Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Libros

cubierta del libro

José Ignacio Gracia Noriega

En un jardín tenebroso

Novela que consta de 51 capítulos y un epílogo

Prólogo de Aquilino Duque

Pretextos Narrativa, Madrid 1998, páginas

ISBN · 210×130 mm

El libro lleva una Prólogo de Aquilino Duque, en el que se dice:

«Si yo leo apenas novelas y voy poco al cine es porque tengo del cine y de la novela un concepto anacrónico. Yo pretendo que una película y un relato me deleiten o me instruyan, y en nuestra época la novela y el cine que se llevan parecen tener por único objetivo el de irritar y embrutecer. No hace mucho, en un diario biempensante leía como máximo elogio de un escritor en agraz que era «blasfemo y obsceno». Los concursos de blasfemias estaban a la orden del día en la culta zona roja durante nuestra guerra civil, y uno de elle aparece eficazmente descrito en esta novela que sobre esa guerra ha escrito José Ignacio Gracia Noriega.
Pocos sucesos han dado y seguirán dando tanto juego en la historia y en la ficción como la guerra civil española, y puede ser que la mejor novela al respecto aún esté por escribir. Para los escritores de cierta edad, entre los que me cuento, esa guerra es parte de una autobiografía, y aun así, mucho de lo que consignamos por escrito, llegó a nosotros por tradición oral, y éste me figuro que es el caso de Gracia Noriega, por cuya pluma se expresa toda una estirpe de asturianos pasados por agua, o sea, de indianos.
En una casona de indianos, con sus dos palmeras de rigor en el jardín frontero, se desarrolla toda la acción de esta novela en la que sin la menor duda y con la máxima verosimilitud, se hace la Crónica de la ocupación roja y de la liberación por las tropas nacionales de una población del Norte de España que el autor enmascara bajo el nombre de Permalles. No es ésta la primera obra que este autor dedica a ese lugar. Permalles es cifra del mundo en que se mueve Gracia Noriega, y del que todo lo que cuenta es siempre fuente de deleite y de ilustración.
Lo que Gracia Noriega ha oído de sus mayores y ahora nos refiere a su vez no puede ser grato, pues es la guerra en lo que ésta tiene de menos heroica y más vil: en la retaguardia. Se oyen, pues, en esta novela pocos tiros, pero los pocos que se oyen son mortales de necesidad. Ahora bien, Gracia Noriega escribe con la distancia suficiente o dispone de la información fidedigna para caracterizar a los personajes con independencia del papel que les toca en la contienda. Gracia Noriega no escamotea sucesos desagradables, pero a la vez pone de relieve el lado humano, es decir, absurdo, paradójico, demencia', pueril, senil, mezquino o «en el buen sentido de la palabra, bueno», de casi todos sus personajes.
La casona del asturiano enriquecido en Méjico recuerda mucho la embajada de Una isla en el mar rojo, de Wenceslao Fernández Flórez, y algo también el hotelito de Chamartín de Celia en la revolución. En ella se clan cita personajes heterogéneos que, en el marco general de la tragedia, protagonizan pasos de comedia. Hay conductas surrealistas, como la del emboscado que se sube a un árbol del jardín para hacerse el loco y que no lo manden al frente y que, al entrar las tropas, pretende repetir la jugada. El episodio recuerda algo uno de los primeros relatos de Truman Capote y en el aire queda la duda de que el protagonista no esté del todo en su sano juicio.
No es la misión del prologuista ni la del presentador la de reventar el relato contando por adelantado y mal hechos, comportamientos que en éste son rigurosamente imprevisibles. Sí que es lícito destacar la viveza del diálogo en que se sustenta la narración, donde las acotaciones v las reflexiones del autor se reducen a la mínima expresión. Los personajes, pues, gozan de una gran independencia, y si el autor se oculta detrás de alguno es del dueño de la casa, el indiano corpulento masón y republicano que da acogida en su casa a quien se lo pide o a quien le mandan. Precisamente una de las situaciones que más ponen sobre ascuas al lector es la forzosa cohabitación bajo su mismo techo de un derechista perseguido y de dos comisarios políticos más la «compañera» de uno de ellos.
La presencia en la novela de personajes de distintas clases sociales y convicciones políticas que han hecho las Américas infunde a veces en la acción una violencia de revolución mejicana y hay escenas de un dramatismo realmente cinematográfico.
Tanto se eclipsa el autor tras sus personajes, que la novela está escrita «a la diabla», con un desaliño de estilo a cuyo lado el de Baroja parece el de Miró. No digo esto como censura, sino como elogio, pues ese estilo desaliñado nunca es, como nunca lo es el de Baroja, un estilo incorrecto o aproximativo; Gracia Noriega dice lo que quiere decir con las palabras justas y no hay en él rebabas ni inexactitudes. El soporte histórico es solidísimo y, si bien se sospechan sus simpatías hacia los «republicanos de orden» o, como dice amigo mío, «rojos de derechas», es capaz de ver el lado bueno y el lado malo de «los hunos y los hotros». Otro personaje en el que nos parece reconocer rasgos autobiográficos es en el teniente coronel de requetés, gordo por supuesto, que manda las fuerzas liberadoras.
No es ésta la primera vez que Gracia Noriega se enfrenta con la temática de la guerra civil. Siempre recuerdo con agrado El paso de Faes, romántica recreación de la tercera guerra carlista. Todavía hay en En un jardín tenebroso una anciana señora, un poco chiflada, que recuerda la entrada en Permalles de las tropas de don Carlos.
Lo mejor que cabe decir de una novela es que es amena y entretenida y ésta lo es en grado sumo. Además, tratándose como se trata de un hecho histórico que tenemos tan cerca como es la guerra civil, tiene el mérito insólito en los tiempos que corren de ser veraz o verosímil y de no tergiversar el pasado. Una novela no es una crónica; en ella hay un elemento de recreación artística en el que ha de equilibrarse la fantasía del autor con su sentido de la responsabilidad. La piedra de toque de la novela es la verosimilitud. La mayoría de las novelas -y de las películas- sobre nuestra guerra que pasan lo que yo llamo la prueba de la baba, no sólo son falsas, son inverosímiles. Hay en cambio obras de pura ficción, incluso de historia ficción, cuya verosimilitud es total.
El que quiera un ejemplo, que se lea Bosnios para un nuevo Guernica, de Ángel Palomino. Gracia Noriega no ha tenido que escribir sobre nuestra esperpéntica actualidad o sobre nuestro siniestro futuro inmediato para ser verosímil; lo ha hecho sobre un pasado no menos siniestro sobre el que no deja de verterse tinta de calamar. Él en cambio ha hecho la luz llamando al pan pan y al vino vino.»