un ensayo científico acerca del origen y el destino del universo. Nerval tiende a la ensoñación, y por esa vía, a la alucinación, y Poe a la racionalidad y a la ciencia alucinada, y los dos, en resumen, poesía.
Escribieron poco verso y abundante prosa, y de sus versos, al confluir los de ambos en Baudelaire, surge la poesía moderna. Coleridge había señalado el carácter vago y nebuloso de la poesía. Nerval va más allá: la poesía es inexplicable. Aunque Poe la intenta explicar, señala algunos principios muy válidos: como si se tratara de la paradoja de Aquiles y la tortuga, no hay poema extenso, sino sucesión de poemas breves, de atisbos.
Las mujeres de ambos son como sombras (la enérgica «Jenny», de Nerval, procede de una traducción). Las de Nerval vienen directamente del sueño y las de Poe, de la tradición caballeresca y de los usos románticos. Con ellos, la ciudad moderna entra en la literatura, que es el tema de Baudelaire, sucesor de ambos, y de Stevenson, sucesor de Poe: nos referimos al Dr. Jekyll y Mr. Hyde, que no serían posibles sin la calle de la Morgue. En las ciudades, ambos poetas encuentran la culminación del horror: Nerval en París desolado por la nevada, y Poe en la borrachera electoral (se pedía el voto emborrachando a los electores) de un tremendo día que hizo escala en Baltimore, la primera ciudad del mundo, por cierto, iluminada por luz de gas: modernidad pura.
La Nueva España ·12 junio 2009