Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

90 años y medio siglo

Ante el cumpleaños del filósofo Gustavo Bueno

El próximo 1 de septiembre Gustavo Bueno cumplirá 90 años, va para los setenta que publicó su primer texto (sobre "Cristina de Suecia, Isabel de Bohemia, Descartes: "Cartas"", en el número 11 de "Cisneros", 1946) y hace ya más de medio siglo que llegó como catedrático a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Oviedo: una "Universidad de provincias", que había conocido su momento de mayor gloria académica sesenta años atrás con el "Grupo de Oviedo" en una época de cambios en todo el planeta y en una ciudad en la que cambiaban pocas cosas, materializadas éstas en la propia Universidad en que los catedráticos pasaron de las etnográficas madreñas a los industriales "chanclos boston", según escribe Ramón Pérez de Ayala en el prólogo a unos cuentos de Clarín. Y como en Oviedo, antes, los cambios se producían de sesenta años en sesenta años, el segundo gran cambio se produjo con la llegada de Gustavo Bueno. Hasta entonces, Oviedo era una Universidad "de paso". Los catedráticos venían, tomaban posesión y, cuando podían, levantaban vuelo en busca de universidades de mayor renombre, con la excepción de los asturianos como don Juan Uría Ríu y don José Serrano. Y había otra excepción en verdad sorprendente, la del lingüista y crítico literario Emilio Alarcos Llorach, introductor del estructuralismo en España, que podía encontrar acomodo en cualquier Universidad española y americana, pero prefirió quedarse en Oviedo, ciudad en la que encontró ambiente propicio y a la que le unía una lejana relación familiar. Gustavo Bueno también vino "para quedarse para siempre", por lo que la modesta Universidad ovetense, perdida en el oscuro Norte, bajo las nieblas de Asturias, no tardó en adquirir resonancia nacional: era la Universidad de Alarcos y de Gustavo Bueno. Con ambos maestros, las madreñas volvieron a quedar en el imponente vestíbulo, como sesenta años antes, cuando fueron sustituidas por los "chanclos", de los que Joyce hace el elogio en "Los muertos", el cuento que cierra "Dublineses". Pero ahora se trataba de otra clase de madreñas. Con Alarcos y Bueno, en el aspecto académico, la Universidad de Oviedo entra en la modernidad (en el aspecto administrativo entrará unos años más tarde, bajo el rectorado de Teodoro López-Cuesta).

En consecuencia, hace medio siglo que conozco a Gustavo Bueno y desde entonces mantuvimos una gran amistad. En el libro "Gustavo Bueno: 60 visiones sobre su obra", que acaba de publicar Pentalfa, en cuidada edición de Raúl Angulo, Rubén Franco e Iván Vélez, yo soy el más viejo de los colaboradores después de Vidal Peña y Mariano Antolín y a la altura de 1945 de Tomás García López, el cual se declara "testigo privilegiado de la gestación de la Filosofía del profesor Bueno". Es decir: nosotros pertenecemos a su "prehistoria", cuando se le reprochaba, entre otras cosas de carácter digamos político, que "publicaba poco". Poco esperaban aquéllos que había de publicar una obra inmensa e imparable, de la que ahora mismo acaba de aparecer un ensayo sobre "La idea de sociedad civil" en "El Catoblepas", la revista filosófica que alienta desde hace años. Estas "60 visiones sobre su obra" son ya, nada más ser publicadas, el libro imprescindible sobre el filósofo español más importante de la segunda mitad del siglo XX, pues le abordan desde todos los ángulos, desde el filosófico al sentimental. Aquí se revela que Bueno captó a mucha gente, no sólo a sus discípulos de cátedra. Y algunos que hace años tenían a gala ser sus discípulos están ausentes. Muchos, cuando Bueno dejó de serles útil, se apartaron. Quien no se apartó de su camino fue él. Vino a Oviedo a ser el sucesor de Feijoo: ahí están su magisterio y su obra que lo confirman.

La Nueva España · 21 abril 2014