Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

Lengua y comportamiento

Sobre el libro "El guirigay nacional" del Marqués de Tamarón

La segunda edición de El guirigay nacional, a casi veinte años de la primera (1988), nos permite considerarla casi como un libro nuevo: tanto han cambiado la lengua y sus hablantes en pocos años, y la lengua es, inevitablemente, reflejo de esos cambios. Y no siempre los cambios son para bien, sino, en muchas ocasiones, como ésta, para mal o para peor. La po­lí­ti­ca influye sobre la lengua, aunque de manera transitoria y, como aseguraba Emi­lio Alarcos, jamás se logró imponer una lengua por decreto, de manera que las aguas volverán a su cauce, pero no sin causar diversos desperfectos, no sólo lingüísticos, sino mentales. La lengua puede ser muy sensible a condicionamientos ajenos, como la mayor presión separatista, incluso alentada por el gobierno central, caso que no se daba en 1988, y que contribuye a su empobrecimiento, porque empeñados algunos hablantes en hablar según propone la «corrección política» vigente, para diferenciarse o distanciarse de la lengua común, lo que hacen es hablar mal esta lengua, pretendiendo hablar la lengua local. Lamentaba el gran poeta y crítico inglés Samuel Taylor Coleridge a comienzos del siglo xix el empobrecimiento de la lengua con respecto a la que se hablaba en el siglo xvii. ¿Qué diría de la época actual, en la que los hablantes de mayor audiencia son, en buena parte de los casos, indocumentados pretenciosos y pedantes? El léxico se reduce deliberadamente y el asfixiante predominio audiovisual influye en la degradación de la lengua, habida cuenta, entre otras cosas, de que lo visual se impone claramente a lo auditivo, y lo auditivo frecuentemente es de escasa calidad o se reduce a gruñidos, onomatopeyas o ruidos mecánicos o corporales. Supongo que se trata de «liberar» al hombre de sus ataduras de todo tipo para que regrese «libremente» a la caverna. Cuando Orson Welles rodó Campanadas a medianoche, a partir de varias obras de Shakespeare, observó que el público de los siglos xvi y xvii se había acostumbrado a escuchar y el del siglo xx a ver, por lo que estaba perdiéndose la magia de las palabras, razón por la cual él incluye en su película el soliloquio de Enrique IV sobre el sueño, sobriamente dicho por sir John Gielgud. La lengua influye sobre el comportamiento y el comportamiento sobre la lengua, aunque sería ocioso dilucidar a estas alturas y en este lugar qué es antes, si el huevo o la gallina. Yo creo que una sociedad en que la moda consiste en andar en ropa interior y las jovencitas se visten menos para salir a la calle que sus abuelas para ir a la cama, no necesita tampoco mucho léxico, ni siquiera conocer el significado de las palabras, de la misma manera que los más avanzados ignoran para qué sirven una corbata o la moral. Y como en democracia todo vale, lo mismo se puede despojar de sentido a una palabra de tanto usarla (por ejemplo, «solidaridad»), de usarla en sentido indebido o exagerado (como «democracia»), o bien hacer sinónimas, por inadvertencia o ignorancia, palabras que no lo son, como «segar» y «sesgar», según refiere Tamarón en las páginas 16-17 de este libro.

El guirigay nacional se reedita con cierto propósito de enmienda del descarriado (lingüístico, claro es). Pero lo que en 1988 representaba un problema lingüístico, en 2006 es un problema sociológico, razón por la cual la edición de 1988 la introducía el académico Manuel Alvar y ésta el sociólogo Amando de Miguel. El título de esta edición va subrayado por el subtítulo «Ensayos sobre el habla de hoy». Es también «corregida y aumentada», como es habitual en las nuevas ediciones, y según explica Tamarón en el «Prefacio del autor», que se aprovecha en parte en la contraportada, «tiene una doble razón de ser: los nuevos giros de la lengua son tan curiosos –y a veces ridículos– como los que surgían hace un cuarto de siglo, y éstos a su vez, hayan o no arraigado, ilustran la norma de oro de la posmodernidad. Dicha norma continúa en vigor y consiste en aspirar a la cacofonía perfecta, mezclando a partes iguales la imprecisión intelectual, la cursilería de los sentimientos y la fealdad en el campo estético». Antes, todo el mundo decía «de cara a» o «a nivel de»; ahora, «te digo» o «para nada». Pero como los latiguillos citados en primer lugar han decaído, nos consuela suponer que los segundos durarán poco, aunque siempre vendrán otras imbecilidades que las sustituyan, porque la ignorancia, la pedantería y la idiotez «desinhibidas» por la «posmodernidad» no parecen tocar fondo.

El guirigay nacional colecciona una serie de artículos publicados por el marqués de Tamarón en un diario madrileño en una época tan cercana que fue ayer y tan lejana que todavía había españoles preocupados por hablar bien, y leían artículos de alto valor sanitario, como los de Luis Calvo firmados con el pseudónimo «El Brocense» y precedentes de éstos, y los de Fernando Lázaro rotulados El dardo y la palabra. Manuel Alvar señala en estos artículos «un quehacer patriótico, una voluntad política y una intención docente». Que pueda haber intencionalidad política en incitar a hablar bien puede que sonara raro en 1988, pero hoy no lo es tanto. Siempre me resultó extraño que ciertos intelectuales «progresistas» mostraran aprecio hacia un autor en apariencia tan poco afín como Céline, hasta que caí en la cuenta de que lo que se apreciaba en él era su propósito, hace años tan en boga, de «destruir el lenguaje». En cambio, a Solzhenitsin no se le perdona no sólo que fuera anticomunista, sino que escribiera bien.

La mirada crítica, irónica, escéptica pero implacable, de Tamarón, abarca aspectos muy variados de la generalizada abyección del lenguaje, debida no sólo a televisiones, radios, In­ter­net, etc., sino a que en este «país» se entiende la democracia como la exaltación del político profesional y muchos administrados pretenden hablar como ellos sin reparar en que sus «legítimos representantes» no son precisamente lo mejor de cada casa, ni ejemplos de educación, cultura y bien decir. Porque a lo largo de las páginas de Tamarón se percibe su convencimiento de que los problemas lingüísticos son el resultado de una mala educación. A causa de ello, el lenguaje hablado llega a parecer «lenguaje corporal». Naturalmente, la lengua lo aguanta todo y, como la Naturaleza, ella misma se purga y elimina los excrementos: pero entre tanto, cuántas tonterías teñidas de ignorancia y pedantería hay que escuchar y leer, sin que abunden tampoco los amables censores que corrijan deleitando y convencidos de lo que corrigen, pero no de que se les vaya a hacer caso.

Revista de Libros · número 126