Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

El mitin frustrado

El gobernador civil prohibió en Gijón, el 30 de mayo de 1976, un acto político de Felipe González, que el día anterior había estado de espicha en Barredos

Felipe González vino a una espicha en Barredos el sábado 29 de mayo de 1976 y para no perder el viaje daría un mitin en Gijón al día siguiente, domingo 30. De este modo se armonizaban y complementaban la diversión y la doctrina. Por fortuna, al pertenecer a un partido distinto todavía la pedantería cursi y el lenguaje campanudo del Viejo Profesor no había contaminado a los militantes socialistas verdaderos y, por lo tanto, a nadie se le ocurrió decir que Felipe González, asistiendo un día a una espicha y dando al siguiente un mitin, aunaba lo «lúdico» con lo político. Por fortuna, el uso exagerado de la palabra «lúdico», puesta en circulación para cualquier cosa que sonara a tambor y gaita, o a droga y sexo, por el enfático y didascálico don Enrique, ha caído en desuso últimamente, pero todavía le queda el estigma de haber sido empleada de manera abusiva, por pedantillos de tres al cuarto que por habérsela oído al oráculo acudían a ella como si se tratara de un comodín, de la misma manera que ahora se abusa de «solidaridad» o «democracia». Así pues, como se diría poco más tarde, González tuvo una jornada «lúdica» en Barredos y aspiraba a protagonizar otra jornada «política» en Gijón. Pero como dice el refrán, válido incluso en este caso, aun tratándose de un laico, el hombre propone y Dios dispone. No digo yo, ni siquiera lo insinúo, que Dios se interfiera en los planes políticos del líder del PSOE, pero al menos convengamos que el gobernador civil de la provincia dispuso que el mitin no podía celebrarse, dado que los que habían solicitado su autorización no se plegaban a las exigencias del poncio.

Esta visita de González a Asturias estuvo rodeada de un secretismo impropio de la manera de actuar de las organizaciones socialistas, que por lo general solían pregonar lo que iban a hacer, de manera oficial o por indiscreciones de algunos de sus militantes. No obstante, en esta ocasión, las cosas se llevaron razonablemente en secreto: Felipe González fue inscrito en un hotel, me parece que de La Felguera, con el seudónimo de «Carlos Dorado», y se vendieron invitaciones a la espicha entre militantes o personas más o menos afines. Mas el mitin había que anunciarlo, porque de lo que se trataba no era de que fueran sólo los afines y los que estaban en el secreto, sino el mayor número de personas posible, en primer lugar para demostrar el poder de convocatoria del resucitado socialismo asturiano y de la figura de González, que no tardaría en pretender ser presentada como carismática, y en segundo lugar para descolocar a los comunistas, que se sorprendían mucho cuando los socialistas daban alguna muestra de organización eficaz. Mas fue precisamente a cuenta del número que asistiría al mitin por lo que fue prohibido por la autoridad competente.

González, en su breve alocución en Barredos, proclamó que en poco tiempo se había adelantado muchísimo: todavía pocos meses los socialistas tenían que reunirse en los montes, y ahora podían hacerlo en una espicha. Mas la permisividad que valía para una espicha no se aplicaba a un mitin, y no era lo mismo fotografiarse haciendo que tocaba la gaita en Barredos que dar un mitin en Gijón. El sábado, por lo demás, no fue jornada «lúdica» para todos los socialistas, ya que mientras se escanciaba sidra en Barredos, en el Gobierno Civil de Oviedo se discutían las condiciones del mitin del día siguiente. Los organizadores pretendían que se hiciera en un merendero al aire libre: el gobernador civil contestaba que sólo lo autorizarían en un local cerrado y finalmente precisó que en un local con capacidad no superior a las mil personas o nada. Los organizadores contestaron que mejor nada que tan poco y las negociaciones quedaron rotas y el mitin prohibido.

Aun cuando se sabía que el mitin no se celebraría, se mantuvo en pie la convocatoria, por lo que durante la tarde del domingo 30 hubo en Gijón movimientos de la Policía armada y de manifestantes, en su mayor parte jóvenes que se consolaban, ya que no iba a hacer mitin haciendo una manifestación. El mitin estaba previsto que se celebrara en el merendero Los Rosales, en La Guía. Yo fui en taxi desde Oviedo y anoto que fue en esta ocasión la primera vez que entré en Gijón por la autopista. Al ver el monumento de Vaquero creí que se trataba de una ola amarilla que anunciaba la proximidad del mar, pero el taxista me explicó que representaba la carretera. Ya en Gijón vimos cierto despliegue de tropas delante del cuartel de la Policía armada. El taxista comentó que habría follón y le contesté que probablemente. En llegar al merendero Los Rosales tardamos más que de Oviedo a Gijón. Al bajar del taxi, el taxista se extrañó: «¿Usted también de los del follón?», y añadió: «¿Cómo puede ir tan tranquilo a una manifestación?». «Ya ve», contesté con modestia. No debía de concebir que se pudiera ir a una manifestación con sombrero y corbata. Delante del merendero había aparcado un coche de la Policía armada y el merendero estaba cerrado. Entré en un bar próximo y allí estaba tomando un vaso Plácido Arango, también de traje y corbata. Llegaron Ramón Rodríguez y Joaquín Fernández, el hermano de José María Fernández, para anunciar que había un «salto» en el Piles. La modalidad del «salto» consistía en que un barbudo sacara una bandera roja de la «trenka», profería los gritos de rigor y cuando los «grises» cargaban, los que se habían congregado alrededor de él se dispersaban vociferando. De este modo, se podían hacer conatos de manifestaciones simultáneas en diferentes lugares de la ciudad. Ramón y Joaquín no querían perderse el «salto», mientras Plácido y yo nos lo tomamos con más calma. En el Piles vimos cómo los «grises» arrojaban literalmente dentro de un «jeep» a un barbudo. Plácido protestó airadamente («¡Esas no son formas!», dijo), pero los policías, al vernos de corbata, no nos hicieron caso. Entonces nos fuimos a pasear por el muro y a mirar a mozas en bikini que se tostaban vuelta y vuelta sobre la arena. De cuando en cuando, ondeaba una bandera roja, la Policía atacaba y los manifestantes echaban correr en todas las direcciones. Las mozas en bikini y los domingueros en general no prestaban la menor atención a lo que sucedía en el muro, ni a los gritos reivindicativos de los manifestantes, ni a los pitidos del silbato del jefe de los guardias. Se conoce que, a su entender, una cosa era la arena y otra el asfalto, y a los que estaban en la arena les bastaba, como a Diógenes, que las carreras de los de arriba no les quitaran el sol. Al día siguiente, la prensa le concedió más atención al accidente automovilístico del Papa Clemente, en el que el visionario del Palmar de Troya perdió los ojos, que a las carreras entre el Piles y el Muro.

A estas alturas creo que el acontecimiento más importante de aquellos fue la muerte de Martin Heidegger en la Selva Negra, a los 86 años. No hubo en el siglo XX media docena de hombres de su talla. Era filósofo de otra época, de preguntas profundas, dirigidas sólo a lo esencial.

La Nueva España · 23 noviembre 2009