Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

El mitin de agosto

Felipe González llenó el pabellón de La Arena de Gijón el día 15, en un acto en el que el hoy presidente Zapatero vio la luz del socialismo

Vuelvo a leer que el jefe del Gobierno, Zapatero, sintió despertar sus ansias socialistas en el mitin que dio Felipe González, su antecesor como secretario general del PSOE, en el pabellón de La Arena, en Gijón, el 15 de agosto de 1976. Entonces debía ser un niño o poco más, y como la familia veraneaba en Gijón, aprovecharon para ir al mitin en lugar de ir a la playa, porque los acontecimientos históricos no deben desaprovecharse, sobre todo cuando se tiene un retoño avisado. aquélfue uno de los tres mítines que dio Felipe González en Gijón en los primeros tiempos de la transición. El primero, en rigor, no llegó a darlo, porque los organizadores se empeñaron en que lo diera al aire libre y el gobernador civil en local cerrado: la disputa se resolvió con la intervención de los grises, que disolvieron a toletazos a los congregados ante un merendero. Juanito Arango y yo, que andábamos por allí, nos refugiamos en la playa de San Lorenzo, ambos de traje y corbata, pasando por encima de mozas que se achicharraban en biquini, mientras en el Muro la Policía Armada seguía disolviendo la manifestación organizada con motivo de la prohibición del mitin. Aquella fue la primera vez que pisé una playa desde que tengo uso de razón y, a partir de entonces, no he vuelto a hacerlo.

El tercer mitin tuvo lugar en El Molinón. El Sporting acababa de ascender a Primera y Felipe González empezó su intervención anunciando: «También nosotros estamos en Primera División». Y el pueblo bramó de entusiasmo, aunque todavía por aquel entonces se consideraba al fútbol el opio del pueblo del franquismo. ¡Quién lo diría ahora, con el país inundado de fútbol, y de opiáceos aún peores, incluido el propio opio!

El mitin de La Arena fue un mitin de carácter intermedio: ni acabó a palos antes de empezar como el anterior, ni fue triunfalista como el del Molinón. No se esperaban grandes cosas y sus repercusiones históricas en aquellos momentos eran imprevisibles. Pues nadie era capaz de imaginar que uno de los asistentes, seguramente un muchacho larguirucho de calzón corto, descubriría el camino de la verdad.

El 15 de agosto de 1976 era domingo. Aquella semana del 8 al 15 de agosto fue de gran actividad política, en buena parte centrada en Gijón. El domingo 8 de agosto se celebró la quinta edición del Día de la Cultura en Los Maizales y la primera después de la muerte de Franco, y en ella se produjeron incidentes que serán el asunto de un artículo posterior. Centrémonos ahora en el mitin de La Arena.

Un par de días más tarde, el martes 10, hubo una reunión del comité local de Oviedo para coordinar el mitin del próximo domingo, que se consideraba muy importante porque intervendría Felipe González. No se coordinó nada, por lo que quedamos en volver a reunirnos el jueves. Yo tenía que encargarme de reunir a la gente, lo que era difícil. A esto se debe añadir la absoluta falta de colaboración de las Juventudes Socialistas y del propio secretario general, don Álvaro Cuesta, que se había ido a pasar las vacaciones estivales a su Navia natal con la caja (unas ochocientas pesetas) y el fichero (un papel amarillo en el que figuraban los nombres y direcciones de los militantes, escrito por una sola cara), y de él jamás volvió a saberseÉ de momento. Las JS de Oviedo no pasaban de cuatro o cinco miembros, de los que tan sólo uno, Luis Posada, era persona seria y responsable, en la que se podía confiar. Había otros dos muy «jetas», llamados Jaime y Juanjo, ambos con ínfulas de teóricos marxistas y el último, además, con pretensiones de «homme de lettres», y un tipo pintoresco que se autodenominaba Toño el Poeta, correveidile con gran opinión de sí mismo, pero en realidad, un perfecto inútil. A Juanjo y a Jaime, y a algún otro, los expulsó Álvaro Cuesta a comienzos de septiembre, acusándolos de pertenecer a la ORT.

Lo cierto es que Juanjo y Jaime no colaboraron lo más mínimo en la preparación del mitin, aunque tampoco colaboró el propio Cuesta. Ludivina García Arias y Juan Luis Rodríguez Vigil, que durante aquella semana trabajaron como negros, estaban indignados. A Ludi la encrespaba especialmente que tuvieran que salir a repartir pasquines y a pegar carteles por las noches hombres de más de setenta años, como el gran Emilio Llaneza o Leonardo Velasco, que además estaba silicótico. Las mujeres, por entonces, mostraban valor y resolución y muchas noches salían a pegar carteles Ludi, Covadonga Díaz Friera y Justina Perales, y Leonardo Velasco iba con ellas, aunque no le llegara la respiración, porque no concebía que pudieran andar arriesgándose unas mujeres solas. Aquellos veteranos socialistas no sólo eran valientes y entusiastas, sino unos perfectos caballeros.

La preparación del mitin por lo que a Oviedo le correspondía se hizo en la asesoría de Juan Luis Vigil, en la calle General Elorza, en la que Agustín Tomé ocupaba el despacho de Vigil y firmaba con su pluma estilográfica, en tanto que Vigil se ocupaba de la correspondencia y, si hacía falta, se arremangaba los pantalones y se ponía a fregar los suelos. Aquella semana nos llegó el material para el «Avance», que enviaban desde la cuenca del Nalón, y Vigil lo consideró impublicable, ya que los artículos estaban escritos con el tono altanero e irresponsable de un adolescente de extrema izquierda, en el plano digamos «teórico», y en el de la práctica diaria, calificaban a los del PSOE (histórico), y de manera muy especial a Salazar y Salcedo, de «socialistos» y de «nazifascistas». «Esto es pasarse, porque históricos o no, son tan socialistas como el que más, proceden del mismo lugar que nosotros y mantienen los mismos principios», dijo Vigil. Y como el «Avance» había que sacarlo de todos modos, Vigil me encargó que rehiciera aquellos artículos y que escribiera el editorial. Estuve pegándole a la máquina hasta las cuatro de la madrugada, y fue la primera vez en mi vida que escribí un periódico yo solo.

No sólo escribíamos un periódico entero y preparábamos el mitin, sino que dábamos el ingreso a nuevos militantes. Uno de éstos se llamaba Juan Mier, tenía espeso bigote negro y aspecto de hindú, y mucho entusiasmo; con el tiempo llegaría a ser concejal en Oviedo. Nos reunimos en el bar Los González de la calle de San Bernabé, y me dijo que era agente comercial y que le había hablado de lo bueno que era el socialismo un cliente suyo de Santander llamado Clemente Villar, amigo de Felipe González. Yo le pregunté si tenía coche, y como la respuesta fuera afirmativa, fuimos a repartir propaganda: empezamos por Las Caldas y acabamos en La Mortera de Olloniego, donde además merendamos con Samuelín y otros amigos, y al volver al coche, le habían pinchado las cuatro ruedas. Esto no fue inconveniente para que en el mitin de González Juan Mier formara parte de los servicios de orden.

Felipe González llegó a Oviedo el día 14 por la tarde y Avelino Cadavieco lo llevó a cenar al Nalón. Nosotros pasamos la tarde entera en la asesoría, haciendo banderas, proclamas, multicopias de la «Internacional»É La multicopista estaba en el despacho de Vigil, detrás de un paño de la estantería que se abría pulsando un botón, y allí pasaba las horas, en un hueco en el que sólo había cabida para la multicopista y para él, el gran militante Manolo Mondelo, que acababa de llegar de Francia, con un mandilón azul sobre la limpia camisa blanca y la imprescindible corbata, y sin despeinarse. La Agrupación de Oviedo contribuyó con ocho banderas: de la Internacional Socialista, la del PSOE con el emblema, la de la UGT, dos de las JS, otras dos con las siglas reunidas de PSOE, UGT y JS, y la leyenda «Socialismo y libertad». Manolo Mondelo salía de vez en cuando de su «zulo» para encender un cigarrillo.

El recién ingresado Juan Mier llevó en su coche las pancartas y las banderas a Gijón, y al término de la jornada, ya a altas horas, sacamos diez bolsas de basura. Ya podía haber estado allí Zapatero para echarnos una mano. Después, con Cayo, el hermano de Marcelo, que había llegado de El Entrego, y otros militantes del Nalón, nos fuimos a cenar al bar Ovetense, donde la carne era y sigue siendo magnífica.

Pese a que no las teníamos todas con nosotros, el mitin del día 15 de agosto salió mejor de lo que podían esperar los más optimistas. Yo fui con Almudena y Paquito Peralta, que pertenecía al PC y miraba las cosas del PSOE con escepticismo. Mientras caminábamos hacia el pabellón de La Arena veíamos ir en la misma dirección a numerosos grupos de personas, algunas con camisas rojas. Cuando entramos, el pabellón empezaba a llenarse.

La tarde anterior se había decorado el lugar del mitin con grandes fotografías de históricos dirigentes socialistas asturianos. A dos de ellas se les pusieron objeciones: a la de Indalecio Prieto, por socialdemócrata, y a la de José Mata, porque llevaba pistola al cinto. Yo alegué que llevaba pistola porque estaba en el monte, donde permaneció once años. Si hubiera estado en una oficina, digo yo que llevaría manguitos. Al final se mantuvieron estas fotografías, junto con las de Manuel Vigil, Manuel Llaneza, Amador Fernández, Ramón González Peña, Belarmino Tomás y, por encima de ellas, la de Pablo Iglesias.

El mitin empezó a las doce y media, con el local lleno a rebosar. Al comienzo se notaba poco rodaje, porque cuarenta años sin celebrar mítines deshabitúan a cualquiera. Por ejemplo, de todas las banderas aportadas por Oviedo, sólo había cuatro desplegadas. Además, los mítines son como los combates de boxeo, que para ver a las figuras tienes que soportar a los teloneros. A veces los teloneros de una velada de boxeo son capaces de hacer grandes cosas, pero los teloneros de un mitin jamás dicen nada de interés. También se temía que se produjeran incidentes, porque los servicios de orden tuvieron que quitarles las barras de hierro a tres jóvenes, a quienes, no obstante, les permitieron pasar una vez desarmados. Bastante gente quedó en la calle, gritando: «Queremos entrar». Detrás de González estaba Álvaro Cuesta, en primera fila, con sonrisa de oreja a oreja, tomando posiciones. Hizo la presentación del mitin, en voz baja y con mucha emoción, Paulino, el zapatero de Barredos, figura entrañable y ejemplar del socialismo asturiano. También intervino, no menos emocionado que Paulino, el viejo guerrillero Lafuente. Y se hizo un clamor cuando Suso Sanjurjo empezó a gritar: «¡Mata! ¡Mata!», en recuerdo y homenaje al comandante Mata, jefe de la guerrilla socialista de Asturias, que permanecía exiliado en Francia, porque las autoridades españolas no acababan de proporcionarle el pasaporte. El público coreaba «¡Mata!, ¡Mata!» y Peralta se permitió un chiste: «¿A quién quieren matar?».

Después de las actuaciones de los históricos intervinieron el presente y tal vez el futuro. Suso Sanjurjo, el joven secretario general del PSOE asturiano, encorvado, tímido, poco brillante, habló por trámite; un Villaverde, en nombre de las JS, leyó malamente un papel, repitió topicazos infumables y en general dio la paliza al respetable. Ludivina García Arias estuvo clara y apasionada y atacó a CC OO, tal vez más de la cuenta en aquellas circunstancias en las que todavía existía una causa común. Cerró el acto Felipe González, que se mostró más realista que demagogo. Citó al periodista Javier Bueno, el director del «Avance» en 1934, y alguien del público gritó: «¡El único!». Al mitin no asistieron representaciones de otras fuerzas políticas, salvo algunos del MC que gritaban: «¡Viva la República libre de Fuencarral!» y algunos otros del PSPE, que pretendieron dirigirse al público, «ya que todos somos socialistas», pero se les negó el micrófono. No se registraron otros incidentes. Según la prensa del día siguiente, hubo de seis a siete mil asistentes, Zapatero incluido.

La Nueva España · 20 agosto 2007