Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

La vuelta de UGT tras la guerra

El sindicato celebró su primera asamblea regional el 16 de mayo de 1976 en el Seminario, después de haberse suspendido la semana anterior por los sucesos de Montejurra

Benigno Pendás ha calificado, con mucha precisión, al último congreso del PSOE como «el congreso complaciente». No sólo con Zapatero, que recibió el apoyo del 98 por ciento de los delegados, lo cual no es bueno para el partido, aunque, sin duda, es buenísimo para Zapatero, ya que con tales unanimidades se termina con la existencia de tendencias dentro de las filas socialistas, que, como las «competencias» entre figuras del toreo, marcaron la historia del movimiento obrero e incluso la historia de España.

Estamos lejos de la época en la que se discutía si continuar dentro de la segunda Internacional o incorporarse a la tercera, o de las tendencias de Prieto, Largo Caballero y Besteiro, equiparables a las «competencias» de Lagartijo y Frascuelo o de Joselito y Belmonte, e incluso, ya en época de menos categoría, a las dos caras representadas por Felipe González y Alfonso Guerra, que si no dieron la talla que los equiparara a las grandes competencias taurinas modernas de Manolete y Arruza y de Dominguín y Ordóñez (que en buena medida fue una invención de Hemingway, como las fiestas de San Fermín), por lo menos tenían un aire a la distribución de los interrogatorios en las comisarías de la «época anterior» entre el «policía bueno» y el «policía malo».

Ahora hemos entrado en un nuevo y feliz período de unanimidad socialista, en el sentido en que Jorge Guillén escribe «patria unánime» en el poema satírico «Potencia de Pérez», si no fuera porque Zapatero no es entusiasta de la patria si no se trata de la «verdadera patria», que es la libertad, o la solidaridad, no recuerdo con exactitud qué tópico. Tanta unanimidad no la había ni con el franquismo. Y el congreso no sólo fue complaciente con Zapatero, sino con todo el mundo.

¿Que Álvaro Cuesta quedó fuera del comité federal por quién sabe qué extraña inadvertencia? Pues nada, como no se le iba a quitar la miel de los labios a Hugo Morán, se creó una nueva plaza para Álvaro, que para estar en consonancia con la nueva línea del partido, que prima a los jóvenes y a las mujeres por encima de cualquier otra consideración, ahora viste como Miguelito Bosé, el otro Dorian Gray de este patio de Monipodio, y, si hiciera falta, se disfrazaría de lagarterana con tal de continuar en la «pomada», que es lo único que ha hecho en su vida y lo único que sabe hacer.

Otra cuestión es si este congreso fue del partido socialista rotulado PSOE o de cualquier otra organización extraña, integrada por hermanitas de la Caridad y celosos defensores de ciertas «libertades individuales».

Este congreso ha sido triunfal, idílico, maravilloso y de color de rosa, mas, como todas las cosas tienen su precio, sobre todo las buenas, el paseo de Zapatero por el País de las Maravillas deja en evidencia, entre otras, que las altas instituciones del partido, en las que lo mismo da que entren dos que tres, no vaya a disgustarse Álvaro Cuesta, son tan innecesarias como el Ministerio de Defensa, del que puede ausentarse el titular dos meses sin que pase nada.

Y del mismo modo que Alicia no se preocupaba de ninguna crisis económica mientras estaba en el País de las Maravillas, los socialistas se preocupan ahora de defender los «derechos» de minorías sexuales, etnias y culturas oprimidas, la «igualdad de la mujer» (que está convirtiendo a la mujer en una caricatura del hombre y al hombre en un ciudadano de segunda o en un bandolero) o el derecho al voto de los inmigrantes, contando con que sean agradecidos, porque «el "nasciturus" o el enfermo terminal defienden peor sus legítimos derechos que los dueños del poder y la gloria social», por seguir citando a Benigno Pendás.

En tanto, el desorientadísimo PP plantea la batalla para ganar el centro, sin darse cuenta de que ya es el centro, dado el giro del PSOE no hacia la izquierda clásica, sino hacia un remedo de la «gauche divine», que era lo menos socialista que puede uno imaginarse. Claro que el centro en política no existe, como vengo insistiendo para desesperación de Barthe Aza, sino que se llama centro a esos millones indiferentes o desinformados en materia política, que son las que deciden el sentido del voto.

Ahora bien: la «gauche divine» era caprichosa y arbitraria, y sus anhelos tienen poco que ver con las reivindicaciones del viejo socialismo. ¿Qué habría dicho Pablo Iglesias si alguien le hubiera contado que una ministra socialista abría una marcha de lesbianas?

Se hubiera echado las manos a la cabeza, con razón. Comentando con Antón Saavedra la excitación que Zapatero le produce al inefable Cerolo, le pregunté qué habría sucedido si se le hubiera ocurrido a alguien hace un cuarto de siglo afirmar que le sucedía lo mismo en los mítines mientras escuchaba al líder, y Antón respondió de manera terminante:

–Le capan allí mismo.

No voy a entonar el consabido «cualquier tiempo pasado fue mejor», pero me parece que los congresos y asambleas socialistas de hace treinta y tantos años eran más serios. Entonces no había «paridad» (esa demagogia que permite que se valore a quien ocupa un cargo más porque es mujer que por ser competente), pero se discutía, se hablaba en voz alta y había posturas enfrentadas, aunque el aspecto ideológico, por así decirlo, importara tan poco como ahora.

Cuando en la primavera de 1976 se celebró el primer congreso de UGT en la semiclandestinidad (es decir, se trataba de un congreso tolerado, aunque la UGT no estuviera todavía legalizada) y resultó Luzdivina García Arias miembro de la ejecutiva, el caso se tuvo por tan extraordinario que hasta salió retratada en «Blanco y Negro». Hoy lo extraordinario es que quede algún hombre en las ejecutivas socialistas. Como si ser mujer fuera más de izquierdas que ser hombre.

Entonces también ser miembro de una ejecutiva socialista tenía usía, como los coroneles. Vigil era miembro del comité federal y no había papel en el que figurara su nombre que no lo hiciera constar.

El 9 de mayo de 1976 estaba convocada la asamblea regional de UGT, que sería de carácter informativo, para dar cuenta del congreso de Madrid, que en rigor había sido la continuación del interrumpido en 1936 por la guerra civil, pero al cabo no fue autorizada.

Ese día un individuo con gabardina, bastón y boina mató a tiros a otro carlista en la concentración de Montejurra, mientras Juan Antonio Bardem, Ramón Tamanes y Eugenio Triana abandonaban la cárcel, y «El País» publicaba una entrevista con Nicolás Redondo, recién reelegido secretario general de la UGT.

La asamblea se celebró, finalmente, el domingo 16 de mayo, en el salón de actos del Seminario, con asistencia de unas doscientas personas, iniciándose la sesión a las diez de la mañana y levantándose a las seis de la tarde. Sobre el escenario estaban medio emboscados, detrás de una mesa, el notario Rosales y otros dos, que se habían constituido en mesa por el artículo 22, pero saltó Emilio Barbón diciendo que «si no votamos, nos pareceremos a los fascistas; ya eligió Franco a bastante gente a dedo para que sigamos haciéndolo nosotros aquí».

Seguidamente subió Marcelo García al escenario para informar sobre el congreso de Madrid, y recibió una dura bronca por no haber dado aquella información antes. A la una y media se concedió un descanso para comer; algunos ugetistas agarraron escobas y barrieron el local.

Yo fui a comer al bar Rosal, que era de Pepe, el «Porretu», hijo de un veterano socialista de Latores, y a las cuatro se reanudó la sesión. Se aprobaron por mayoría los acuerdos de la asamblea nacional y se eligieron dos directivas provinciales a mano alzada: como no había carnés, tampoco había manera de controlar a los votantes.

Después los ugetistas de antes volvieron a agarrar las escobas y barrieron de nuevo el salón. Y fuimos saliendo. Luis el de la Mortera me comentó mientras bajábamos la escalinata del Seminario que como no le gustaba hablar de fútbol ni de coches, ¿de qué podía hablar si no? Y pertenecer a otros partidos como el comunista, ni se le ocurría, porque, ¿quién votaba allí? Todos quedamos sorprendidísimos porque no había moros en la costa y no se había visto ni un solo policía por los alrededores: ni siquiera un mal jeep aparcado en algún punto de la plaza de San Miguel o el Prau Picón.

Eran otros tiempos. No diré si mejores o peores. Sólo digo que aquellos socialistas no se parecían lo más mínimo a la «gente guapa» de Zapatero.

La Nueva España · 21 julio 2008