Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

«Orgullo y prejuicio»: el camino de la novela

Doscientos años de la publicación de un clásico. La obra de Jane Austen pasó desapercibida en pleno romanticismo y el reconocimiento le llegó tras la muerte de la autora

Grandes novelas inglesas fueron escritas en parroquias rurales por las hijas de sus rectores en la primera mitad del siglo XIX. Estas muchachas pálidas y por lo general tuberculosas estaban agraciadas por una capacidad de observación, y sobre todo de intuición, excepcional. No compararemos la triste vida de las tres hermanas de Yorkshire con la de Jane Austen, séptima de los ocho hijos del párroco de Stevenson, que vivió en un ambiente familiar distinto, educada por su padre y empezó a escribir para entretenimiento de su familia. De esto se deduce que la familia aprobaba sus aficiones literarias, normalmente consideradas con suspicacia en las casas de orden, y más si se trataba de una señorita que vivía en el campo. Aquí es preciso destacar la enorme importancia que vivir en el campo tuvo para Jane Austen tanto como para las hermanas Brontë. El campo de «Cumbres borrascosas» es desolado y trágico; la estancia de Jane Eyre en Gateshead Hall es provisional y está, por lo tanto, supeditada a la arbitrariedad ya la inquietud. Las Brontë buscaron un resquicio para salir de su enfermiza rutina por el trabajo fuera de casa o por la fantasía: por lo que Charlotte y Ann escribieron sobre institutrices y Emily una de las mayores novelas sobre la pasión amorosa incontrolada que se ha escrito nunca. En cambio, Jane Austen escribe en «Orgullo y prejuicio» sobre jovencitas casamenteras. Ésta es una de las explicaciones de por qué las Brontë son románticas y Austen realista. Emily Brontë no pudo sacar a Catherine ya Heathcliff sino de su imaginación y de sus anhelos. En cambio, Elizabeth Bennet, alegre, inteligente, desenvuelta, con personalidad, era un personaje más asequible a la percepción de Jane Austen, que vivía en un mundo de mujeres solteras (sus hermanas, sus vecinas y amigas o enemigas), entre las que el futuro marido era pieza muy estimada de caza mayor. Todo lo contrario que las Brontë, capaces de crear personajes turbulentos y misteriosos como ileathcliff o poderosos y que fascinan a la joven y asombrada Jane Eyre como sir Edward Rochester. Darcy, en «Orgullo y prejuicio», se perfila como un carácter superior al de Bingley: es joven, guapo, irónico, mordaz y rico. Un buen partido, en una palabra, a pesar de su sarcasmo y de personalidad displicente. La situación de la bolsa y de la hacienda es de lo primero que anota Austen al hacer la presentación de sus personajes. Aquí se calculan las rentas como en las novelas románticas se producen los enamoramientos sin remedio y a primera vista. MaryWard de Huntington cuenta «tan sólo con 7.000 libras» en «Mansfield Park», el señor Morland, en «La abadía de Northanger», es clérigo y persona ordenada, con una pequeña fortuna que le permite vivir desahogadamente; Bingley, el nuevo vecino de los Bennet, es un buen partido pero su amigo Darcy tiene una renta de diez mil libras anuales: actúan en su contra su orgullo y su mordacidad, pero no son obstáculos insalvables. La situación de los Bennet, por el contrario, no es boyante: hay una renta de dos mil libras anuales y cinco hijas por casar. Se comprende que la gran preocupación de la señora Bennet sea casarlas y sus esparcimientos ir de visita a las casas de los vecinos y enterarse de las noticias locales. El establecimiento de un regimiento en Meryton da un poco de variedad a la rutinaria vida provinciana ya la vista de los soldados, la fortuna del señor Bingley no valía nada en comparación con el uniforme de un abanderado. El soldado compite en condiciones de superioridad con el rentista y un coronel joven con cinco o seis libras anuales de renta podía ser el ideal perfecto.

Nada hay en «Orgullo y prejuicio» que se salte la norma, ni siquiera la norma moral. Porque Austen contempla aquel mundo con ironía pero con aceptación. No se encuentra en sus páginas una sola nota romántica. La novela comienza con un diálogo entre el señor y la señora Bennet a propósito de un recién llegado, el señor Bingley, que se acaba de establecer en el parque de Netherfield. La señora Bennet, experimentado perro de caza, olfatea la presa; a cualquiera de las hijas le corresponde cobrarla.

No hay sentimentalismo ni romanticismo en Jane Austen, pese a que «Orgullo y prejuicio» fue publicada en plena explosión romántica. Mas Austen pertenece como novelista al siglo anterior, que es el del arranque de la novela en Inglaterra; y los dos caminos abiertos por Samuel Richardson con sus novelas sentimentales y Henry Fielding, con sus novelas episódicas, de personajes y acontecimientos, abren las puertas a la narrativa del siglo siguiente, mas la extravagancia de «Tristram Shandy», de Sterne, por la que algunos críticos creen que se llega hasta Joyce. Jane Austen, evidentemente, procede de Richardson, pero al escribir sus novelas renunció a los excesos sentimentales ya la prolijidad características del camino que había tomado. Sus primeras novelas largas, «Sentido y sensibilidad» y «Orgullo y prejuicio» fueron escritas en el siglo XVIII, sin contaminación romántica. Son novelas decimonónicas e incluso epistolares como Pamela de Richardson y como sus primeras novelas cortas («Las tres hermanas», «Amor y amistad», «El castillo de Lesley», la inacabada «Lady Susan»). «Sentido y sensibilidad» fue escrita en 1792 y rehecha en 1797-98, suprimiendo ahora la narración epistolar. «Orgullo y prejuicio», cuya primera redacción se titulaba «First impresions», se escribe por esta época aunque no se publica hasta 1813, en vísperas de Waterloo casi. Aunque Austen supera a los novelistas dieciochescos como Richardson y Smollett, «Orgullo y prejuicio» pertenece a una época anterior a la que fue publicada. No es de extrañar que siendo una novela dieciochesca haya pasado inadvertida en pleno romanticismo y no haya vuelto a ser apreciada hasta treinta años después de la muerte de la autora, constituyendo, según Henry James, «el ejemplo más bonito de esa rectificación del aprecio causada por una lenta desaparición de la estupidez». Es natural que una novela realista (y nada sentimental) sea reconocida cuando la marejada romántica ha retrocedido ya lo suficiente.

En «Orgullo y prejuicio» hay observación y madurez. La vida provinciana es aburrida y monótona, por lo que las visitas y el cotilleo son tablas de salvación efímera. Un resfriado es el pretexto para una visita deseada, un baile asunto de comentarios durante semanas. Jane Austen transcribe esta vida con pulso imperturbable y mirada irónica. «Percibe el mundo a través de un conocimiento de sus contradicciones, paradojas y anomalías», observa Lionel Trilling; y lo hace con sorprendente intuición: «nació, no fue fabricada», acota Chesterton. Tenía un conocimiento muy completo del mundo (como años después lo tendría Charlotte Brontë) sin apenas haber salido a él. Escribió lo que no había vivido pero sí lo que vio: por lo que su mundo literario es reducido y complejo; como escribe Edward Morgan Forster, «para ella los accidentes del nacimiento y del parentesco eran lo más importante de la vida y esta fe la utilizó como fundamento de sus grandes novelas».

La Nueva España · 7 febrero2013