Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, El primer Camino

Ignacio Gracia Noriega

Tierra de hierro y dueñas

Cerca de Lugo, a la altura de Monterroso, arranca la parte mágica del peregrinaje y en Ferradal se impone desviarse para llegar al antiguo monasterio de Vilar de Donas

Desde Lugo se desciende hasta el puente sobre el río Miño por el barrio significativamente llamado de San Lázaro. El río fluye abajo, entre riberas de verdor. En una desviación a la izquierda se anuncia Esperante, a un kilómetro. Siempre me gustó este nombre, más como título de una narración de estilo antiguo que como topónimo, y a veces me propongo escribirla yo mismo sobre el Esperante de Aquitania, heredero de la corona ducal que esperaba el momento de poder ceñirla, y ese momento de la sucesión no llegaba. Enrique IV dejaba reposar la suya a su lado, sobre la almohada, y cuando aprovechando su duermevela el príncipe Hal se la coloca, para comprobar cómo le sentaba, y su peso, el moribundo rey espabila y le increpa: ¿no podía esperar a que, dentro de poco tiempo, estuviera vacía? Pero caigo en la cuenta de que tratándose de Aquitania, la titular de la corona no podía ser otra que la grácil Leonor, casada sucesivamente con dos reyes y madre de reyes a su vez: el intrépido, fanfarrón e insensato Ricardo Corazón de León y el torvo y esquinado Juan Sin Tierra. ¿Qué lugar ocuparía el Esperante en esta genealogía? Habría que echarle mucha imaginación para decidirlo. Ricardo, ocupado en desjarretar moros en las Cruzadas de Levante para la liberación del Santo Sepulcro, apenas pisó su reino de Inglaterra, y su hermano Juan, primero usurpador y después sucesor, al contrario, por no haber salido de la isla y estar siempre a pie de obra y exigiendo impuestos, consiguió algo verdaderamente extraordinario, como fue poner a todos sus súbditos contra él, que sublevados, le arrancaron la firma sobre el pergamino de la Carta Magna, garantía de las libertades de los ingleses, basadas en dos principios inalterables desde entonces: no hay delito sin demostración y no hay impuesto sin representación. El rey puede imponer gabelas, pero el pueblo, a su vez, tiene derecho a exigirle la factura de los gastos. Quien paga, manda.

La carretera atraviesa Santalla de Lamas, pueblo disperso, de chalés y explotaciones ganaderas, y asciende Monte de Meda entre pinares y maizales. Una desviación hacia Orense indica Friol, a 26 kilómetros, de donde era el famoso centeno y lino que se llevaba a las ferias. Después está Gundín, en curva hacia abajo y modesta Casa Consistorial, pero su nombre gótico parece sacado de una historia de Valle-Inclán, y Montacalvo, con dos enormes repetidores en el monte, casi al borde de la carretera. Uría menciona otras localidades que no se encuentran en la carretera: Louzaneta, El Burgo, El Hospital, Retorta, Burgo de Negral y Pacios. Desde aquí bajan los peregrinos a Aguas Santas y por la margen derecha del río Pambre salen a Libureiro. El otro itinerario alternativo indicado por Uría es por El Torreón, Santa Magdalena, San Martín de Monte de Mera, el puente de Meijaboy y Porto, ya cerca de Lestedo. En la carretera, un cartel indica la desviación a Monterroso, que tiene alberguería.

Por aquí, o un poco más adelante, empieza a latir la parte mágica del camino. Hasta ahora, aunque estamos en el Camino primitivo, el que más o menos siguió el rey Casto desde Oviedo en la primera peregrinación, y el que habría seguido San Francisco de Asís si hubiera peregrinado, ya que se conservan leyendas de fundaciones de conventos de franciscanos a su paso por Tineo y Lugo, y la viuda de Bath, a la que conocimos en la Posada del Tabardo de Southwark camino de Canterbury, y Chaucer consideraba «ducha en caminatas», pues había visitado Roma, Bolonia, Colonia y Santiago de Galicia, adonde, como inglesa, llegaría después de desembarcar en Laredo, se trata de una ruta secundaria, según reconoce Uría, en la que no se encuentran grandes ciudades ni monumentos espectaculares, con la excepción de Lugo en el camino que llega desde Fonsagrada, y los monasterios de Vilanova y Sobrado, del siglo XII, en el Camino del Norte o de Ribadeo, y que no se debe confundir con la localidad del mismo nombre, en el municipio de Castroverde, a la que hemos aludido en el capítulo anterior. Los peregrinos seguían el Camino Norte, desaconsejado por Aymeric Picaud a causa del terreno quebrado, de altas, espeluznantes montañas, fragoso y recorrido por ríos perpendiculares a la mar y de mucho caudal en invierno, de las adversidades meteorológicas y de «la recelosa cicatería del vasco, la mala fe litigante del gallego», según Valle-Inclán, hasta que se estabilizaron las fronteras contra el moro al otro lado del río Duero, dejando libres los caminos y campos de lo que no tardaría en ser el Camino Francés o Ruta Francígena. Por el Camino del Norte o por el primer Camino, aún hoy, circulan relativamente pocos peregrinos si los comparamos con las avalanchas que llegan a los puntos de desembocadura del Camino Francés.

Atención a Ferradal. Una desviación a la derecha, a la entrada del pueblo, conduce a Vilar de Donas, una de las grandes joyas del Camino, aunque pocos reparan en ella. En rigor, no está en el Camino, sino en medio de los dos caminos, el del Norte y el Primitivo. Walter Starkie lo encuentra en «un brusco recodo hacia el Norte que conduce al antiguo monasterio de Vilar de Donas, muy abrigado entre sus árboles, a cosa de una milla de la ruta santiaguista. Este monasterio es de interés excepcional para los peregrinos, ya que pertenecía a la orden de Santiago desde la época más brillante de la peregrinación, en 1184, y estaba considerado la casa de capítulos y el enterramiento general de los caballeros que vivían en los monasterios de Galicia. Todo lo que hoy queda es la iglesia románica, una de las más bellas de la provincia de Lugo».

Aquí se enterraron, en efecto, los santiaguistas armados con todos sus hierros, y se retiraron las ilustres damas de antaño, a las que Álvaro Cunqueiro dedicó un «rondeau»: el «Rondeau das señoras donas pintadas no ouso do Vila no século XIV, cheirando unha frol», que comienza con un verso suave y melancólico: «Ese vento de seda é o tempo que pasa». El convento y la preciosa iglesia románica fueron fundación de tres delicadas dueñas, dos jóvenes con velos y grandes adornos rojos en las cabezas y la tercera de cabellos dorados, que figuran pintadas en los muros, y con ellas conviven en aquella soledad las estatuas de dos caballeros santiaguistas: don Diego Pérez de Ulloa, con las dos manos enguanteladas reposando sobre la espada, y el yacente conde Amarante, que reposa sobre leones, con un can a los pies. Eran tiempos de hierro y cortesía, de rudos guerreros y de damas linajudas de blancas manos que se apartaban del mundo para ejercer la caridad. Unos y otras representan el esplendor de aquella Edad Media «delicada y enorme», que intuyó Paul Verlaine.

La portada de la iglesia es maravillosa si se evita mirar la cobertura que le están poniendo. El interior es escalonado, con el altar abajo y los bancos de los feligreses por encima, como si se tratara de un cine. Admiramos el hermoso retablo gótico de piedra, separado en dos mitades por el cáliz: la de la derecha representa el descendimiento, y la de la izquierda a Jesucristo sobre un altar mientras el sacerdote levanta la sagrada forma. La guardiana del templo (otra dueña de este tiempo, joven, amable, guapa y culta) me dice que quien oficia es San Gregorio, pero yo entiendo que se trata de la Misa del Grial, celebrada por el obispo Josefes, el hijo de José de Arimates, en la gran ciudad oriental de Sarraz. Durante esta misa maravillosa, Jesucristo descendió de la cruz y subió al altar, y a su término, el Grial y Galaz, el caballero sin tacha, ascendieron al cielo. Lo confirma que José de Arimates se encuentra en el papel del descendimiento, y el cáliz que separa ambas mitades e s el Grial.

Ante el convento hay un crucero de piedra. De nuevo en la carretera, después de Rosario, desde donde se divisa en la lejanía el Monte Sacro, puerta de Santiago, está Palas de Rey, primer punto de contacto con el Camino Francés. Nos desviamos para visitar el castillo de Pambre, fuertemente torreado en medio de la foresta; y, verdaderamente, en la torre del homenaje, cuadrada y robusta, podría pastar un rebaño de vacas rubias de yerba que crece entre las almenas. No se concibe tanto descuido. Los muros son fuertes, pero el interior es bastante ruinoso. La capilla está en ruinas, y en este marco militar destaca la presencia de un hórreo que, por sus dimensiones, debe ser panera. El castillo, de los Ulloa, construido en la segunda mitad del siglo XIV, fue el único de Galicia que quedó en pie después de la revuelta de los Irmandiños. Bajo sus muros meditamos severamente sobre la historia pasada y actual. Los irmandiños son una prueba de fuego para la progresía irredenta, que no sabe si ponerse de parte de la revolución social de los desvalidos o del separatismo de los feudales despóticos que desafiaban el poder real. Horrible dilema: como el que plantea Fidel Castro persiguiendo la mariconería. Pero a pesar de las «causas justas» de la revolución y del orden socialista, yo barrunto que la liberación sexual y el apoyo al separatismo han ganado muchos puntos progresistas últimamente. ¿Era Gonzalo Ozores de Ulloa defensor del castillo, defensor también de las libertades gallegas, como el desaprensivo mariscal Pardo de Cela? ¡Todo puede ser!

La Nueva España · 19 septiembre 2010