Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Territorios perdidos

Ignacio Gracia Noriega

El hotel Principado

La historia de este establecimiento es la historia de una parte de la ciudad de Oviedo

Durante muchos años, el hotel Principado no sólo fue el mejor hotel de Oviedo, sino una referencia inevitable cuando se hablaba de la ciudad. Decir hotel Principado era decir Oviedo y también un buen hotel. Dice Ubaldo el de La Paloma que Oviedo se caracteriza por tres señas de identidad inevitables en el terreno de la hostelería y similares: los carbayones de Camilo de Blas, los bombones de Peñalba y el vermú de La Paloma. Podría añadirse el hotel Principado como establecimiento histórico, que en la actualidad sigue desarrollando la actividad hostelera con gran dignidad, aunque, claro es, los tiempos han cambiado.Ya no tiene el gran ventanal con sus cómodas butacas desde las que se dominaba el paso de la vida y del mundo por la calle San Francisco, ni aquella regia cubertería, pesada y labrada, entre la que destacaba el híbrido de cuchara y tenedor (esto es, una cucharada que se alargaba en tres dientes), usado para las verduras. Comer una menestra con este cubierto proporcionaba la agradable sensación de que se comía algo importante.Y para que nada faltara, la cocina era excelente. Un gastrónomo de la categoría de don Pedro Sáenz Rodríguez, cuando vino a Oviedo para acabar su vida académica como catedrático de la Universidad en la que había desempeñado su primera cátedra (y en la que pronunció la lección inaugural del curso de 1921 sobre la obra de «Clarín»), después de largos años de exilio, se alojaba en el hotel Principado y allí comía con gusto, las más de las veces solo. Don Pedro era un hombre viejo, gordo y muy sabio, que tenía la mejor biblioteca sobre la literatura mística y la mejor colección de programas de cine de España. La obesidad no le preocupaba porque una vez le había dicho Marañón que era un gordo natural, por lo que no había motivo para preocuparse. Tampoco le importaba la opinión de las personas bien pensantes, que en el año 39 y 40 del pasado siglo eran legión, siendo el único ministro de Franco que no tenía inconveniente en pasearse por la Gran Vía cogido del brazo de dos pelandruscas, además de que decía la Gran Vía, en lugar de la avenida de José Antonio. Su primera etapa como catedrático de Oviedo duró poco tiempo: lo suyo era la política de tipo monárquico, y sobre todo la conspiración, por lo que abandonó la enseñanza de la Literatura para trasladarse a Madrid, que es donde siempre «se coció el bacalao». Conspiró contra la II República, y en el apaño de fuerzas que fue el primer gobierno de Franco, ocupó el Ministerio de Educación. Era tan natural que un liberal se hubiera apuntado a aquel bando como que no tardara en enfrentarse con el Caudillo; o que al Caudillo no le gustaran las cosas que hacía, a saber. Lo cierto es que don Pedro Sáenz Rodríguez se exilió a Estoril para estar cerca del conde de Barcelona y allí se convirtió en una de las piezas fundamentales del juanismo. A la muerte de Franco regresó a España, leyó su discurso de ingreso en la Real Academia, lectura que había dilatado durante casi medio siglo, y vino a Oviedo, más que para jubilarse en la Universidad en la que había comenzado, para pasar una temporada en el hotel Principado. Otro político de la época, en sus mismas circunstancias, José María Gil Robles, también vino a la Universidad de Oviedo y también se hospedó en el hotel Principado. Eran dos señores, Gil Robles y don Pedro, dos ministros de otro tiempo. Tanto era así, que viendo a los ministros de ahora, Bibiana o Pepiño, me estremezco pensando que estamos en otra galaxia.

La cocina del hotel Principado mereció siempre generales elogios, lo mismo que el servicio. Era un servicio de primerísima categoría. Destacaba entre los camareros Oscar, mierense y poeta. Al final de sus días le operaron de la garganta, y se volvió más locuaz de lo que había sido hasta entonces. Siempre le gustó mucho hablar y operado mucho más. Cuando doña Carmen Polo de Franco venía a Oviedo, se hacía redada entre los «rojos» notorios. Oscar nunca ocultó sus ideas, pero aun así, era quien servía con su estilo impecable a la futura señora del Pazo de Meirás, mientras la Policía se preguntaba: «¿Dónde está Oscar?». Y el peligroso Oscar estaba al lado de la señora a la que se pretendía proteger, sirviéndole lenguado «meunier», especialidad de la casa.

La cocina de los hoteles generalmente tuvo mala fama, excepto la del hotel Principado. Con no ser el hotel Principado de ahora lo que era antes, su cocina es excelente. Todos los lunes Gonzalo Rivaya, Camporro y Guillermo Corretge van a comer a su amplio, desahogado y excelentemente servido comedor. El plato del día es muy bueno, con posibilidad de escoger entre varios, al precio de 18 euros. Yo comí allí varias veces y nunca salí defraudado ni con hambre, y el cocinero domina tanto la buena cocina internacional como los platos raciales, como una formidable fabada que el profesor Emilio de Diego comió allí el otro día. Yo no la probé porque no voy a saltarme el régimen por una fabada (si fuera por otro plato, quien sabe...), pero el aspecto y olor eran formidables. Las camareras, además, son muy amables, y nos aguantan hasta las seis de la tarde o más, cuando se prolonga la sobremesa.

Carlos Rodríguez escribió un libro sobre el hotel Principado, informado y abundante en anécdotas, como todos los suyos. En el prólogo, Carmen Ruiz-Tilve escribe que el hotel Principado, en la calle de San Francisco, 8, teléfono 1457, se encontraba «a medio camino de las rutas milenarias de los peregrinos y los caminos cosmopolitas de los viajeros que llegaban en su coche, plano en mano». El propio hotel había hecho su propio recorrido sobre el plano de la ciudad, aunque sin salir de la calle San Francisco, e incluso de la misma mano, desde el hotel Covadonga, haciendo esquina a la plaza de Porlier, en el hermoso edificio, obra de La Guardia, que seguidamente fue sede del Banco Asturiano, del Banco de Bilbao y actualmente del BBVA, hasta su emplazamiento de siempre, frente al Colegio de Recoletas, anexo al edificio de la Universidad y también fundación del arzobispoValdés, y ahora sede del Rectorado.

«En un refinado ambiente brilló durante muchos años el hotel Principado, en la calle San Francisco, frente a la vieja Universidad que fundaraValdés Salas -escribe Carlos Rodríguez-. Esta calle lleva el nombre de San Francisco desde el siglo XIV, y anteriormente se llamaba el Campo, por su proximidad al bosque denominado Campo San Francisco». El antiguo bosque permanece en lo que es propiamente el Campo, mientras que su prolongación hacia la calle San Francisco está urbanizada y es el actual centro de la ciudad: la plaza de la Escandalera y el comienzo de la calle Uría. Entre la Universidad y la Catedral estuvo el famoso hotel Covadonga, propiedad de la familia Doral, de Corigos, en Cangas de Onís, y de sólida ocupación hostelera, ya que habían gestionado el hotel Real, de Santander, y el hotel Pelayo, de Covadonga. El hotel Covadonga se incendia en febrero de 1906, y posteriormente la familia Fernández Doral se hace cargo del hotel Principado, «y lo convertiría en el centro de la sociedad ovetense y de cuantas personalidades visitasen la histórica ciudad», afirma Carlos Rodríguez. El rigor, la profesionalidad y la eficacia distinguieron a las hermanas Encarnación y Cándida Fernández Doral: también la ecuanimidad, pues por los mismos principios morales, aunque los motivos fueran distintos, prohibieron la entrada a un laureado general que se presentó con su querida en pleno franquismo, que a Santiago Carrillo durante la democracia. En esto no se parecen a la «nueva sociedad» que le quita una medalla de oro a Franco al tiempo que la da una «Sardina de oro» a Carrillo por el mismo motivo: por ser responsables de una guerra.

El hotel Principado no es la historia de un hotel, sino la historia de un gran trozo de Oviedo y de los personajes que lo frecuentaron, desde doña Carmen Polo a Gianna d’Angelo, José Isbert o Alejandro Casona, con boina y su aspecto terroso de labriego castellano. También su personal altamente cualificado, que diría Saturnino, del que destacaba Enrique Moradiellos, padre del historiador del mismo nombre y que, en las cenas de Tribuna Ciudadana, después de servir la mesa, se sentaba en un rincón para escuchar los coloquios. ¡Si esas paredes pudieran hablar! Con el inexorable paso del tiempo, el hotel Principado conoció el declive: la democracia había igualado bastante a las «familias distinguidas» y, sobre todo, se habían construido hoteles más modernos. Además, en los años ochenta, una parte del hotel fue ocupada por Casa Fermín. No obstante, continuó siendo sinónimo de una concepción de hotel tradicional e ilustre. Fue, en Oviedo, lo más parecido a los grandes hoteles de las películas.Y cuando, en esta época más triste, desaparecieron los transatlánticos, los grandes hoteles y los ferrocarriles con comedor, el «Principado, a su modo, sigue en pie».

La Nueva España · 20 junio 2009