Ignacio Gracia Noriega
El centenario de Gamallo Fierros
Dionisio Gamallo Fierros nació en Ribadeo (Lugo) el 25 de agosto de 1914. Cumpliría mañana los cien años. Era un personaje del siglo XIX, del primer romanticismo, pero, a diferencia de otros anacrónicos, era decimonónico sin el menor asomo de ironía. Con toda seguridad se consideraba del siglo XX. Gamallo era chistoso a su pesar, sin ser consciente de que lo era, sino que por el contrario todo lo hacía muy en serio, tanto en el aspecto intelectual como en el social. En la época del Café Alvabusto, frente a la Universidad de Oviedo, siempre entraba como si estuviera lloviendo encima de él, aunque luciera el sol. Formaba parte de la "troupe" del sanedrín que se reunía en torno a Emilio Marcos y cuando no había otros temas de conversación, se hablaban cosas de Gamallo. Sus amigos se contaban por centenares, y entre los que figuraba en lugar muy destacado el ministro Fraga Iribarne; otros no tenían talla para ser amigos de Gamallo, como el delegado de Información y Turismo, Enrique Santín, y, sin embargo, por las noches tomaba café con él. Como correspondía a su universo romántico y polvoriento, era trasnochador y por la noche ya se sabe que se puede encontrar cualquier cosa: por ejemplo, a Gamallo y Santín tomando café en la cafetería "Noel" en lugar de estar tomando whisky, que era lo que tomaba todo el mundo, en aquel lugar y a aquellas horas. Se distinguía por su cabeza redonda y calva, de sabio de película española de poco presupuesto, por la gabardina y por la abultada cartera de cuero que casi llegaba al suelo y en la que guardaba poemas de Rosalía de Castro, cartas manuscritas de Bécquer, "negritos" de confitería (una masa negruzca que se hacía con las sobras de pasteles) y tal vez una corbata ajada. Su cartera era la más característica de la ciudad, junto con las de Laso Prieto, que llevaba en la suya las obras de Gramsci y miles de recortes de periódico, y la de Martínez Cubero, que transportaba notas muy bien ordenadas sobre Clarín. Tanto en la comida como en la bebida, Gamallo era peligrosísimo, pues obsequiaba a los visitantes a su casa con un líquido espeso llamado "Licor Goya". Vivía en un piso grande y polvoriento de la calle Uría, siempre con las contraventanas cerradas para que el sol no perjudicara los libros. Cuando colocaron buzones de correos en los portales de las casas bajaba todas los días en batín, pijama y zapatillas para ver si le había escrito Dámaso Alonso, pero en una ocasión se cerró la puerta del piso por un cambio de aire y tuvo que pasar la mañana en una compañía de seguros vecina hasta que su cuñado, que tenía otro juego de llaves, acudió a rescatarle. Era un erudito terrible y tenaz: publicó en La Nueva España, cuando las páginas del periódico eran como sábanas, interminables series de artículos sobre Rosalía y sobre Bécquer, demostrando que la situación económica de éste no era tan mala porque compraba guantes de cabritilla él aportaba las facturas. No le interesaba lo que habían escrito, sino los datos documentales que podía aportar sobre ellos. Cuando Alarcos estaba en vena y leía sus poemas en privado, decía que eran de Gamallo. Gamallo que era el erudito típico y tópico, angelical e inocente, algo poeta.
La Nueva España · 24 agosto 2014