Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

El duque olímpico y el guardia de corps

La segunda restauración borbónica vista con perspectiva histórica

Los ingleses, gentes sabias y con experiencia en materia política, que disfrutan de instituciones sólidas y prestigiosas (decía Winston Churchill que hacia el año dos mil solo quedarían cinco reyes en el mundo, el de Inglaterra y los de la baraja, en lo que, felizmente, se equivocó) rechazan por principio los matrimonios morganáticos: cuando el rey Eduardo VIII decidió casarse con la norteamericana miss Simpson dejó de ser rey para convertirse en duque de Windsor, lo que para él fue una gran ventaja, porque lo pasó mucho mejor durante el resto de su vida que bajo el peso de la púrpura, y tal vez para los propios ingleses.

Muy por el contrario, la segunda restauración borbónica, tal vez por volver a reinar en un reino amedrentado por la supuesta amenaza de un radicalismo inexistente, que volvió morganática tal vez por estrategia, tal vez por mirar hacia adelante a muy corto plazo. Llegó a decirse de ella, cuando hasta los socialistas se decían monárquicos, que se trataba de una «república coronada», lo que es mucho decir. Y para pasarse de «políticamente correcto», el Rey casó a sus infantas con dos mocetones altos, pertenecientes a las dos regiones más levantiscas y, por lo tanto, más «políticamente correctas», de la nación: con un vasco y un catalán. El matrimonio con uno de ellos naufragó enseguida; el otro yerno real se pasó de listo y ahora andan él y la infanta rodando por los juzgados.

Los matrimonios morganáticos no son novedad entre los Borbones. Al quedar viuda la reina María Cristina se casó en secreto (es decir, morganáticamente además) con un buen mozo de la guardia de corps llamado Agustín Fernando Muñiz, de quien decía la copa:

Los liberales decían
que la reina no paría
y nos parió más muñoces
que liberales había.

Muñoz había sido mancebo de barbería antes que guardia de corps. La reina madre le hizo duque de Riánsares como el actual marido de la infanta hicieron duque de Palma. Y ambos duques tuvieron inclinación hacia los negocios. El de Palma, aun que también con muy buena planta, no procedía de la guardia de palacio sino de los sudores olímpicos, del músculo y el salto. Y resultó ser un excelente saltarín. Ahora le tenemos en los juzgados. También Muñoz padeció persecución por la justicia, ay que hubo de emigrar a París cuando María Cristina abandonó la regencia de España: pero su destierro obedecía a causas políticas o, si lo prefiere, al matrimonio morganático. En cambio, el otro duque morganático hace su calvario en los juzgados por haberse dedicado al choriceo. Los tiempos cambian hasta el extremo de que una vulgar comisionista usurpa el noble papel histórico y sentimental de la Pompadour. Y, al menos, a la actividad como negociante de Muñoz-Riánsares debemos los asturianos el ferrocarril de Langreo.

La Nueva España · 5 abril 2013