Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

El festivo mayo

El culto al árbol en Asturias, que no se diferencia del resto de la Europa agraria Julio Caro Baroja escribe que “el mes de mayo es un mes en el que se festeja el esplendor de la naturaleza y el amor”. En mayo, gracias a las lluvias y a la atmósfera templada, rebrota la naturaleza con una potencia incontenible. Éste es el mes de la vegetación, que los cristianos, poéticamente, han asimilado con la Virgen María, una de las más delicadas creaciones medievales, esa etapa de la historia que se consideró sombría (los “siglos oscuros”, se decía, por oposición al Siglo de las Luces) y bárbara, porque se inicia con la caída de Roma y de todo lo que significaba, sin recordar o saber quienes tales adjetivos le dedicaban que la cultura romana se conservó y preservó en los monasterios, y monjes bárbaros copiaron y difundieron las obras clásicas, pero en la que surgieron el culto a la Virgen, el amor cortés y la leyenda del Grial. Y siendo mayo el mes de las flores, María se equipara con las flores. Mas en mayo, hay también ecos de cultos más antiguos, más nebulosos y enraizados. Estamos en el centro del dominio de la vegetación y de los espíritus arbóreos.

Las grandes religiones europeas del tronco ario veneraron el árbol, en tanto que las religiones procedentes del desierto lo combatieron, como todavía se le combate en España, donde, según Azorín, una característica de los españoles mesetarios es el odio al árbol y el odio a la luz. Los cultos a la vegetación proceden de los bosques exuberantes y jugosos, de las praderas verdes, de los cielos cubiertos de nubes cargadas de lluvias, en tanto que las religiones procedentes del desierto fomentan la aridez. Tal vez uno de los problemas de adaptación de los primeros misioneros cristianos, quienes, según los “Hechos de los Apóstoles”, fueron investidos con lenguas de fuego para predicar la buena nueva, el Evangelio, fuera compaginar la sequedad de su tierra de procedencia con la fragancia y el esplendor de las tierras ocupadas por bosques y praderas a las que se dirigieron, al entender San Pablo que de continuar en Jerusalén serían unos disidentes de la sinagoga, pero si conquistaban Roma se extenderían por el mundo, como sucedió. Al ser la naturaleza tan poderosa en Occidente, era natural que formara parte de la religión, o fuera la religión. Grimm, rastreando las denominaciones teutónicas de “templo”, dedujo que los primeros templos de los viejos germanos fueron los bosques, los misteriosos e impenetrables bosques sagrados, y Frazer añade que “entre los celtas nos es familiar a todos el culto de los druidas al roble y su palabra antigua para “santuario” la creemos idéntica en origen y significado a la latina “nemus”, un bosque o boscaje abierto, que todavía sobrevive con el nombre de Nemi. Entre los antiguos germanos fueron corrientes los bosques sagrados, y el culto al árbol no está totalmente extinguido entre sus descendientes actuales”. Tampoco lo está en otros muchos lugares de Europa, y entre estos lugares en los que pervive el culto al árbol se encuentra Asturias, donde la vegetación se muestra con esplendor y fuerza singulares. Según Frazer (capítulo X de “La rama dorada”), una de las representaciones más constantes e importantes de este culto es el “árbol de mayo” o “mayo”, como se le llama en otras partes, y en alguna zona de Asturias, “hoguera”. “Ya en primavera, a principios de verano o aun el día de San Juan (solsticio del 24 de junio), era la costumbre, y todavía lo sigue siendo en muchas partes de Europa, salir a los bosques, cortar un árbol y traerlo a la aldea e hincarlo erguido en el suelo entre el bullicio y la alegría de las gentes, o bien cortar ramas en el bosque y ponerlas atadas en las casas”. Está describiendo con exactitud una ceremonia que todavía se realiza en algunas aldeas de la parte oriental de Asturias y en la villa cabecera de la comarca.

La víspera de la fiesta, los mozos subían al bosque y elegían el árbol más alto y más erguido, lo talaban y después de descortezarlo cuidadosamente dejando tan sólo las ramas de la copa, lo bajaban a hombros hasta la aldea haciendo alardes que en la villa de Llanes estuvieron a punto de romper el escaparate de una zapatería. Celso Amieva describe esta bajada con acento épico, imitando la “marcha triunfal” de Rubén Darío. La chiquillería seguía a los mozos haciendo monerías para hacerse notar, y las mozas, ataviadas con el traje típico, recibían el árbol al son de los panderos. El árbol se plantaba en una plaza céntrica o frente a la iglesia, y en algunos casos se ponían obsequios en la copa, y algún indiano contribuía con un duro de plata, como recompensa a quien lo esguilara hasta arriba, por lo que se solía untar el tronco de sebo para que fuera resbaladizo, y de este modo, aquel antiquísimo recuerdo del árbol sagrado se convertía en cucaña. Asimismo, el árbol disminuía de calidad: ya no era el roble o haya, sino el más corriente eucalipto, ese árbol extranjero y rentable que, según Víctor de la Sarna, huele a farmacia.

El árbol permanece plantado hasta la fiesta del año siguiente y aunque se lo conoce con el nombre de “hoguera”, sólo se quema en la villa de Llanes, la víspera de la fiesta de la Magdalena. Lo curioso, en el resto de la comarca, es que la “hoguera” no se quema. En cambio, en Quirós los vecinos encendían una hoguera el 3 de mayo con la hierba sobrante del año anterior. Enramar las fuentes es otro ritual antiquísimo, relacionado en este caso con las corrientes de agua, como la “hoguera” lo está con la vegetación. Esta “poética costumbre”, según don Fernando Carrera, se conserva en el aldea de Cue, donde se enraman las fuentes con motivo de las festividades de San Fernando y San Antonio. Reparemos en que las celebraciones en las que se hacen enramas, San Antonio, San Fernando y San Juan, son anteriores al solsticio de verano, en el que culmina y acaba el ciclo de la vegetación. En San Juan, el sol se encuentra en su punto máximo: es la noche más corta (y la noche mágica por excelencia junto con la de la Navidad, la noche del otro solsticio) y el día más largo. A partir de ese día la vegetación empieza a apagarse y los días a menguar. En consecuencia, los festejos de la primavera están relacionados con la festividad de San Juan, que es su culminación y cierre, por así decirlo. En Asturias abundan las canciones alusivas a este ciclo, algunas bellísimas, como “Naranjal de ante mi puerta, / quién te ha dado la vuelta?” o “Este castillo de flores, / mal moro, no me lo robes”, que sin duda evocan algún tema del romancero; o bien: “Entra mayo y sal abril, las mayuques han venir” Es la versión sui generis de la coplilla “Entra mayo y sale abril / cuán garridico le vi venir”, utilizada por Tirso de Molina en “La peña de Francia”, de inequívoca procedencia cancioneril.

Lo que permanece del mayo festivo en Asturias no se diferencia del habitual en el resto de la Europa agraria. Sorprende un poco que los estudiosos lo desconozcan (por ejemplo, A. González Palencia y E. Mele en su trabajo sobre “La maya”). Sin embargo, ejemplos que se producen aquí son perfectamente reconocibles en los descritos en otros lugares próximos o relativamente lejanos. A estas alturas tales rituales quedan reducidos a un folclore banal cuyo significado se ha perdido. Pero ahí continúan esos residuos en la “hoguera”, los enrames y los cantares, y si se tiene en cuenta lo mucho que se ha perdido con la desaparición del universo agrario, tal vez sea suficiente.

La Nueva España · 25 mayo 2014