Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Territorios perdidos

Ignacio Gracia Noriega

Casa el Ferreru

Miguel Alonso Cabal abrió el bar en 1911 en la que entonces era la calle de las Dueñas, hoy Palacio Valdés que le produjo muy buen efecto

Casa el Ferreru fue un establecimiento clásico de Oviedo que yo, obviamente, no pude conocer, al menos como cliente: se inauguró en 1911 y cerró en enero de 1954, antes de que yo cumpliera los 9 años: por lo que me guío para referirme a él por el libro «Hostelería del viejo Oviedo», de Luis Arrones Peón, quien escribe: «Era típico, entre la mayoría de los visitantes de la ciudad, pasar por el “Ferreru” a probar la sidra, que siempre era de lo mejor que podía ofrecerse de acuerdo con cada momento.Y entre los ovetenses era también numerosa la concurrencia a diario con tertulias fijas de toda condición social».

El Ferreru se encontraba en la calle de las Dueñas, denominación antigua en la ciudad, ya que un documento de 1534 menciona la fuente de las Dueñas. Según Tolivar Faes, «aunque la relación del nombre de esta fuente con las monjas o “dueñas” del monasterio de San Pelayo parece más que probable, hay también la posibilidad de que las “dueñas” de la fuente sean entes mitológicos, como mitológico es, sin duda, el nombre de “Mariblanca” que llevó en aquellas cercanías la fuente que existió en la Escandalera». El marqués de Santillana, por ejemplo, en una carta que con sus obras envió al condestable de Portugal, habla de «aquellas dueñas que en torno a la fuente de Elicon incesantemente danzan...». Pertenecen al ámbito encantado las hadas o xanas danzando en lo que ahora es la calle de PalacioValdés, novelista notable, aunque, al igual que los de su época, y señaladamente su paisano y amigo Clarín, cerrado a lo maravilloso. De todos modos, cuando escucho la palabra «dueñas» (así en Soto de Dueñas), pienso en monjas, mas cuando las «dueñas» están alrededor de una fuente, se debe pensar en hadas. No voy a incurrir en el laicismo posmoderno de preferir las hadas a las monjas, porque las monjas, blancas y piadosas, son las hadas de este mundo atorrante, hedonista y cerrado a cualquier cosa elevada. Por otra parte, las monjas del monasterio de San Pelayo, propietarios del terreno próximo a la fuente, tenían el tratamiento de «dueñas» o «señoras» y el monasterio, fundado por Alfonso II el Casto bajo la advocación de San Juan Bautista, que luego cambió el nombre por el de San Juan de Dueñas, era «Monasteria Dominarum». El nombre de Monasterio de San Pelayo obedece a que fue trasladado a él, en el último tercio del siglo X, el cuerpo del joven mártir San Pelayo desde la ciudad de León.

Y de las dueñas pasamos a don Armando Palacio Valdés, que, por cierto, escribió una novela «La hermana San Sulpicio», en la que el personaje principal es una monja, pero no de las pelayas de Oviedo, sino de la lejana Sevilla. Como buen escritor realista, don Armando no escribía sobre xanas, pero sí podía hacerlo sobre monjas que fueron personajes muy literarios del siglo XIX desde las diversas monjas de don Benito Pérez Galdós hasta sor Patrocinio, la monja de las llagas, sobre la que escribió un libro Benjamín Jarnés, y que no es personaje literario, sino real: el Rasputín español. Según Tolivar, la calle de las Dueñas cambió el nombre por el de PalacioValdés en 1915, aunque «el nombre de PalacioValdés fue uno de los muchos que la Corporación municipal acordó suprimir el 11 de febrero de 1937, a fin de restablecer la denominación original: mas el propioAyuntamiento pareció haber olvidado el acuerdo ya que siguió rotulando la calle con el mismo nombre».

Como el Ferreru se inaugura en 1911, la calle se llamaba todavía de las Dueñas. En ese año, un «americano» que había decidido abrir un negocio en Oviedo con los dineros traídos de Cuba inauguró una sidrería de la que cansó al cabo de pocos meses, bien porque no entendía de sidra, bien porque estaba casado con una cubana que le impulsó a cruzar de nuevo el océano y regresar a la Perla de las Antillas. Estos indianos que vuelven a la patria, la meta final de todo emigrante, pero una vez en ella no encuentran acomodo y han de volver al país de adopción, presentan un aspecto melancólico y dramático. El indiano que se disponía a volver a las Indias, al fracasar aquí la inversión de lo que había traído de allá, alquiló el establecimiento con instalaciones, mobiliario, efectos de servicio y existencias, a Miguel Alonso Cabal, «el Ferreru», por la cantidad de cuatro pesetas diarias: renta considerable para aquella época. Miguel Alonso Cabal era hombre de fuerte constitución, que había trabajado durante años en la sección de herrería de la empresa de fundición La Amistad: de ahí le venía el sobrenombre de Ferreru. Con sus ahorros, instaló una sidrería que era a la vez estanco en la calle Independencia, donde más tarde estuvo otro bar muy popular, Casa Patas.A diferencia del indiano, el Ferreru entendía mucho de sidra, porque sin duda trabajar en una fundición da sed, y era de la teoría, no del todo descabellada, de que para captar las cualidades tanto positivas como negativas de la sidra, había que beberla en ayunas, cuando el paladar no ha recibido aún las influencias de otros sabores. Por este motivo, efectuaba las pruebas de la sidra a primeras horas, y siempre muy de mañana recorría los diferentes lagares de los alrededores de Oviedo, no dejándose influenciar por tal o cual marca, sino por lo que su gusto le dictaba: razón por la que su casa no se vinculó jamás a tal o a cual sidra, sino a la que al Ferreru le parecía mejor en cada momento. Pues como afirma donValentín Andrés Álvarez en su «Guía espiritual de Asturias»: «La sidra se fabrica en pequeños lagares distribuidos por toda la región, con manzanas y mezclas de ellas muy distintas, de donde resulta que no hay dos sidras iguales».

El Ferreru había contraído matrimonio con Flora Fernández Nevares, que era quien se encargaba del establecimiento de la calle Independencia, en 1900. Pero cuando se trasladaron a la calle de las Dueñas y tuvieron que pagar una renta de ciento veinte pesetas al mes, el Ferreru empezó a tomar parte activa en el negocio, y no sólo se dedicaba a catar la sidra, sino a escanciarla y cobrarla. Mejoró considerablemente las instalaciones del indiano y se preocupó también de conseguir buen vino, ya que en Oviedo y en Asturias en general, una sidrería sin buen vino no puede funcionar, pues en esta región se bebe más vino que sidra. Doña Flora, en la cocina, contribuyó al prestigio de la casa. Los platos más característicos eran los callos, los chipirones y la langosta a la catalana, que por aquel entonces disfrutaba de mucha difusión en Oviedo. La ración de salmón, apunta Arrones, costaba dos pesetas. Supongo que era un buen precio, dado que, como queda dicho, el alquiler diario del establecimiento era de cuatro pesetas, con lo que con dos raciones de salmón vendidas, había al menos en la caja el dinero para pagar la renta diaria.

A las siete de la mañana, el Ferreru salía de su casa para catar sidras. De acuerdo con sus conocimientos y experiencias, había establecido un calendario y una geografía de la sidra, por los que se guiaba escrupulosamente. De marzo a junio, recorría los lagares próximos a Oviedo, los de Lugones, Colloto, Limanes, Tiñana, Granda, etcétera.A partir de junio la compraba en Nava y a veces llegaba aVillaviciosa, por considerar que en esa época, la sidra de aquellas localidades se encontraba en su punto, aunque la botella resultara un poco más cara, por los costes de los portes.

La sidra invita a la canción coral, o bien a la solista. Es normal que los grandes intérpretes de asturianadas frecuenten las sidrerías. Yo conocí a Manolo Ponteo en el Ferroviario; a Ignacio Apaolaza, en CasaManolo y en el Ovetense. Del Ferreru eran asiduos Rogelio Claverol, Ángel el Maragatu, Lauro Menéndez, a veces los Cuatro Ases (Cuchichi, Miranda, Claverol y Botón), que interpretaban las tonadas en el patio, en medio del silencio de la concurrencia: pues cuando un intérprete empieza a cantar, no se permite que suene otra voz que no sea la suya. Pues sólo Dios sabe lo mucho que a veces cuesta que cante un intérprete de tonada; siempre tiene alguna disculpa: que no estoy en salud, que hoy estoy afónico, que la sidra está fría y me afectó a las cuerdas... Mas cuando se lanzan a cantar, no hay quien los pare: ni a martillazos. También a veces se dejaba caer por el Ferreru la Busdonga, y eso que en aquella época las mujeres no frecuentaban aquel tipo de establecimientos. Tampoco solían cantar en público, si no era en los teatros, por lo que a la Busdonga se le disimulaba que cantara en el patio de una sidrería, y todos tan contentos. Otros personajes tan populares como los cantantes eran los jugadores del Oviedo de su mejor época: Emilín, Herrerita, Lángara, Casucu, Gallart, eran clientes del Ferreru. Los domingos por la mañana, antes de ir a comer y luego al campo a jugar al «pelotu » (como decía Emilín), forraban con sidra por lo que pudiera suceder en el césped. De aquella, los futbolistas no estaban sometidos a férreos controles como ahora. Pero marcaban goles (Emilín, incluso «de rosca», porque tenía las piernas torcidas) y daban espectáculo. Además, cobraban cuatro perras. ¿Qué más se les podía pedir?

La Nueva España · 4 julio 2009