Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

Josefina, académica

Reconocimiento a una vocación filológica que nació en el viejo caserón de la calle de San Francisco

Josefina era una buena moza de San Claudio que todos los días venía a Oviedo en tren, no a vender leche, sino para asistir a las clases de su curso en la Facultad de Filosofía y Letras, que entonces se encontraba en el viejo casón de la calle de San Francisco. Guapa, de mirada desafiante y respuestas repentinas: no admitía bromas. Tampoco era fácil invitarla a un vaso de vino, porque o bien tenía que entrar en clase o perdía el tren. San Claudio lo llevaba en lo más hondo del alma; en consecuencia, escribió sobre el habla de San Claudio. Respecto a Oviedo, su itinerario era inamovible: de la Estación del Norte a la calle de San Francisco por la calle Uría, atravesando la plaza de la Escandalera antes de traspasar las dos cadenas que certificaban el derecho de asilo de la Universidad de Oviedo. Al fon-do del pasillo a cuya derecha estaba el Paraninfo y a la izquierda la capilla, se entraba en el claustro, con el centro ocupado por la estatua del arzobispo Valdés y las columnas melladas por los disparos de la revolución de octubre de 1934. Yo he visto muchas veces la estatua verduzca por la humedad del arzobispo Valdés sentado en un sillón frailuno (en cuya pata Posterior izquierda queda la huella de un balazo), pero siempre la recuerdo bajo la lluvia: la lluvia del Oviedín del alma de nuestra juventud.

No niego que las cosas que Josefina estudiaba en aquellas aulas sombrías, de maderas ennegrecidas por el polvo, eran muy áridas, pero como decía el Guerra, "hay gente pa tó", y Josefina realizó sus estudios con brillantez y ejerció el profesorado hasta su jubilación: una jubilación por imposición burocrática, pues ella de buena gana continuaría transmitiendo sus conocimientos, que son muchos, desde su cátedra. Pero Josefina no se limitó a la enseñanza: también hizo publicaciones muy notables y ediciones de obras un tanto desmesuradas del siglo XV, como la "Gran fazienda de ultramar", de la que se podrían sacar un centenar de novelas de aventuras. Mujer que no se calla cuando hay que hablar, en la inauguración de la estatua de la regenta en la plaza de la Catedral (cuyo sombrero, por cierto, parece un cesto lleno de sardinas en difícil equilibrio) dijo cuanto se le ocurrió decir. Así es Josefina: imprevisible, contundente, enérgica.

Ahora la han hecho miembro correspondiente de la Real Academia Española. Emilio Alarcos también empezó corno miembro correspondiente hasta que fue elegido miembro de número. Al poco de quedar viuda Josefina firmaba "Josefina Alarcos", pero no era necesario. Le basta con ser Josefina: la Josefina por antonomasia de Oviedo, de la Universidad española, y, a partir de ahora, de la Academia de la Lengua.

La Nueva España · 22 diciembre 2015