Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

¿Quién es Gracia Noriega?

Vamos a empezar por el principio. Nací en 1945 en Llanes, famosa villa costera, medieval e indiana, de la comarca oriental de Asturias. Soy, por lo tanto, asturiano y llanisco del mismo modo que Pío Baroja era guipuzcoano y donostiarra, y puedo decir, lo mismo que él, que lo primero me gusta, y lo segundo, poca cosa. Y no me gusta ser llanisco por los mismos motivos que a Baroja no le gustaba ser de San Sebastián. Llanes, en pocos años, se ha convertido en una villa de forasteros y fondistas, y allí donde los llaniscos, en colaboración con los madrileños, ponen la mano, se levanta una cosa fea. Pío Baroja criticaba a su pueblo en 1917; entonces, la especulación inmobiliaria en zonas costeras no presentaba los caracteres alarmantes que ahora, con un urbanismo de segundas viviendas masificado y atroz, del que Llanes es uno de los modelos más espeluznantes del norte de España.

Mi infancia transcurrió felizmente en Llanes, en la casa con jardín en la que nací. Aunque no se trata de una novela autobiográfica, el ambiente de mi infancia se parece bastante al descrito en mi novela Dudoso paraíso. Recibí las primera letras en el colegio particular de las señoritas Mantilla, un antiguo caserón con entrada para carruajes, en la plaza mayor. En una de las aulas había unos carteles amarillentos con viñetas de muchos colores, que representaban episodios de la Historia Sagrada, desde la Creación a la Resurrección. Cada vez que leo versos de Antonio Machado:

Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo y muerto Abel,
junto a una mancha carmín

Me acuerdo del colegio de párvulos y de que mi mayor preocupación entonces era salir de allí pronto para montar en bicicleta. Las señoritas eran primas de Ramón Pérez de Ayala, y todos los días se rezaba por la salvación del primo Ramón, y por la conversión de Rusia. Rusia traía a mal traer a las señoritas, sobre todo a la señorita Amparo, que nos mostraba el mapa de Europa y nos decía: "Mirad dónde está Rusia: no está tan lejos. Pero España, aunque sea un país pequeño, es el más católico, y resistirá".

En vivo contraste con las señoritas Mantilla estaba el maestro Mochales, bon vivant y republicano, que me daba clases particulares, me explicaba lo del triángulo escaleno y me hablaba con mucho elogio de los riñones al jerez del Bar Venecia y de don Manuel Azaña, advirtiéndome que no le dijera nada de Azaña a mi padre; en cambio, mi padre no tenía inconveniente en llevarme a comer riñones al jerez.

Hice el ingreso del bachillerato en el Instituto Jovellanos de Gijón, el resto del bachillerato en el Colegio de los PP Dominicos de Oviedo. Luego pasé a la Universidad, para hacer Filosofía y Letras. Por aquel entonces, en Oviedo sólo había la especialidad de Filología Románica, que empecé a estudiar a regañadientes. Emilio Alarcos Llorach recuerda en el prólogo a uno de mis libros, Los asturianos pintados por sí mismos que yo andaba por la Facultad, "sonriente siempre y asombrado de verdad de que en los estudios de Letras hubiera asignaturas de tan poco fuste artístico y literario como la gramática histórica y la filología románica". De manera que cuando empezó a funcionar la especialidad de Literatura Hispánica en Madrid, me matriculé en ella, aunque sin romper ningún lazo con la Universidad de Oviedo, manteniendo estrecha y entrañable amistad desde entonces con mis antiguos profesores Emilio Alarcos, Álvaro Galmés de Fuentes, Gustavo Bueno y José Mª Martínez Cachero, principalmente.

No puedo pasar sin recordar a alguien que por aquellos años influyó sobre mi y sobre algunos de mis amigos de manera beneficiosa y profunda, don Pedro Caravia Hevia, catedrático de Filosofía en el Instituto de Enseñanza Media de Oviedo, discípulo de Ortega y Gasset, y un liberal riguroso, valeroso y lúcido. Nos reuníamos con él en un bar de la plaza del Fontán (la del mercado de Oviedo, en la que se desarrolla Tigre Juan, de Pérez de Ayala), Casa Bango, y mientras bebíamos vino blanco y don Pedro fumaba su pipa, nos explicaba cosas elementales, pero que algunos no han entendido todavía, como que no se deben confundir libertad y democracia, o bien, en el terreno literario, que leyéramos a Dostoiewski, pero que no por eso dejáramos de leer a Conrad ni a Simenon, capaces de fondear en el alma del hombre a tanta profundidad como el autor de Crimen y castigo. A mi me aconsejó que leyera a Leibniz y, en cuanto que interesado por la literatura, a Dilthey: dos consejos que no le agradeceré suficientemente. Leer a Leibniz, o a Spinoza, por consejo de mi buen amigo Vidal Peña, que por aquel tiempo trabajaba sobre él, me libró de muchas lecturas habituales de los años sesenta y bastante menos atractivas. A mi primo Santiago González Noriega, aunque por entonces era un radical en política, le debo el conocimiento de Arthur Schopenhauer y de Friedrich Nietzsche; también el de Freud, !qué le vamos a hacer!, pero éste dejó de interesarme cuando empecé a leer a Nabokov. A Gustavo Bueno le debo Locke. En primero y segundo de carrera, Gustavo, recién obtenida su cátedra de Universidad, se empeñaba en explicarnos lógica matemática. Yo le expliqué, a mi vez, que me interesaba muy poco aquello, él lo entendió y me encargó dos trabajos: uno de carácter histórico sobre las sociedades económicas de Amigos del País, y el otro sobre el "Ensayo sobre el gobierno civil", de Locke. Todavía el otro día, en su casa de Niembro, me enseñó los folios sobre las Sociedades Económicas, y me animó a que ampliara aquel trabajo para publicarlo. En fin, si dispusiera de más tiempo ...Y no puedo quejarme de falta de tiempo, ya que dedico en exclusiva a escribir y leer. Pero aún así, no tiene uno tiempo para todo lo que quisiera.

He citado a Nabokov y voy a permitirme contar cómo lo conocí. Un día de invierno entré en el Casino de Llanes y, como olía a humo, se me ocurrió asomarme al cuarto del conserje, donde éste estaba encendiendo la calefacción ... con libros. Había cambiado la directiva y la entrante expurgaba la biblioteca. Entre los libros condenados se encontraba Desesperación, de Nabokov. Lo abrí, y la primera frase me resultó tan deslumbrante que decidí salvarlo. Empezaba así: "Si yo no estuviera perfectamente seguro de mi capacidad de escribir y de mi maravillosa habilidad para expresar las ideas con la máxima gracia y viveza ...". Un autor que tenía tan buena opinión de sí mismo, no podía ir al fuego. Le pregunté si podía llevármelo al conserje, que me contestó que de ninguna manera al tiempo que me daba la espalda; lo que yo aproveché para meter el libro en un bolsillo del abrigo e irme.

Según Juan Cueto, formo parte de una generación en la que se incluye él mismo, y a la que pertenecen, además, los novelistas Mariano Antolín Rato, José Avello Flórez y José Manuel Álvarez Flórez, el pintor Eduardo Úrculo, el decorador Chus Quirós y los filósofos Santiago González Noriega y Vidal Peña. Gente más bien cosmopolita, salvo Vidal Peña y yo, que no salimos de Asturias ni a cañonazos. Lo más al sur que yo estuve en mi vida fue el año pasado en Cuenca, dando una conferencia en la UIMP. A veces me alejo un poco, para ir a una corrida de toros. Eso sí, conozco muy bien Asturias y zonas colindantes: oeste de Santander, norte de León y Palencia, y este de Galicia. A estos viajes los llamo "de cercanías", pues nunca está uno más de dos días fuera de casa, y es muy posible que componga un libro sobre ellos.

Nunca practiqué ningún tipo de deporte, salvo el frontón, la caza y el montañismo llaneando, lo que me dejó mucho tiempo para leer. De niño leí lo habitual: Julio Verne, Mayne Reid, Ballantyne, el capitán Marryat y, sobre todo, a Salgari y Karl May. Luego vinieron Fenimore Cooper, Washington Irving (cuyos Cuentos de la Alhambra leí estando con fiebre), y el gran descubrimiento de Walter Scott con El anticuario, y a quien aún hoy sigo leyendo con verdadero placer; y, naturalmente, los imprescindibles Stevenson, Kipling y Herman Melville. Las "Historias Extraordinarias" de Poe las leí por primera vez en las buhardillas de mi casa, a la luz de una vela. Jamás podré encontrar mejor marco para tan fascinante lectura. También leí con gozo las formidables aventuras de Guillermo Brown, escritas por la señora Richmal Crompton.

En cuanto a "otra literatura", en casi todas las casas de Asturias de aquellos años se encontraban obras de don Armando Palacio Valdés. Recuerdo, entre las primeras que leí, Santa Rogelia, Riverita y Maximina. También leí, y esto no deja de ser sorprendente, "La perfecta casada" de fray Luis de León, y una "Historia del Mundo en la Edad Moderna" en muchos tomos. Mi abuelo, que era un gran admirador de Napoleón (de hecho, mi casa está llena de estatuas y bustos de Napoleón, Napoleón a caballo, Napoleón a pie, Napoleón huyendo de Rusia en un trineo con el general Caulaincourt), tenía las obras de Stendhal y el "Memorial de Santa Elena", de Las Cases, libro que aún hoy sigue fascinándome. También leí a Blasco Ibáñez de arriba abajo, y , cosa curiosa, hasta escribí un cuento de ambiente levantino, en el que los personajes hablan en valenciano. Aunque lo primero que escribí fue un cuento sobre los Reyes Magos, que se conserva, y una novela del oeste, que se ha perdido, ambos escritos a lápiz. El primer relato de Álvaro Cunqueiro también fue una novela del oeste, en la que los indios hablaban en gallego y los vaqueros en español. Como yo no padecí los efectos del bilingüismo, en mi novela hablaba castellano todo el mundo, incluidos los mejicanos, que eran los "malos".

Mi prehistoria literaria es anterior a los años sesenta. Un cuento que trata de una peregrinación de indios mejicanos a una ermita se titula significativamente Santuario: título tomado evidentemente de Faulkner. Algo estaba empezando a cambiar rápidamente. Yo leía afanosamente las revistas Índice y Acento cultural, leía a Sartre en las traducciones de Losada y, en la biblioteca del Colegio, la colección completa de los Clásicos Castellanos, mientras, en horas de clase, traducíamos La Iliada y estudiábamos a don Marcelino.

Un día, por las ferias de la Ascensión de Oviedo, me detuve en el Campo de Maniobras, donde había tiovivos, tiro al blanco, el Teatro Argentino (que era pura golfería y espectáculo no autorizado para menores), coches de choque y hasta un tenderete con libros de ocasión, y en ese tenderete compré un volumen de cuentos de Hemingway. Creo que fue la mejor inversión que hice en mi vida, y no exagero si confieso que en ese libro aprendí a escribir. Mis primeros cuentos recuerdan a Hemingway, lo que no me parece mal, del mismo modo que tampoco me parece mal pertenecer a un pueblo que ha sido conquistado por Roma. Incluso ahora vuelvo a escribir a veces deliberadamente a la manera de Hemingway, historias de caza o de montañas y bosques. Naturalmente, también leí a Faulkner y lo sigo leyendo, aunque sin permitir que me influya. Bien es verdad que a los sesenta años ya no se reciben influencias. Pero Faulkner es más peligroso que Hemingway, porque con Faulkner no cabe otra cosa que la imitación, en tanto que con Hemingway se está aprendiendo continuamente.

Otro escritor de quien también he aprendido mucho es de Pío Baroja. En cierto modo, soy un noventayochista, y nunca dejé de leer, desde los catorce o quince años, a los autores del noventa y ocho, a quienes, de acuerdo con mis intereses literarios, ordeno de la siguiente manera: primero, Baroja; en segundo lugar, Valle Inclán; en tercero, Azorín; en cuarto lugar, Unamuno, aunque reconozco que Unamuno es el autor más completo de todos ellos.

A otra influencia importante he de referirme, y es la etnología, en la que me interesó Ramón Valdés de Toro, a quien Gustavo Bueno introdujo en la Universidad de Oviedo. Las lecturas de "La rama dorada" de Frazer o de "Argonautas del Pacífico Sur", de Malinowski, fueron, junto con otra docena de títulos, muy importantes para mi.

También fue importante el cine, e incluso llegué a rodar dos películas, un western, retóricamente titulado "Muerte en la alta sierra", imitando el título "Duelo en la alta sierra", de Sam Peckinpah, en las sierras llanas de los contrafuertes de la sierra del Cuera, y una película en Oviedo, en la que por única vez en mi vida me permití hacer de actor, interpretando a un comisario de policía que fumaba puros como Orson Welles. Para hacer el western disponía de caballos, armas y hasta de una diligencia que había pertenecido al senador Parres Sobrino. Poco me imaginaba yo mientras rodaba que, sin tardar mucho, conocería al propio Sam Peckinpah en persona, que pasó unos días en Llanes antes de marchar a Inglaterra para hacer Perros de paja. Las dos películas se han perdido, y la policíaca no se terminó de rodar porque a parte de los actores los metieron en la cárcel, no porque fueran malos actores, sino porque algunos estaban implicados en el partido comunista que empezaba a funcionar en la Universidad.

He publicado veinte libros y ocho o diez mil artículos. No obstante, soy un escritor tardío; mi primer libro (si exceptuamos Asturias en pocas palabras), "Las Crónicas de la Cofradía de la Mesa de Asturias", es de 1982. Publiqué cinco novelas y nueve cuentos, el primero publicado en 1972: "Itaca", "El sándalo", "Gaitas", "Loch Ness", "Poeta de Comagene", "Morir aquí", "Livingstone", "El sueño de la hermana de Alicia" y "En el bosque". Naturalmente, toda esta obra es como una "cabeza de iceberg", tanto en la narrativa como en el ensayo. Si algún día se llega a publicar el inmenso material inédito (cuentos y novelas, ensayos de crítica literaria, ensayos sobre mitos, sobre Shakespeare, sobre sabores, sobre bestiarios medievales, sobre el mar, sobre el paso del tiempo, sobre vidas ejemplares, etc.), seguramente resultaré ser un escritor muy distinto al que soy de acuerdo con lo que hasta ahora he publicado. De algunos de los libros publicados estoy muy satisfecho (las novelas, los ensayos "El viaje del Norte", "Alarcos en Oviedo", "Hombres de brújula y espada", "Los asturianos pintados por sí mismos", etc.), aunque todos ellos remiten a una cierta especialización asturianista que no me define enteramente.

Como escritor me sucede algo que ha sido señalado ya por Juan Velarde en 1993:

el asombro ante el hecho evidente de que Gracia Noriega sea un escritor profundamente ignorado en Madrid, en los grandes periódicos españoles, en las editoriales que ponen y quitan famas, en el mundillo de los intelectuales que pontifican.

En el mismo sentido se ha expresado Fernando Ortiz en un artículo publicado en "El Correo de Andalucía":

Cuando un escritor ha cumplido cincuenta años, tiene en su haber una amplia y excelente bibliografía y no es conocido siquiera por muchas de las gentes de letras, algo malo le pasa al país, que no al escritor, que está a lo suyo, escribiendo y publicando.

Mentiría si dijera que no soy conocido ni en mi tierra, porque en Asturias disfruto de popularidad gracias a mis artículos casi diarios, publicados desde hace más de treinta años en el diario ovetense La Nueva España. Mas en provincias limítrofes, con las que tengo mucha relación, la cosa cambia. En León soy conocido en ambientes taurinos, y en Santander, a donde acudo todos los años como conferenciante a la UIMP, se me considera más como gastrónomo, miembro de honor de una Cofradía de Amigos de los Quesos, y, asómbrense, por algunos artículos que he escrito sobre boxeo.

Como novelista he publicado cinco novelas hasta el momento. Aunque no dan mi perfil completo y tal vez ni aproximado como novelista, por lo mucho que tengo inédito, sí presentan a un novelista bastante peculiar, muy apartado de las temáticas y mundos narrativos que predominan en esta época. Estas novelas expresan un mundo propio, muy personal, y se caracterizan por una gran variedad de ambientes, personajes, situaciones y modos narrativos, pese a desarrollarse todas ellas en un espacio geográfico reducido, en el partido judicial de Permalles, situado en algún lugar de Asturias, entre el mar y las montañas. Sus límites son, al sur, un imponente macizo montañoso llamado los Grandes Grises; a levante, el río Quirón; al ocaso, el río Vigil, y al norte, el Imperio de su Majestad Británica, como solía constar en algunos documentos notariales asturianos antiguos. Permalles, claramente, procede del condado de Yoknapatawpha de las novelas de Faulkner, por lo que no me gustaría que se mencionasen a propósito de él Macondos ni Comalas, pues no he leído "Cien años de soledad" y "Pedro Páramo" me aburrió soberanamente. Tan solo en una novela, El paso de Faes, Permalles recibe el nombre de Llanes, debido a que se trata de una novela histórica, basada en documentos que nombran continuamente Llanes. Sin embargo, esta precisa localización geográfica, no implica la tentación del localismo ni del costumbrismo. Todo lo contrario: Permalles es Asturias, pero también el universo. Como escribió Ernts Robert Curtius en su ensayo sobre Ramón Pérez de Ayala:

Esta patria asturiana del escritor, con sus cumbres rocosas y verdes valles, con sus antiguas y adormecidas ciudades, linda sin embargo con el mar del mundo.

Permalles es el punto de referencia de hechos que suceden en todo el planeta y a lo largo de más de mil años de historia.

Mis novelas se desarrollan todas en el pasado. La más contemporánea es Dudoso paraíso, que se desarrolla en los años cincuenta del pasado siglo. Me siento muy a gusto en los siglos XVIII y XIX, y jamás he hecho la tentativa de escribir sobre la presente sociedad: tal vez esto sea una manera de rechazarla. Según ha escrito un crítico a propósito de mis obras:

Indianos, buhoneros, obispos, partidas carlistas, bandoleros, albaceros, hidalgos, marinos y clérigos regulares, componen, entre otros, el abigarrado y vasto mosaico humano de su narrativa, en la que se va afirmando el gusto por viejas historias y por un mundo definitivamente periclitado.

Mis grandes motivos narrativos son el otoño, el invierno, la nieve, el mar, las altas montañas, las pequeñas ciudades, los viejos caminos, la caza, el viento ... Me encanta aquello que Vintila Horia escribió sobre Ernts Jünger:

Vivir encerrado en una casa, en medio del bosque y de la nieve, meses seguidos, escribiendo un libro y paseando en medio de la soledad infinita, como en una novela de Ernts Wiechert, como en los más remotos recuerdos.

Y también el programa de Charles Sainte-Beuve:

Escribir cosas agradables y leer grandes cosas.

Para poder leer y escribir es necesario aislarse; como decía Martin Heidegger:

No salir, ni para mirar por la ventana.

Decía Jünger que el hombre libre es aquel que puede permitirse no salir de su casa y que tiene un arma de fuego para defenderla. Yo, durante muchísimos años, hice aquellas tres cosas que tanto le gustaban a Antonio Machado: leer, escribir y pasear. A estas alturas he dejado de pasear, porque los viejos caminos han sido hormigonados, los bosques han sido talados para construir en su lugar urbanizaciones de adosados, y por todas partes hay automóviles y gentes sudorosas en calzón corto, soltando el resuello.

En mis novelas, salvo "En un jardín tenebroso", se percibe cierta entonación épica, de modo especial en "El muro de la eternidad". Y todas estas novelas (me doy cuenta ahora), no son de personaje principal sino colectivo, excepto "Dudoso paraíso", en la que un personaje, en la madurez, a los cuarenta y tantos o cincuenta años, recuerda su infancia y el personaje que fue entonces y que ya no existe. En "El muro de la eternidad" actúa un personaje colectivo, que se mueve a impulsos de la galerna. La galerna es el verdadero protagonista de la novela. En esta novela, por tanto, la tercera persona es indispensable, lo mismo que en El paso de Faes, que tiene cierto aire de crónica. En "El viaje del obispo de Abisinia a los Santuarios de la Cristiandad", Rafael Conte percibió la presencia del autor omnisciente, que yo, por cierto, no he pretendido ocultar. En "Dudoso paraíso", al tratarse de una evocación, la primera persona fluye de manera natural. Por cierto, a propósito de esta novela cabe preguntarse si es novela o colección de cuentos. No creo que merezca la pena detenernos en este aspecto. Confiese que yo la comencé a escribir como una serie de cuentos que tienen el mismo narrador y personajes, paisaje y escenarios comunes: esto es, como si fuera una novela.

Mi primera novela publicada es "El viaje del obispo de Abisinia a los Santuarios de la Cristiandad", en 1987, después de haber obtenido el Premio Tigre Juan de Novela de 1986. A estas alturas ya había publicado diversos libros, algún que otro millar de artículos, y algún cuento, como "Itaca", publicado en 1972 en un periódico de Madrid, sobre el regreso de Ulises a su casa, después de largas navegaciones; "El sándalo", que refiere el viaje a las costas de Okfir de unos marinos del rey Salomón en busca de oro, plumas de pavo real, marfil y maderas preciosas; "Gaitas", donde se relata una aventura en la India durante la sublevación de Nana Sahib en 1857, y "Loch Ness", que es un cuento macabro. "El viaje del obispo de Abisinia a los Santuarios de la Cristiandad" procede de la lectura de "Las peregrinaciones" de Fernao Mendes Pinto, la vasta memoria de un aventurero portugués del siglo XVI en la que se refiere en un par de líneas la historia de un obispo abisinio que aspiraba visitar los tres grandes Santuarios de la Cristiandad: Santiago de Compostela, Roma y Jerusalén. Y como entre Santiago y Roma se encuentra Permalles, el obispo que viaja acompañado de un hombre alto y de un babuino lujurioso, hace escala en la villa, en la que le suceden diversas aventuras y padece el acoso de los volterianos locales. Trasladé el desarrollo de la historia del siglo XVI al XIX, con fondo de la primera guerra carlista, que en Permalles tuvo poca repercusión, porque se trata de villa liberal, y se ofrece una versión humorística y benevolente del universo permallano. Le hizo mucha gracia a Severo Ochoa, y Juan Cueto, que la prologó, señala las influencias de Chesterton y Cunqueiro. Más que influencias son afinidades, pues Chesterton y Cunqueiro figuran entre los escritores que más estimo, aparte que, en vida de Cunqueiro, me unió con él una buena amistad. Para esta novela he escrito una continuación, La puerta del infierno, que permanece inédita.

En 1988 gané el premio de novela Casino de Mieres con "El paso de Faes", publicada ese año. Como hemos de ocuparnos de ella de manera más específica, lo mismo que de "En un jardín tenebroso", vamos a centrarnos ahora, muy brevemente, en "Dudoso paraíso", que obtuvo el premio Asturias de Novela, concedido por la Fundación Dolores Medio, de 1989, y en "El muro de la eternidad".

"Dudoso paraíso", publicada en 1990, trata de los primeros pasos por la vida de un personaje llamado Eduardo, que volverá a aparecer en otras obras y narraciones, un poco como alter ego del autor. "Dudoso paraíso" es una novela un poco rara si se tiene en cuenta que en las novelas sobre la infancia que escriben las gentes de mi generación suceden cosas terribles y la mayoría de los personajes que rodean al pobre niño son perfectos bellacos, en un mundo desolado, lleno de curas y de guardias municipales dedicados a la maldad y a la represión. En mi novela, que lleva como pórtico un verso de Cernuda, "la infancia, / ese jardín que abandonamos sin saberlo", hay nostalgia por el paraíso perdido, pero no deseo de arreglar cuentas con una época que, guste o no reconocerlo, fue la que correspondió a algunos de los mejores días de nuestras vidas, en los que lo maravilloso podía convertirse en cotidiano, y, como escribió Yeats, "no admitimos ciudad hermosa que no esté enlosada de oro y plata".

"El muro de la eternidad", publicada en Avilés en 1991, y en la actualidad totalmente agotada, es una novela de mar, y, como el mar es un asunto épico, puede ser una novela épica. Yo soy un constante lector de Poe, de Melville, de Stevenson, de Conrad, de Marryat, aunque la novela es de asunto permallano. El 15 de octubre de 1833, el patache "Nuestra Señora de las Lindes", del pósito de Llanes, fue sorprendida por una "horrorosa tempestad", y después de enfrentarse bravamente a la galerna, encontró al fin refugio en el puerto de San Vicente de la Barquera. La novela se desarrolla en dos planos: los vecinos de Permalles, que contemplan impotentes la galerna desde la costa y apenas pueden hacer otra cosa que rezar y los marineros que, desde el patache, se enfrentan a las olas. Tanto en tierra como en el patache hay heroísmo y mezquindad, valor sereno y puro histerismo, egoísmo y generosidad, miedo y esperanza. Al final, los marineros de patache se salvan, pero otros han perecido en la galerna; como escribe Herman Melville al final de Moby Dick:

El errante "Raquel", en la búsqueda prolongada de sus hijos, solo encontrará un huérfano más.

De mi quinta novela, "En un jardín tenebroso", publicada por Pretextos, de Valencia, en 1998, nos ocuparemos de manera más detallada, al igual que de "El paso de Faes". Y ya que nos hemos ocupado de la "cabeza del iceberg" quisiera referirme brevísimamente al iceberg.

Una de mis primeras novelas, obviamente inédita, "Los crepúsculos", escrita muy a la manera de Hemingway antes de cumplir los veinte años, relata la vida de un escritor que vive casi exactamente a como yo vivo ahora. En cuarenta años, las cosas cambiaron bastante, y en Permalles para peor. Los indianos venían a ver a la familia y ahora vienen a invertir, había menos burocracia, menos turistas, los bares cerraban más tarde ... En fin, me produce cierta nostalgia releer aquellas páginas, en las que yo me imaginaba cuarenta años después y en las que solo fallo en dos detalles mínimos: en la vida real no aprendí nunca a conducir un coche, y no he recibido, de momento, el premio Nobel de literatura.

En "Los cuarteles de invierno" relato la relación entre un narrador y hombre de acción, que vive en la villa, y un filósofo, que reside en una aldea próxima. Obviamente, pensaba en Ernts Jünger y Martin Heidegger, pero como la novela se desarrolla en Permalles, puede tratarse también de mi primo Santiago González Noriega y de mi, pero solo en el esbozo.

Los caballos se desarrolla en una aldea de alta montaña, durante el invierno. Unos caballos han quedado atrapados por la nieve en las cumbres, y es preciso bajarlos a los valles a través de un desfiladero.

También se desarrolla durante un invierno en los Grandes Grises La Feria de noviembre, que está basada en un hecho que se producía en las montañas asturianas en otro tiempo. A la Feria de los Santos acudían maestros, ex-seminaristas, gentes, en fin, que supieran leer, escribir y las cuatro reglas, y eran contratados por los vecinos de alguna aldea que quedaba aislada para que dieran clases a los niños a cambio de manutención, alojamiento y una modesta cantidad de dinero.

Me peinaba las indias se desarrolla en el Méjico de Maximiliano, pero sus personajes son permallanos.

"El mar y el viento", "La Estrella Polar" y "El Mundo es más ancho en septentrión" son tres novelas de mar, con referencias a Permalles, a la caza de la ballena y a la marina mercante ultramarina.

Una serie de novelas cortas constituyen una especie de "episodios permallanos del siglo XIX": "El brigadier y el alcalde" relata un episodio de la primera guerra carlista; "El Cardenal y el cortesano" presenta al Cardenal Inguanzo, en el relato don Bruno de Llanos, negándose a prestar juramento a Isabel II, y a su vecino don Agustín Argüelles, procurando influir sobre él: ya que Inguanzo y Argüelles no solo encabezaron las dos Españas en las Cortes de Cádiz, sino que eran de concejos limítrofes, el primero de Llanes y el segundo de Ribadesella; "El indiano y el poeta" presenta a un poeta del tipo de Zorrilla viviendo en Permalles, en el palacio de un indiano a quien había conocido en Méjico, en la época de Maximiliano; "El arquitecto y el canónigo" relata los trabajos para construir una carretera que comunique las montañas con la costa, mientras se levanta la basílica de Covadonga; "Desde el acantilado" es una historia de raqueros, y "Cervus" se desarrolla durante las hambrunas de los años 50 del s.XIX. "El Ciego", en fin, se desarrolla durante la invasión napoleónica.

Otras narraciones se desarrollan en un Permalles mágico: "El árbol del hada", "El párraco del atardecer", "El herrero de los Montes Negros" y "Los caminantes de la mañana"; o dentro de una casa, sin salir de ella: "Ritual de Reyes". Otras son historias de iniciación, en la línea de "Dudoso paraíso", como "Caza de invierno junto al mar" y "Abetos y nieve". Y otras, en fin, no tienen relación con Permalles, como "La navegación de San Bandrán", "Versión de Canadá", por René y Peer Lands Martin, el viajero, cuyo protagonista es el "Holandés errante". Algunas de estas novelas se agrupan por bloques temáticos: la Biblia (La copa de plata, sobre José; Génesis, El libro de Rut, Jonás, profeta, Jonás y la ballena, Amos y la fundación de Roma), Grecia (con "Trío troyano", "Odiseo o Velas hacia Itaca", "Orfeo", "Pan en Salamina", "Los Argonautas"), la Edad Media ("El camino de Santiago", "Nieve de antaño", "Torres sombrías en campos de sal"), toda una serie dedicada al mundo artúrico y otra a las campañas napoleónicas. Mas dejemos de explorar este iceberg sin mapas. Sus mapas son éstas y otras narraciones que no he mencionado, y que no podrán guiar a nadie en tanto no se publiquen. Esperemos que algún día.

Poco más puedo contar de mi. Salvo mi estancia en Madrid como estudiante, el resto de mi vida ha transcurrido en Asturias. Los diez primeros años de mi vida en Llanes. De los diez a los cuarenta, en Oviedo. A los cuarenta me casé y volví a vivir en Llanes, en la casa donde nací, con diecisiete gatos y quince mil libros, y manteniéndome "de rentas y de la pluma, o como caballero particular", según escribió el malicioso prologuista a uno de mis libros.

No soy partidario de decir cosas de carácter privado, pero debo a mi esposa orden y comodidad, y disponer de todo mi tiempo, lo que, para un escritor, es imprescindible.