Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Hemeroteca

Ignacio Gracia Noriega

La cacareada cuestión

Abierta la veda de la Casa Real -este, ya que no otra cosa, es el país de los vertiginosos contrastes: lo mismo se pasa de una moral de colegio de ursulinas al aborto libre y el matrimonio homosexual que la Corona se convierte de intocable en caseta de pim-pam-pum de feria-, vuelven con fuerzas las ansias republicanas, aprovechando la posible pesca en río revuelto. Verdaderamente, en la Casa Real, como en el cuartel de Simancas en 1936, el enemigo está dentro. Pasándose de populismo -una tendencia nefasta de los Borbones-, el Rey debió pensar que se afianzaba con nueras y yernos republicanos: la una por progre, el otro por motivos prácticos. Deberán reconocer incluso los republicanos más antimonárquicos que nadie en la historia de España ha hecho tanto por la República como el lamentable Urdangarín. De todos modos, de que el yerno sea un chorizo a que sea motivo suficiente para instaurar la III República media un abismo.

En primer lugar, la disyuntiva Monarquía/República es una cuestión muy secundaria en estos momentos en que los ciudadanos se preocupan por otras cosas más acuciantes: la crisis económica y el paro golpean a la sociedad como nunca hasta ahora y la corrupción anega a la clase política, en la que nadie se libra de las salpicaduras: unos por corruptos y los otros por cómplices o por mirar hacia otro lado.

El republicanismo siempre fue en España una cuestión minoritaria de ateneistas y otros intelectuales afrancesados. De hecho el pueblo llano nunca pidió república, sino otras cosas, y no hemos de olvidar las reticencias del PSOE (que había apoyada a la dictadura de Primo de Rivera) contra la república burguesa. Por otra parte, los regímenes progresistas fueron aquí un fracaso: el trienio constitucional acabó con una invasión extranjera, la primera restauración con una dictadura, la primera república se resolvió en bufonada y la segunda en tragedia. Esperemos que el actual régimen no naufrague en las aguas fétidas de la corrupción. Si nos quedan asideros, uno de ellos es la Monarquía (a pesar de Urdangarín, que no es la monarquía sino un parásito enquistado en ella pero perfectamente prescindible).

Federico Jiménez Losantos señala como motores de la transición la mentira y la impostura aceptadas unánimemente. Sentadas estas bases de consenso, cada uno se puso a contar la historia a su manera: los separatistas arrimando el ascua a su sardina, los marxistas a la suya y la derecha callada, no solo porque tenía mucho que callar sino porque estas cosas la traen al fresco. Y así nos encontramos con que la segunda república era un jardín idílico acechado por lobos, los militares que se sublevaron contra ella eran fascistas, Cataluña no tuvo nada que ver con el reino de Aragón y la segunda restauración borbónica en la persona de don Juan Carlos era una "república coronada". No le negaremos al Rey oportunismo en algunas de sus actuaciones. Pero de los Borbones se puede decir cualquier cosa, incluso que no eran de la estirpe de Salomón, como decía R.L. Stevenson de los Estuardo, salvo que fueron o son republicanos, pese a que el actual Príncipe de Asturias se haya casado con una republicana, o más bien progre, cosa que los republicanos no le van a agradecer.

Se ha mentido, pues, durante la transición, sobre los separatismos, sobre el franquismo, sobre el republicanismo, sobre el PSOE, sobre la nueva monarquía constitucional, y con mentiras solo se llega a una situación de deterioro generalizado en la que, hasta hace poco más de un año, la única institución todavía incólume empezó a hacer agua de manera alarmante: de manera incomprensible, el Rey se va a cazar elefantes suponiendo que lo del Elefante Blanco ya estaba definitivamente zanjado, y de manera más que previsible los chanchullos del yerno Urdangarín se documentan (pues por rumores y medias palabras se sabía desde hacía mucho tiempo qué clase de pájaro voraz era aquel yerno). La consecuencia inmediata es la puesta en pie de los republicanos reclamando República como solución a todos los males que afligen a la patria (aunque temo que en el léxico de los actuales republicanos no existe la palabra patria). ¿Qué hay corrupción en la Monarquía? ¡Pues fuera con ella y venga la República! Nadie tiene en cuenta al pedir la disolución de la Monarquía que debería también pedir la disolución del PSOE y del PP, cuyos casos de corrupción son infinitamente mayores y más graves que las caquerías del yerno, pero los republicanos solo miran en una dirección, de la misma manera que proponen no una república como sistema político civilizado, sino la segunda república en su fase de Frente Popular: en España es inconcebible otra república. Una vez que yo le dije a un republicano que los EE UU eran una república y Bush miembro del partido republicano, se enfureció y me llamó "fascista". Para los republicanos fetén, la República lleva gorro frigio, media teta al sol, himno de Riego y bandera tricolor y el presidente debe ser catedrático de Universidad, krausista y asténico: algo así como Salmerón. O en su defecto, Felipe González. A nadie se le ocurre pensar que Aznar podría ser presidente de la tercera república española.

Frente a esta república, yo creo en la monarquía, no solo por la razón dada por Agustín de Foxá: la monarquía es un mito y la república una abstracción. Para que haya república sería necesario un Estado centralizado y fuerte. En las actuales circunstancias de España, en las que la Monarquía mantuvo un sentido de unidad, una república solo alcanzaría a certificar su abolición como nación. Pero hay otros motivos más próximos en favor de la Monarquía: la sucesión a la jefatura del Estado está resuelta de manera natural y automática, y el rey nuevo que sucede al rey muerto no depende de las intrigas de los partidos sino de la Historia. Otra cuestión no baladí es que ciertos sujetos peligrosos jamás podrán ser reyes, pero sí presidentes de república. En cualquier caso, bueno es el cacareado debate republicano como tema de conversación.

La Nueva España · 14 abril 2013