Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, El primer Camino

Ignacio Gracia Noriega

De Grado a La Espina

El peregrino se dirige a la Cabruñana, desde donde se divisa uno de los más bellos panoramas de Asturias, y luego prosigue al encuentro con la historia

A la salida de Grado se alzaba una cruz indicando que el camino sigue; por ella, a este barrio antiguo se le llama de la Cruz. Marchando hacia el Oeste se encuentra el lugar de Lapañada o San Juan de Villapañada, donde, según Uría, había un viejo caserón conocido por Venta del Cuerno, en el que reposaban los caminantes. El curato de Villapañada perteneció a la Orden de San Juan de Jerusalén, que poseía bienes en los concejos de Grado y Candamo, hasta comienzos del siglo XIX. El hospital es anterior al año 1309, en que «María Pelayz freia de San Juan de Leñapañada» hizo una fundación.

La subida al alto de la Cabruñana, de 275 metros, se hace por una carretera empinada, de muchas curvas y abundante tráfico. El valle del Nalón, con el caserío de Grado en medio, va quedando a nuestra espalda y a nuestra derecha. El camino no coronaba la Cabruñana, sino iba al Sur, por el lugar del Fresno, conservándose todavía algunos trozos de calzada empedrada en descenso hasta Santa Eulalia de Doriga. Uría comenta que desde Cabruñana se divisa uno de los más bellos panoramas de Asturias. Los caseríos se distribuyen por el alto y se aproximan al borde de la carretera. En un prado, a la entrada, hay una casona de piedra con corredor y palomar. Al borde de la carretera se suceden dos bares muy concurridos. El restaurante Ana ofrece sabrosa cocina casera y su dueña, amable conservación. Este alto divide aguas hacia el Nalón y el Narcea, y en el aspecto histórico y político era el límite occidental del territorio gobernado por el conde Suero Bermúdez, uno de los magnates principales de Alfonso VII.

La carretera desciende hacia la cuenca del río Narcea entre prados y los rojos tejados de los caseríos, que abren una amplia perspectiva hacia el Norte y hacia el Oeste, con fondos de bosques y colinas alargadas. En La Rodriga se entra en el valle y más allá nos detiene la encrucijada de caminos que distribuye las rutas de la Asturias occidental por esta parte: al Sur, Belmonte y Somiedo; al Norte, Pravia, donde los ríos Narcea y Nalón se juntan, y al Oeste, Cornellana, Salas y el puerto de La Espina.

Esta encrucijada también lo es del Camino. Se puede seguir al Norte, hacia la costa, por Pravia, Soto del Barco, Muros de Nalón, Cudillero, Artedo, Soto de Luiña y Canero, con salida a Ribadeo, o seguir por el interior, hasta Lugo por Fonsagrada. Quien siguiendo el camino del interior desee rectificar aún puede volver hacia la costa en La Espina.

Cruzamos el río Narcea por el puente que da entrada a Cornellana, sucesor de otro puente antiguo, a cuyo lado hubo una hospedería en el siglo XVI. Cornellana, de evidente raíz latina, se extiende a lo largo de la carretera haciendo una pequeña curva en el centro. En tiempos fue el gran centro salmonero de Asturias, del que permanece una hostelería importante. «Grana» dio fama a unos suavísimos bocadillos de carne y a unas fotografías del anterior jefe del Estado pescando salmones que adornan sus paredes; «La Fuente», ya casi en la salida, tiene un comedor grande que se abre a un jardín. De aquí es María Eugenia Yagüe, amiga desde hace medio siglo, magnífica compañera de carrera, capaz de conseguir algo que parece imposible: actuar con elegancia en un tipo de programas en los que brillan la Patiño, la Belén Esteban o el Mariñas. Y es que con clase y dominando el oficio se puede salir airoso de trances difíciles.

El monasterio de Cornellana famoso se encuentra al final de una calle que se desvía a la izquierda desde el centro de la población. Es fundación de la Infanta Cristina, hija del rey Bermudo III y de su primera mujer, doña Velasquita, en el año 1024, sobre los restos de una villa romana perteneciente a un Cornelius, cuyo nombre perdura en el topónimo. Perteneció a la orden de Cluny por donación de Suero Bermúdez en 1122. Uría apunta que «es el único cluniacense que existió en Asturias, siendo en cierto modo significativo su emplazamiento en el Camino de Santiago, dada la preocupación que por el fomento de la peregrinación compostelana parece haber distinguido a aquella orden monástica». Cuatro años después de su fundación, Alfonso VII hizo a Cornellana coto abacial, pasando sus vecinos a depender del abad. Es malo que el amo esté a pie de obra. La Administración, cuanto más lejos esté de los administradores, mejor. Por eso soy partidario del Rey antes que de los subalternos y encuentro abominable el moderno sistema autonómico, que es inútil salvo para marcarnos de cerca.

La fachada del monasterio tiene aire palaciego. «Dos largas alas destacan un bello cuerpo central -escriben Luis Antonio Alias, Luis Montoto y Gaspar Meana-. La puerta y balcón principales, flanqueada la primera por columnas de fuste estriado y el segundo por columnas de fuste torneado, rematan en frontón con gran escudo».

A partir de Cornellana, entrando en el valle del Nonaya, afluente del Narcea y río que recorre Salas, los hórreos se elevan sobre las casas a modo de tejado o sobre plataformas de piedra. La franja de esta ribera es estrecha y se aprovechaba el terreno para los pastos y los cultivos, concentrándose de la manera más eficaz los espacios destinados a habitación y almacenamiento. En Villazón hay puente de piedra y monasterio de Santiago, y empiezan a verse sobre las colinas, como monstruos antediluvianos, los primeros molinos eólicos: esa especie de coartada ecologista que tanto afea los hermosos paisajes del occidente astur. Las obras de la carretera amargan los días de mis amigos Yago Vigil y Juanito Arango, que tienen por aquí una buena casa llena de libros, cercada por detrás por las obras y por delante por una cantera.

Otro pueblo del camino es Casazorrina, cuyo nombre le hacía mucha gracia a María Eugenia Yagüe, y poco después está Salas, una de las villas monumentales de Asturias, apoyada en las estribaciones de La Espina y abierta hacia levante por el valle del río Nonaya. De Salas es mi buen amigo Juan Velarde, y su segundo apellido, Fuertes, figura en los rótulos de algunos comercios. El aspecto urbano de la villa es considerable, pero sobre todo impone su zona medieval, compuesta por una trinidad armónica de iglesia, castillo y palacio. La iglesia está abierta, vacía y en penumbra, por lo que el majestuoso panteón de alabastro del arzobispo don Fernando Valdés, lo mismo que las figuras orantes de sus padres, a ambos lados del altar mayor, sobrecogen. El monumento funerario es obra de Pompeyo Leoni, y su traslado hasta Salas revistió aspectos épicos. Uría recuerda que en este lugar cometió sacrilegio el peregrino genovés Bartolomé Cassano. El paso del tiempo ha dado al alabastro una tonalidad de fotografía antigua. En su hornacina, arrodillado y con las manos juntas, el gran inquisidor ora eternamente.

Tan próximos los tres edificios, la iglesia, el palacio y el torreón, constituyen un conjunto único en el norte de España. El torreón está construido sobre el «castello antiguo» nombrado en un documento de 1120 y es obra magnífica, de estupendos canteros que sabían emplear la plomada.

A la salida de Salas, La Peña está ya en la ladera, y más arriba Porciles. Ascendemos la sierra de Bodenaya, que se corona en una explanada abierta a todos los vientos, sobre la que se asienta el pueblo de La Espina: una calle recta, con casas a ambos lados, algunas de aspecto urbano, con varios pisos, que termina en la división de caminos hacia Tineo y el que desciende hasta Canero por una carretera de muchas curvas, aunque muy mejorada. En Canero, los peregrinos podían unirse a los que venían desde Cudillero por Artedo, Soto de Luiña y Las Ballotas, y que fue el itinerario seguido por Antoine Lalaing, señor de Montigny, y por Bartolomeo Fontana. Al fondo, cerrando el horizonte, se distinguen las cumbres nevadas de la cordillera. A Uría, esta meseta, que califica de desolada, le recuerda la llanura castellana, aunque en otro tiempo estuvo cubierta de bosques. Tolivar Faes deduce dos hospitales en La Espina, uno dependiente del arzobispo de Santiago y el otro fundación de don Fernando Valdés. Podría tratarse el primero de la malatería de Bazar. Nada queda de ambos. Una imagen de San Lázaro conservada en la iglesia parroquial fue despedazada durante la guerra. Según Tolivar, la gente devota llevaba agua ante esta imagen para usarla como medicina, pero no pudo averiguar su modo de empleo.

La Nueva España · 11 julio 2010