Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, El primer Camino

Ignacio Gracia Noriega

La ruta del Salvador

Desde León hasta Oviedo, en cuya catedral culmina la que fue durante la Edad Media la segunda peregrinación en importancia de la Península tras la compostelana

Algunos peregrinos especialmente observantes se desviaban en León para ir a Oviedo, más allá de las montañas, con objeto de visitar las reliquias de su catedral y, de manera especial, venerar al Salvador, bajo cuya advocación se encuentra el templo, siguiendo la recomendación de un viejo estribillo francés que figura en la «Nouvelle Guide», impresa en París en 1583:

«Qui a esté a Sainct Jacques
et n'a esté a Sainct Salvateur
a visité le serviteur
et a laissé le seigneur».

Según Uría, «como culto local o comarcal, el de las reliquias de Oviedo es tan antiguo o algo más que el del sepulcro de Santiago, y en el aspecto internacional representa, sin duda de ningún género, la segunda peregrinación de la Península por su importancia, después de la compostelana, en la Edad Media. Bastaría considerar la gran desviación itineraria que ella significa para comprender su carácter excepcional si la comparamos con las demás peregrinaciones antes mencionadas». No obstante, el «Liber Sancti Jacobi» no las menciona, tal vez por encontrarse Oviedo fuera del Camino Francés, aunque quienes se desviaban procedían de ese camino, evidentemente. Esta desviación, en cierto modo, es doble, ya que otros peregrinos que llegaban por el Camino del Norte, después de visitar Oviedo, descendían a León para incorporarse al Camino Francés.

Las reliquias del Arca Santa custodiadas en la Cámara Santa de la catedral de Oviedo eran excepcionales no sólo por su alta significación religiosa, sino también por su belleza y riqueza material. Al igual que el cuerpo de Santiago habían llegado a España de manera maravillosa, por mar desde Tierra Santa y sin necesidad de pilotos, Santiago en una barca de piedra y las reliquias en la propia arca, de madera insumergible.

Los itinerarios desde León penetraban en Asturias por San Isidro, pero sobre todo por Pajares. El peregrino Hermann Künig considera que «se parte allí el camino en tres direcciones», conjeturando Uría otro camino que iba por la orilla izquierda del río Bernesga, desde San Marcos.

Jovellanos, que describe el camino de Pajares en su tercera carta a Ponz, señala: «la mitad de la primera jornada, saliendo de León, se hace por una vastísima llanura llamada vulgarmente la Hoja, acaso por la igualdad con que se tiende a una y otra parte. Colocada en la altura que media entre las vegas del Torío y el Bernesga, se sube a ella por una cuesta larga y tendida, y se desciende por otra grande, breve y tan penosa por la pendiente como por los enormes morrillos de que está sembrada». El viajero actual, que hace el recorrido por carretera, continúa por la llanura asistiendo a cambios casi imperceptibles en el paisaje: aumenta el arbolado y el campo está más verde, y, finalmente, en Pola de Gordón, penetra en la montaña. El camino atravesaba Devesa, Llanos de Alba, Peredilla y Millar hasta Pola de Gordón, continuando por Beverinos y Buiza, donde el valle se estrecha y se marcha rodeado de picachos. En Villasimpliz hubo un hospital fundado en 1548, y después de atravesar el puente de Tuero, caminando por la derecha del río, se llega a Villamanín, parada y fonda, pues en esta localidad se encuentra uno de los mejores restaurantes de carretera al norte del Duero: Casa Ezequiel, de embutidos verdaderamente esplendorosos y una cecina que es arte mayor. Las raciones son pantagruélicas, la comida sabrosa y contundente, de mucha energía y sustancia, como corresponde a un clima frío, que en días pasados alcanzó los 18º bajo cero. Comemos con Mariví y el gran poeta inédito José Antonio Iglesias, y el excelente poeta José Antonio Llamas, que acaba de publicar un libro sobre las huellas de la montaña de León en el «Quijote» y está ultimando una novela monumental, «La bisabuela incorrupta», de cerca de dos mil folios. Marta, la hija de los dueños, de 2 años, morena, cara redonda, guapísima y listísima, está convencida de que Toño Llamas escribió el «Quijote». También sabe que Picasso pintó el «Guernica» y hablar en asturiano: «¿Qué quies, ho?». Pasamos un rato excelente con Marta y los dos poetas. Se hace pronto de noche y al salir cae aguanieve.

El camino seguía por Rodiezmo y Casares hasta Arbás, es decir, por el monte. Por la carretera se sigue por Villanueva de la Tercia y Busdongo, un pueblo extendido a la derecha de la carretera y con las vías del tren a su izquierda. En uno de los bares tienen un lobo disecado; en el Maragato, que no cambió desde la época de la construcción del ferrocarril, excelente embutido y el suelo de madera. En la parte de atrás han armado un nacimiento magnífico, con la cueva, el Niño, José y María, los ángeles, la mula y el buey, el río, el puente, las casas, los pastores, el musgo, la arena de fregar haciendo de nieve y, en la lejanía, los Reyes Magos. Emociona ver un nacimiento: es como volver a la infancia. Mucho más ahora, que las manifestaciones religiosas y poéticas se están volviendo subversivas.

La gran colegiata de Arbás, sombría y solemne, se encuentra a pocos pasos del puerto, rodeada de montañas cubiertas de nieve, bajo un cielo hosco. Las casas de los canónigos, que se regían por la regla de San Agustín, están abandonadas, lo mismo que el mesón de enfrente. La alberguería de peregrinos ya se nombra en un documento de 1117. Eran estos parajes de grandes paleadores, expertos en despejar de nieve los caminos, por lo que estaban exentos del servicio militar y de otras gabelas. La campana guiaba a los peregrinos y a los caminantes en medio de la noche, de la nevada y de la borrasca. Dentro de la colegiata siempre había a disposición un plato de sopa caliente y un lecho para pasar la noche mientras afuera rugían los vientos o se extendía la helada.

Ya en el puerto nos asomamos a un grandioso ruedo de montañas que se extienden hasta cerrar todos los horizontes. Los peñascos negros están cubiertos de nieve, pero en la cuesta sobre la que se asienta Llanos de Somerón todavía está encendido el otoño: amarillos, ocres, el verde marrón de los robles, y más arriba, morado y gris. Los peregrinos descendían al valle para seguir por San Martín del Río hasta Puente los Fierros. La carretera desciende pegada a la montaña: Pajares es el pueblo más alto y el mayor, aunque el primitivo se encontraba en el valle. Se suceden varias agrupaciones de casas modestas o ruinosas: Flor de Acebos, de nombre muy hermoso; La Romía, con un hórreo y una casa de galerías abandonada; La Muela y Puente los Fierros, sobre el río Pajares. Llanos de Somerón está enfrente, en la otra ladera del valle. De ahí son los más famosos arbejos de Asturias: hasta en Buenos Aires llegaron a venderse.

Ya estamos en el valle. Montigny, consignando este trayecto, señala que «no hay más que montañas». Las montañas se abren hacia Campomanes: a la derecha, la joya de Santa Cristina de Lena, villa de numerosos atractivos y mozas muy guapas. Tenemos a nuestro lado el río Lena, de nombre siberiano, que no tardará en recibir las aguas de Aller y Turón y ser Caudal. Ujo, a nuestra izquierda, al otro lado del río, es etapa digna de visita. En una plaza con plátanos los niños juegan dando gritos, el cuartel de la Guardia Civil tiene un aspecto vagamente alpino, y la iglesia románica de Santa Eulalia, de finales del siglo XII, ha sido cambiada de posición en 1920 para permitir el paso del ferrocarril: tan sólo se mantiene en su primitivo lugar el precioso ábside. Dentro, un hombre alto, con gafas, manipula un panel; al verme, se le enciende el rostro de alegría:

—¿Es usted el técnico? -me pregunta.

—No -contesto-. ¿Es usted el cura?

—No. Soy un feligrés.

Mieres del Camino certifica su condición jacobea en el sobrenombre. Los peregrinos subían por La Rebollada: en la ladera de monte Agudo mandó edificar Alfonso VI una alberguería en 1103. Por el alto del Padrún se pasaba al valle de Olloniego, con torreón y puente antiguo de cinco arcos; sobre un alto montículo, las ruinas del castillo de Tudela, donde cometió sus fechorías Gonzalo Peláez, gamberro medieval. Por el puente se pasaba a la margen izquierda del río Nalón. Ya está abierto el camino hasta Oviedo. Desde La Manjoya se divisaba la torre de la Catedral, solitaria y bella, como una flecha lanzada contra el cielo. Los peregrinos franceses exclamaban «Mon joie!». Su gozo perdura en el topónimo. Y descendían hacia la ciudad y su templo por el barrio de San Lázaro. Entraban por la Puerta Nueva, y por las calles Magdalena, Cimadevilla y la Rúa, llegaban a la Catedral, a la que penetraban por las grandes puertas de la fachada principal. Dentro, el silencio imponente y la luz filtrándose desde los altos ventanales ojivales. Y el Salvador del mundo, gótico y solemne, los recibía con el globo en una mano y con la otra dando la bendición.

La Nueva España · 19 diciembre 2010