Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

Los hermanos Karamazov, la novela total

Si Dios no existe todo está permitido, y para demostrar que puede ser Napoleón Raskolnikov mata a una vieja

En su tramo final, Dostoievski escribió novelas grandiosas que hoy podemos considerar como “proféticas”, de manera especial Los poseídos (título que es mejor que el original ruso Biesi, Demonios), y, sobre todo, Los hermanos Karamazov, culminación y resumen de todas ellas. Esta novela disfrutó de gran popularidad en España desde hace mucho tiempo, gracias a versiones completas, incompletas, resumidas, traducidas del francés, en ediciones populares o en piel, etc., hasta la “clásica” de Cansinos Assens, por reducirnos a ediciones fiables, y a la posterior de Augusto Vidal, no olvidando la contribución a ese éxito de la película dirigida por Richard Brooks e interpretada por Yul Brynner, Maria Schell y Lee J.Cobb. Ahora Alba Editorial saca en su colección Clásica Maior una nueva versión debida a Fernando Otero, Marta Sánchez Nieves y Marta Rebón, que sigue el texto de las obras completas de Dostoievski en quince tomos publicados por la editorial Nauka de Leningrado en 1991. El libro, de 1002 páginas, es imponente, con una portada enigmática y poética que reproduce el cuadro El ángel herido de Hugo Simberg. Pues Los hermanos Karamazov es una novela tan diabólica (Dmitri Karamazov se comporta como un poseso, Fedor Karamazov presenta aspectos diabólicos, Ivan Karamazov dialoga con el Diablo) como angélica, no tanto en lo que a Alioscha, a fin de cuentas otro Karamazov, se refiere como a Iliusha y los demás niños que asisten a su entierro, escena con la que termina la novela y figura entre las páginas más hermosas y emocionantes que jamás se han escrito.

Como otras muchas novelas, Los hermanos Karamazov en su proyecto inicial poco tenía que ver con el resultado final. Durante su estancia en Siberia Dostoievski conoció al subteniente Ilin, condenado a veinte años de trabajos forzados por haber asesinado a su padre. En 1862, ya cumplida su condena, Dostoievski se entera de que Ilin era inocente. En 1874 esboza en su cuaderno de notas el esquema argumental de dos hermanos, un padre viejo y una mujer que los dos hermanos se disputan. Cuando Dostoievski empieza a escribirla en 1878, el planteamiento era mucho más complejo y al terminarla en noviembre de 1880 proyectaba otras dos novelas con Aliosha como protagonista: proyecto que no pasó de esa fase, ya que el autor muere el 28 de enero de 1881.

Resumiendo, Los hermanos Karamazov es una historia desarrollada en pocos días en el seno de una “familia casual” (lo que hoy se llamaría desestructurada), compuesta por un padre libertino y bufón, y tres hermanos: Dmitri, el más parecido a su padre, un golfo sensual y alocado; Iván, un intelectual descreído y occidentalizado que, como es natural, vive en la ciudad, y Aliosha, monje espiritual y alegre, más el supuesto hermanastro Smerdiakov, también occidentalista como Iván, epiléptico y lacayo. Se ha querido ver en los tres hermanos las representaciones de las pasiones, la inteligencia y el espíritu. Mas tal vez sea conveniente que el buen lector de novelas los vea como tres individualidades con una fuerte personalidad y no como representaciones abstractas del alma rusa: porque si algo tienen los personajes de Dostoievski en general y los de esta novela en especial es que no son abstractos. Katia, por ejemplo, ama el vigor de Dmitri, pero como buena señorita de pueblo queda fascinada por los modales urbanos de Iván. Grushenka, por la que pelean Dmitri y su padre, procede de la figura tópica y romántica de la demi-mondaine de buen corazón, pero además es ambiciosa, poderosa y compleja y no por ello deja de tener buen corazón. Su entrevista con Katia, la antigua prometida de Dmitri, es uno de los momentos más altos de la novela (no sólo de ésta novela, sino de la novela como género). Y no podían faltar los “intelectuales progresistas”, además de Iván, hacia los que Dostoievski insiste en una actitud crítica sin contemplaciones desde su regreso de Siberia: Miusov, el propietario liberal y anticlerical que tiene un pleito con el convento, y Rakitin, humanitarista y alcahuete, que intenta un matrimonio de conveniencia con la señorita Jojlanova, cultivadora al igual que su madre de una religiosidad sin fe. En otro ámbito está la impresionante figura del stárets Zosima, cuya juventud de oficial del ejército fue parecida a la de Dmitri, pero que, retirado al convento, gana fama de santo aunque no muere en olor de santidad. La entrevista de los Karamazov en la celda del P.Zosima tiene su antecedente dramático en la conversación de Stavrogin y el obispo Tijón en Los poseídos, escena de la que también procede el diálogo entre Iván y Aliosha. Y en Los hermanos Karamazov reaparece el ambiente de las Pobres gentes en el miserable tugurio donde viven el excapitán Sneguiarov, el padre de Iliusha, con su esposa loca, la hija tullida y el pobre Iliusha moribundo, los “humillados y ofendidos”, las gentes miserables y resignadas de sus novelas petersburguesas, y de los que no hay asomo en Los poseídos, novela de revolucionarios de salón, aristócratas y burgueses, “intelectuales satisfechos y cínicos”, como los califica Joseph Frank, pedantes y occidentalizados que desprecian e ignoran al pueblo que pretenden redimir: se trata de una pintura exacta e implacable de los que un siglo más tarde serían conocidos por “progres” y de los que en 1917 sustituyeron el yugo de madera por el yugo de hierro. El momento ideológicamente culminante de la novela es el relato del Gran Inquisidor que hace Iván. El Gran Inquisidor de Sevilla amenaza a Cristo con enviarle a la hoguera si se interfiere en sus proyectos socialdemócratas, en los que unos pocos hombres selectos asegurarán a las masas una vida feliz, en la que podrán trabajar, divertirse y pecar: lo único que estará prohibido será la disidencia.

Dostoievski adivinó los “paraísos socialistas” entre otras muchas previsiones terribles que se cumplieron. Entendía que las fuerzas progresistas, europeístas, socialistas, anarquistas, nihilistas, etc., destruirían el “alma rusa” y tan solo muy al final, en el discurso sobre Puskhin, insinúa la posibilidad de una reconciliación. Ridiculiza que los rusos abandonen su propia lengua por el francés, como pretende hacer Smerdiakov (y antes había intentado Foma Fomich en Stepanchikovo), como ahora se pretende que todo el mundo hable inglés. El socialismo, en su opinión, es consecuencia del fracaso de la Iglesia romana, ya que se trata de una especie de cristianismo sin Dios, y como si escuchara el lejano eco del derrumbamiento del muro de Berlín, vaticina su fracaso, ya que rechaza la potencia espiritual del hombre, limitándose a satisfacer sus aspectos materiales, animales. También dedica su atención a lo que él denomina “la tiranía de las cosas” y que los marxistas llamaban alienación, palabra en desuso, porque ¿qué mayor alienación es posible que el actual entusiasmo por aparatos que hoy se han convertido en imprescindibles cuando su utilidad real es muy reducida? La creación de necesidades por así decirlo innecesarias y el derecho a disfrutarlas produce aislamiento entre los pudientes y resentimiento entre los que se limitan a ver los anuncios de la televisión. Ya no se trata de hacer la revolución sino del consumo que conduce a formas de bienestar y al cabo a una “quiebra general” anunciada por Versilov en El adolescente, parte II, cap.I. Y, en fin y para no extendernos: si Dios no existe, todo está permitido, principio que formula Raskolnikov en Crimen y castigo antes que Iván Karamazov, y para demostrarse que puede ser Napoleón, mata a una vieja. Pero la redención es posible, tanto para Raskolnikov como para Dmitri, no porque las autoridades y el “tribunal por jurado” les haya impuesto una pena, sino porque son ellos mismos los que se la imponen. El juez no es nadie para juzgar. Es el delincuente, el pecador, quien debe juzgarse a sí mismo.

Y están los niños: patéticos y generosos como Iliusha, “inteligentes, atrevidos y generosos”, como Kolia. Los niños abren una puerta esperanzada como final de una novela nada complaciente, dado su carácter profético, con todos los mitos y todos los tópicos de eso que hoy denominamos “modernidad”

La Nueva España · 2 junio 2014