Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Libros

cubierta del libro

El Mundo, Madrid, domingo 10 de septiembre de 2006, Crónica, año XVII, nº 567, página 10

Ignacio G. Noriega

Él no creía en la alianza de civilizaciones

Pelayo, el primer rey de Asturias, sigue siendo un desconocido. Ni siquiera se sabe con certeza si era cántabro, astur o godo. Es la afirmación romana, germánica, hispánica y cristiana contra el islam.

José Ignacio Gracia Noriega es miembro del Instituto de Estudios Asturianos. Su último libro (Don Pelayo, el Rey de las montañas, La Esfera de los Libros) saldrá a la venta el 12 de septiembre.

Don Pelayo, primer rey de Asturias y, por tanto, primer rey de España –aunque ahora se pretenda escribir la Historia de otra manera–, es un personaje bastante impreciso. Pero a diferencia de Arturo, más legendario que histórico, Don Pelayo es más histórico que legendario, por lo que, hasta el momento, ha sido pasto de eruditos y protagonista de obras más bien mediocres en el terreno literario. Las noticias que sobre él nos han llegado son escasas.

Se trata de un guerrero de una sola batalla (victoriosa), pues los historiadores rechazan que haya intervenido en la de la Laguna de la Janda, tumba de la monarquía visigoda.

Las crónicas asturianas (la Albeldense y las dos versiones de la Alfonsina, la Rotense y la versión ad Sebastianum) señalan su ascendencia nobiliaria, detallan algunas aventuras previas a su huida a las montañas (a los Picos de Europa), relatan la batalla de Covadonga y pasan por alto su reinado posterior: «Pelayo reinó 19 años y terminó su vida de muerte natural en Cangas de Onís».

Cuentan que Pelayo era hijo de un duque llamado Favila, a quien, por un asunto de mujeres, el rey Witiza le golpeó con un bastón en la cabeza. A consecuencia de ello Pelayo hubo de abandonar la corte de Toledo, por lo que Claudio Sánchez-Albornoz supone que se estableció en Asturias como particular. Sólo así se explica que, en los pocos años que median entre la pérdida de España y su recuperación en Covadonga, Pelayo hubiera podido atraer a su causa a los montañeses, gentes bravas y con profundo sentido de la independencia, como demostraron en las guerras contra Roma. Estos antiguos cántabros y astures, apenas cristianizados, vivían dispersos en clanes, escasamente relacionados con el mundo alejado de las montañas.

Los visigodos apenas se acercaron a las tierras situadas más allá de los «montes firmísimos» de la cordillera Cantábrica, salvo para sosegar alguna rebelión. Es de suponer que Pelayo estableciera tratos con estos clanes, lo que, por otra parte, no era inconveniente para que también los mantuviera con los moros, al mando de Munuza, que se habían asentado en Gijón. Fueron tan buenas las relaciones de Pelayo con Munuza que éste le envió como su representante a Córdoba. Nada escandaloso, pues la mayoría= de la nobleza visigótica que no se había refugiado en Francia tras la escasa resistencia de Teudimero, pactó con los invasores, sin ningún decoro, siguiendo el ejemplo de Egilo, la viuda del rey Rodrigo, que se casó con un jerarca árabe.

A su regreso de Cordoba, Pelayo descubre amores entre Munuza y su hermana, por los que monta en cólera y, fugitivo de Gjjón, busca refugio en los Picos de Europa. Hasta allá van los ejércitos invasores (caldeos, según las crónicas, con un número tan exagerado de combatientes que es imposible que entraran en un valle tan estrecho como el de Covadonga) y son derrotados estrepitosamente. La intervención divina hizo el resto. Los supervivientes (más de 63.000 caldeos) se internaron en los Picos de Europa saliendo a Cosegadia (Cosgaya), en la Liébana donde fueron definitivamente vencidos.

Según una leyenda posterior, Gaudiosa, la esposa de Pelayo, estaba al frente de los lebaniegos. Y entonces Pelayo fue proclamado rey, alzándole sobre su pavés, a la manera visigótica. Con lo que Pelayo representa, antes que Alfonso II (que restauró en Oviedo el orden toledano), la continuidad de la monarquía abolida. A partir de este momento, Pelayo se esfuma; parece que no haya hecho otra cosa que reinar «19 años enteros» y morir de muerte natural. Le rodea el misterio.

No dudamos que haya existido, pero ignoramos la mayoría de los pormenores de su existencia. Ni siquiera hay certeza de su nacionalidad. Su nombre es latino (Pelayus), lo que podría dar pie a considerarle como un hispano-romano. Se ha insinuado también que pudiera ser astur o cántabro, cosa que parece poco probable. O godo, de familia noble y, según la versión más fiable, había tenido por padre al duque Fafila, consagrado sin razón por los historiadores como duque de Cantabria.

«Pelayo, fue expulsado de Toledo durante el reinado de Witiza, aunque se desconoce la causa, al igual que se desconoce el lugar donde vivió desde entonces. Más tarde, cuando los árabes invadieron España, pasó a Asturias». Se admite que era militar y que había sido espatario. Pero este grado, como dice Sánchez Albornoz, no era lo suficientemente elevado, ni la ascendencia de Pelayo tan prestigiosa como para que pudiera concentrarse en torno a él la nobleza visigoda fugitiva. De hecho, miembros de estirpe real, como Alfonso (su futuro yerno, que reinaría con el nombre de Alfonso I) y su hermano Fruela, hijos ambos del duque de Cantabria, no se unieron al naciente reino de Asturias hasta después de la victoria de Covadonga.

El reino de Cangas de Onís era de reducidas dimensiones e inestable. Tenía que estar a la defensiva, en alerta permanente. Por eso, los reinados de Don Pelayo y de su hijo Favila (muerto a los dos años de reinar, entre las garras de un oso) fueron poco relevantes. Hasta que no ocupa el trono Alfonso I, casado con Ermesinda, hija de Don Pelayo, no se produce el primer impulso reconquistador. Poco más tarde, tras el asesinato de Fruela en Cangas de Onís, los reyes cambian las montañas por el valle medio y bajo del río Nalón, con lo que se abre un segundo periodo de la monarquía asturiana, cuya culminación será el asentamiento de Alfonso II en Oviedo, ciudad a la que traslada el espíritu visigótico de Toledo. El último episodio de esta monarquía es el traslado de la corte a León, cuando ya la frontera del Duero había quedado establecida.

Don Pelayo es inexplicable sin la monarquía que fundó. Fue el rey guerrero y moderadamente legendario de un reino perdido entre montañas. La iconografía le representa en el único momento de su biografía en que se le percibe con claridad: enárbolando una cruz de roble revestida de láminas de oro: la Cruz de la Victoria.

El traidor obispo don Oppas intenta ganarle para la causa de los islámicos, pero Pelayo responde, según la versión ad Sebastianum: «No haré sociedad ni amistad con los árabes, ni me dejaré subyugar por su imperio.» Don Pelayo representa el espíritu de resistencia. Si hubiera que buscar referencias actuales a su figura, sólo soy capaz de ver a Zapatero entre los colaboracionistas. El primer rey de Asturias es lo contrario de la alianza de las civilizaciones. Es la afirmación romana, germánica, hispánica y cristiana contra el islam.

Don Pelayo
EL REY. Proclamación de Pelayo como rey, según Madrazo. El lugar exacto aún se desconoce. / Basílica de Covadonga

Las Claves
Venganza divina. El alud mortal. Los 63.000 soldados moros que lograron escapar del ejército de Pelayo en Covadonga perecieron (dicen que por disposición divina) aplastados por un alud cuando huían de los cristianos por el monte Auseva.
Viaje a Jerusalén. Tesoros y reliquias. Tras peregrinar a Jerusalén, Pelayo regresa a Asturias con reliquias del Arca Santa lo que le equipara a los Nibelungos o al rey Pescador en las leyendas del Santo Grial.
Supervivencia. La miel. Fue durante meses el principal alimento de Pelayo mientras éste vagaba por los Picos de Europa en busca de hombres que estuvieran dispuestos a combatir hasta el final a los infieles moros.