Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

Un partido de clase

El PSOE continuaba siendo en 1976 una formación de base mayoritariamente obrera, pero pronto cambió esa sociología, con la entrada de afiliados del PSP y de comunistas

Es evidente que los partidos de clase, según la terminología marxista, son partidos interclasistas, con fuerte predominio burgués. Como ejemplo, sirven los creadores del invento, el señor Karl Marx, y nada digamos Engels. Y no sólo son partidos interclasistas de clase media, sino de clase media alta, pero de la de verdad, y no la de aquel payaso de mi pueblo que salió a la prensa en defensa del «progreso», proclamándose de «clase media alta» sin que nadie se lo preguntara, y provocando, en consecuencia, la general hilaridad. En la izquierda española abundaron siempre los apellidos de mucho postín; no es novedad de la transición. No deja de tener su chiste, y quién sabe si su mala intención, que en una novela de los años 30, «Falsos pasaportes», de Charles Plisnier, muy notable por las historias que relata de clandestinos en el período de entreguerras, una española convertida al internacionalismo militante fuera una aristócrata andaluza de rancio abolengo. En los días de la transición eran habituales los grandes apellidos, desde los muchos de la «duquesa roja» hasta Sartorius, y entre nosotros, Amelia Valcárcel Bernaldo de Quirós. En la izquierda moderada, tales aristócratas eran menos corrientes, y el componente pequeño burgués tampoco se hacía notar demasiado, seguramente porque en los años setenta resultaba más rentable hacer unas oposiciones que ingresar en el PSOE. No obstante, en los partidos de extrema izquierda, había mucho tronío, debido a que sus miembros no eran los parias de la tierra que luchan por ser redimidos, sino los iluminados que pretendían redimir al proletariado transformando el orden social y, por consiguiente, la naturaleza humana. Pío Moa, quien por mucho que le nieguen el pan y la sal los «historiadores científicos» (¡menudo camelo seudomarxista!), es innegable que de estas cosas sabe lo suyo, y ese conocimiento le permitió calificar al terrorismo de ETA como «terrorismo de ricos». Tales partidos extremistas se proponían emancipar a la humanidad en general, a los pobres en particular y a pueblos y razas concretas, para liberarlos de la injusticia, la pobreza y la opresión. Por fortuna, y aunque a veces hacía guiños radicales, el PSOE no aspiraba a tanto, sino a que le legalizaran, a que hubiera elecciones y a ganarlas, y a quién sabe a si, una vez ganadas, olvidarse de convocar otras durante mucho tiempo. Pero ya Largo Caballero había advertido en 1933 de que el problema de esa pejiguera de la «democracia burguesa» de convocar elecciones a fecha fija era que las elecciones que se habían ganado ayer podían perderse mañana.

Cuando en septiembre de 1976, y no antes (quienes aseguren que tuvieron «carné» anterior a esa fecha o están despintados o mienten) se hacían los primeros «carnés» del PSOE en Asturias, un trabajo bastante pesado a cargo de Covadonga Díaz Friera, Vigil, Manolo Mondelo, Merche y algún otro, se repetían insistentemente las profesiones: minero, pensionista, algún taxista... Los carnés, una cartulina roja, que llevaba al dorso los viejos signos del socialismo de Pablo Iglesias, el yunque y sobre él el libro abierto, el tintero y la pluma, en seguida sustituido por el acaramelado puño y la rosa, certificaban mejor que cualquier otra demostración que aquel PSOE de las catacumbas era un partido obrero por lo que en una ocasión Vigil comentó:

–¡Para que luego digan los comunistas que no somos un partido proletario!

Los comunistas solían considerar al PSOE por encima del hombro, razón por la que el PSOE procuraba manifestarse como mucho más a la izquierda que el PC, el cual, procurando no asustar, mostraba la faz eurocomunista como una forma de moderación exagerada. Los socialistas tardaron en acatar mucho más la bandera bicolor y la forma de Estado monárquica, y Felipe González coqueteaba con no llevar corbata (en su lugar, usaba elegantes cuellos de cisne) en tanto que Carrillo no apeaba esa prenda que para algunas mentalidades se considera como representativa de los burgueses. Cuando los comunistas dieron un mitin en la plaza de toros, en la que Azcárate afirmó que a partir de aquel momento el PC sería tan transparente como «una casa de cristal» (cambio de imagen que no les salió nada bien, porque como dicen Antón Saavedra, los comunistas sólo saben trabajar en la clandestinidad), la bandera bicolor ondeaba al viento sobre la plaza. Yo fui a aquel mitin con el veterano militante socialista Leonardo Velasco, silicótico y muy enfermo, que al andar arrastraba los pies. Al ver la bandera se detuvo y se negó a dar un paso más.

–No paso por esa bandera. Nos hizo sufrir mucho.

Y se fue a la parada del autobús para regresar a su casa. En realidad, el PSOE siempre fue un partido antiespañol, como ahora está evidenciando Zapatero. Al principio por internacionalista, y después de la Guerra Civil, porque identificaron el franquismo con España, error gravísimo, a consecuencia del cual han perdido el sentido nacional.

De todos modos, si el PSOE hacía gestos y guiños que le equiparan a la izquierda radical era porque podía permitírselo y porque no se le tenían en cuenta. En cambio, el PC jamás hubiera osado, en aquellos días, a tales veleidades, aunque seguían considerando que ellos eran los verdaderos socialistas y los del PSOE, a lo más, unos socialdemócratas. En cierta ocasión, Alfonsín el Tiesu, un socialista entusiasta, entró en un bar, y meditaba en la barra sobre la lucha de clases, mientras tomaba un vino, cuando se le acercó un comunista al que conocía, y Alfonsín le dijo:

–Compañero, toma lo que quieras y vamos a brindar por el triunfo de la causa de los trabajadores.

El comunista pidió un cubalibre y preguntó:

–¿De qué causa quieres hablar, si vosotros sois socialdemócratas?

Lo que hirió a Alfonso en su amor propio, y de un manotazo derramó la bebida:

–Yo seré socialdemócrata, pero la Coca-Cola es bebida imperialista.

A eso se le llama hacer dialéctica.

También cuentan que en cierta ocasión, en una reunión de Marcelo García con el MC, éstos le reprocharon que el PSOE hubiera renunciado al marxismo. Marcelo, indignado, respondió: «Os voy a decir una cosa. El PSOE no sólo es marxista, sino también leninista, y lo que haga falta ser».

Verdaderamente, las cuestiones teóricas nunca preocuparon en el PSOE. Que era un partido obrero, lo certificaban sus militantes. Pero era ante todo pragmático. Durante la clandestinidad, los socialistas dieron muy poco la cara, pero los que la dieron fueron en su mayoría obreros. En Asturias, en aquellos años oscuros, con la excepción de Emilio Barbón; de Herminio, que era joyero; de Genaro, el dueño del restaurante Niza; de Gelu, que era carnicero, y de algunos otros, los socialistas eran obreros, mineros principalmente. Luego, cuando se empezó a salir un poco a la superficie, empezaron a llegar personas de otras extracciones. Estudiantes muy pocos, porque sin duda no consideraban atractiva la socialdemocracia. Por aquel entonces pertenecían al partido Juan Luis Rodríguez-Vigil y Luzdivina García Arias, Pedro Quirós, Ramón Rodríguez, el abogado José María Fernández y su hermano Joaquín, Agustín Tomé (que todavía no había terminado la carrera de Derecho) y pocos más. Avelino Cadavieco era el único empresario que se había reenganchado al partido a cuyas juventudes había pertenecido antes de la Guerra Civil, y por la misma época se sumó Isaac Ortega. Cándido Riesgo, ejecutivo de la Coca-Cola (la «bebida imperialista», según Alfonso), ingresó un poco más tarde. De manera que en 1976 el PSOE continuaba siendo un partido de base mayoritariamente obrera. Pero pronto empezó a variar esta sociología. Primero entraron los militantes del PSP, partido que en Asturias contaba con un solo obrero, con carácter testimonial. Ellos mismos, los de PSP, decían que era el suyo un partido de cuadros y los camelos del Viejo Profesor eran recibidos con cierto respeto por parte de la «derechona», porque era un señor catedrático de Universidad (si lo hubiera sido de instituto habría tenido una consideración menor) y sus militantes gentes «de carrera», es decir, gente con estudios y de profesión burguesa. Y, en fin, cuando después de Perlora, empezaron a entrar en el PSOE por la derecha los comunistas que habían abandonado el partido por la izquierda, el viejo Partido Socialista de Pablo Iglesias pasó a ser de manera imparable e irremediable un partido interclasista y burocrático. Dentro de mi experiencia puedo afirmar que cuando el PSOE era tan sólo un partido de clase, era mucho más honrado, digno y democrático que cuando se volvió interclasista.

En unas declaraciones a «La Nueva España», el psiquiatra Pedro Quirós reconoce que perteneció al PSOE por aquellos tiempos porque «el socialismo que preconizaba le parecía útil». Algunos entramos en el PSOE porque la situación era caótica y había que echar una mano, en efecto, como Quirós. Pero el PSOE no tardó en convertirse en un «banderín de enganche», y lo que se decía en 1976 se había olvidado en 1982. A fin de cuentas, ¿que más da que el gato sea blanco o negro si caza ratones?

La Nueva España · 7 diciembre 2009