Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

El invierno

Esta estación, de la que abominan los laicistas, es la culminación del año y de la vida

Esta sociedad alejada de la Naturaleza, en la que el modo de vida urbanícola ha diluido las estaciones incluso, sostiene ideas algo confusas sobre el invierno. Se cree, por ejemplo, que la gran fiesta del invierno es la Navidad. Julio Caro Baroja documenta que la fiesta del invierno es Carnaval. Por Navidad, el invierno no ha hecho más que empezar. Todavía queda mucho invierno por delante hasta que aparezca la primavera.

El mes de noviembre puede que sea el de aspecto más invernal del año. Los días menguan y las noches largas son de invierno pleno, que se acentúa en diciembre, con los días aún más cortos, y aunque diciembre es el primer mes de invierno, sólo son invernales por el calendarios los diez últimos días. Los días más cortos del año corresponden al otoño y al primer día de invierno: después del solsticio, que es el nacimiento del nuevo sol, los días comienzan a crecer. Por eso la Navidad se celebra inmediatamente después del solsticio. Se tiene a la noche de Navidad como las más larga del año, así como la de San Juan es la más corta, pero en rigor la noche más larga es la del 21 de diciembre, entrada del invierno, y la más corta la del 21 de junio, entrada del verano. El invierno es, por tanto, la estación que sucede a la declinación del otoño. Con el invierno resurge el día y vuelve el sol a elevarse sobre el horizonte. Aunque al principio se note apenas: empieza a notarse a partir de San Antón, uno de los santos gastrónomos del santoral. Es este tiempo, como sucesión del otoño, el del dominio del hermano cerdo en los manteles.

Los primeros días del invierno son los últimos del año. Se une, así, el nacimiento con la muerte, la cuna con la sepultura, lo que convierte al invierno en la estación barroca por excelencia, aunque el otoño lo parezca más. Después del crepúsculo del año que va extinguiéndose durante los días que suceden a la Navidad se produce entre luces y canciones el nacimiento del año nuevo, de manera que en el corto espacio de diez días tienen lugar tres nacimientos; el del nuevo sol, el del Salvador y el del año nuevo. Lo más del invierno es a partir de Año Nuevo, del renacimiento del sol, cuando algún leve indicio como el crecimiento de los días señala vagamente que la oscuridad y el frío darán paso, después de Carnaval, a la estación sonriente y templada. Las connotaciones cósmicas y religiosas del nuevo sol y del nuevo año son tan poderosas y tan antiguas, están tan enraizadas en la entraña del hombre, pertenecen de tal modo a nuestra historia total y personal, tanto a la Prehistoria como a los sueños más maravillosos de la infancia, que no nos extraña que el laicismo posmoderno odie la Navidad y abomine del invierno. Aparte de que el invierno es el individualismo del hombre ante la chimenea en la que arden los troncos, en tanto que el verano es el socialismo de la masa tostándose en la playa.

Aunque crezcan los días, el invierno sigue y, de hecho, en esta tierra nuestra las grandes nevadas se producen mediado febrero, hasta bien entrado marzo. A veces nieva antes. Como recuerda Rafael Anes, cuando nieve en la luna de octubre siguen siete lunes de nieve. Las grandes imágenes del invierno son las chimeneas humeantes, las leñeras llenas de troncos, los carámbanos, los cazadores en la nieve de Breughel. Con cielo despejado desciende el frío entre estrellas y helada, con nubes y menos frío predomina la humedad; «Rompe la niebla de la noche fría de nieve y ostro y de cristal ornada», escribió uno de nuestros grandes líricos, Francisco de la Torre: con viento del Sur el invierno es muy desagradable, funde el hielo y predomina la humedad.

El invierno es la culminación del año y de la vida. En el recorrido de Gawain por las estaciones del año, en el poema «Sir Gawain y el Caballero Verde», la imagen del invierno es muy precisa: «La nieve cae espesa, helando la vegetación: las ráfagas de viento bajan aullando desde las alturas y llenan los valles de grandes ventiscas». Pero el tiempo pasa y la prolongación natural del otoño desemboca en la primavera a través del invierno.

La Nueva España · 3 febrero 2009