Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

El buen invierno

Lo sucedido en los últimos meses desdice las agorerías del cambio climático

Le oí decir a Rafael Anes que si nieva bajo la luna de octubre, siguen siete lunas de nieve. En esta ocasión no falló el refrán meteorológico y, en consecuencia, tuvimos un buen invierno. Un invierno muy profesional que, de momento, desdice las agorerías del cambio climático y va a matar de frío al pobre mosquito tigre. Volvimos a tener un invierno como los de antes, cuando se formaban carámbanos en los tejados y sabañones en las orejas. Ya no hay sabañones, pero ver carámbanos no está de más, de vez en cuando. Este año los caballos echaron mucho pelo, comieron mucho y engordaron poco, y los venados llegaron hasta los prados donde pastan los caballos. Comiendo el otro día en Sorribas, vimos dos corzos en el lindero del bosque, tan tranquilos y quitados de la pena. Evidentemente, a los corzos y a los venados no los asustan los caballos, y a los caballos sólo los asusta el recuerdo de los leones. Con la primavera, la naturaleza vuelve a surgir con todo su esplendor. De un día para otro, el campo se llena de florecillas y los árboles, de hojas. Casi se siente correr la savia por las ramas. Mas en los altos, los árboles todavía no han soltado las hojas y presentan, lo mismo que el paisaje, un aspecto invernal.

En vísperas de la semana laica, que en Piloña no abruma, vamos a los puertos a ver la nieve por la collada de Arnicio. Nos adentramos en el valle del río de La Marea, que se va estrechando conforme se avanza por él. En La Marea, Casa Maruja sigue siendo una de las buenas casas de comidas de la Asturias rural, y Maruja está como siempre: magnífica anfitriona. A escasos metros del restaurante, el puente sobre el río parte los concejos de Piloña y Caso. El primer pueblo de Caso es Las Cuevas; luego, en alto, desviado a la izquierda, está El Tozo, donde asegura Enrique Noriega que se come muy bien.

El ascenso a la collada de Arnicio, de 908 metros, es considerable. Desde allí, se ve abrirse el valle del Nalón, con las cumbres cubiertas de nieve formando un ruedo. Empezamos a ver nieve aquí y ya no dejaremos de verla hasta el regreso. El primer pueblo de esta vertiente es Nieves, un kilómetro apartado de la carretera; después está Bueres y Orlé, y finalmente Campo de Caso. Seguimos hacia el puerto de Tarna, con parada en el bar Nalón de Soto de Caso. Hay en Asturias muchos bares rotulados Nalón, pero éste está al lado del puente y desde su interior de bar-tienda clásico, con una mesa de escritorio de cortina detrás del mostrador, se escucha el paso del río. Los pueblos que siguen hacia arriba son Bezanes, en una pradera, La Foz sobre el río y Tarna: poco después de pasado Tarna empieza a verse nieve en las cunetas. ¡Y estamos en abril!

La nieve llena de manera maravillosa todo el paisaje según subimos. Hacia la fuente La Nalona las cabañas están rodeadas por la nieve y en las cumbres próximas se ve la nieve estriada, recibiendo los rayos del sol de media mañana. El puerto de Tarna, de 1.490 metros, es de los más hermosos de la Cordillera. Un puerto amplio, que desciende suavemente hacia la gran llanada nevada que se extiende en una interminable ondulación de montañas y colinas hasta las altas y lejanas montañas blancas que cierran el horizonte por el Este; seguramente son las montañas de Liébana. El bar del puerto tiene el grato y severo aspecto de un refugio de alta montaña. La muchacha que atiende el mostrador y un cliente protestan (con razón) porque en el puerto, donde es fácil quedar incomunicado, los teléfonos móviles no tienen cobertura. La muchacha comenta que allí se vive como en el siglo XVIII. Es verdad: todavía muchos lugares de Asturias están como en la Edad Media, pero padeciendo la pedantería del siglo XXI. A la entrada del bar, tres gatitos miran a través de la ventana hacia el interior: uno blanco, otro negro y el tercero a rayas. El tercero es cariñoso: acepta todas las caricias que los otros dos rehúyen.

Sobre el cielo azul, un gran águila con las alas desplegadas, inmóvil como si fuera un cometa. Continuamos ascendiendo hasta el puerto de Las Señales, de 1.623 metros, cubierto de pinos y nieve blanquísima. La esplendorosa imagen de los pinos sobre la nieve evoca una estampa de Navidad. Por estas alturas nace el río Porma, donde empieza a tomar aspecto de río, asoman trozos verdes bajo la nevada. En Puebla de Lillo no hay nieve en el valle, pero sí en los montes. La torre redonda, sobre la que campea el enorme ruido de una cigüeña, parece un faro en medio de montañas. Atravesamos el puente sobre el río para comer en el restaurante Madrid. La comida es honesta. Una amable señora recorre el comedor, mesa a mesa, preguntando si todo está en orden. Todo está muy bien, señora, muchas gracias. Después de comer (en este restaurante tienen puros, cosa no tan frecuente como debería ser), volvemos a ponernos en dirección a las montañas, aunque en esta ocasión tomamos la carretera del ocaso, hacia el puerto de San Isidro. Isoba está entre Puebla de Lillo y el puerto: por aquí da sus primeros pasos como río el río Silván. Las construcciones de San Isidro le dan aspecto de estación suiza, y más abajo, unas pistas de nombre poético, Fuentes de Invierno, reciben el sol frío y dorado de la tarde.

La Nueva España ·22 mayo 2009