Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Cine

Ignacio Gracia Noriega

Vincent Price

La fascinante personalidad del «malo» en el cine lo convertía en el personaje más interesante de la película

Nacido en St. Louis, Missouri (la misma ciudad en que nació T. S. Eliot), en 1911, fue uno de los grandes intérpretes elegantes y refinados del cine de Hollywood, cuya enumeración sería interminable: baste señalar que en una de las obras maestras del «cine negro», «Laura» (1944), de Otto Preminger, coinciden dos de ellos, Clifton Webb y el propio Price. Una característica de estos actores es que, por lo general, les correspondía interpretar a personajes malvados, del mismo modo que los actores gordos (Edward Arnold, Charles Laugton, Orson Welles, Burl Ives) interpretaban a personajes autoritarios y todopoderosos, desbordantes y con gran capacidad unos y otros, los delgados refinados e irónicos y los gordos torrenciales, a «robarles» las escenas cumbres a los protagonistas. La fascinante personalidad de estos grandes intérpretes de carácter (Basil Rathbone, Lionel Barrymore, Claude Rains, Louis Calhern, etcétera, etcétera) no sólo creó un género interpretativo, sino una opinión generalizada que no tardaría en ser inamovible: que el «malo» siempre es el personaje más interesante de la película, sobre todo si el «bueno» es Cornel Wilde, Tony Curtis o George Montgomery.

Los «malos» procedían del folletín, con un toque mefistofélico en lo que se refiere al aspecto del personaje. Eran elegantes, despiadados y con sentido del humor, en ocasiones plenamente románticos, cosa que no siempre alcanzaba a ser el protagonista. La historia podía ser romántica, pero quien guardaba las formas era el antagonista. El malvado folletinesco, desviación del «bel tenebreux» que ha envejecido (un Dorian Gray con todas las arrugas, sobre todo morales), era imprescindible en las películas dramáticas de época, en las de Edad Media (en las que tenían plaza fija George Sanders, James Mason, Robert Douglas, etcétera), de piratas, de capa y espada, de terror... Tampoco estaba de más algún elegante en películas de gansgsters (aunque sólo uno) y es elemento exótico en el «western»: de hecho, Price tan sólo protagonizó un «western» muy raro, «El barón de Arizona», de Samuel Fuller, interpretando a Reavis, un mistificador que reivindica el territorio de Arizona después de haber falsificado títulos nobiliarios y de propiedad, supuestamente concedidos por el rey de España.

Cada malvado tenía su estilo. Sanders, por ejemplo, tendía al cinismo y a la amoralidad, Rains a veces humanizaba su cinismo (en «Casablanca», en «Encadenados»), y Price era truculento, de una truculencia formidable, siempre sazonada por un fino humor. Con su alta figura, su bigote recortado, su mirada sinuosa, el pliegue sensual e irónico de sus labios, sus espectaculares batines de seda roja, habitaba sombríos y decrépitos palacios con tenebrosos pasillos, polvorientas bibliotecas y altas ventanas ojivales. Fue el intérprete ideal de los personajes de Poe (Valdemar, Montresor, Próspero, Roderick Usher), con un sentido del humor tan peculiar y fastuoso que provoca una versión benévola de cuentos terribles. Se parodiaba a sí mismo en todas sus películas; en «Eduardo Manostijeras», de Burton, era la parodia misma. No podían faltar en su galería el artista desequilibrado de «Los crímenes del museo de cera» de De Toth, el científico enloquecido de «La isla sumergida» de Tourneur, el millonario irresponsable de «Mientras la ciudad duerme» de Lang, el noble siniestro de «El castillo de Dragonwyck» de Mankiewicz, el cardenal Richelieu de «Los tres mosqueteros» de Sidney. Además era un reconocido crítico de arte y profesor universitario: su refinamiento no había surgido por generación espontánea.

La Nueva España · 29 septiembre 2011