Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Territorios perdidos

Ignacio Gracia Noriega

El bar Lisboa

Recogió a los clientes del Scar y añadió a los que venían en autobús desde Avilés o Las Regueras

Como todo va muy rápido hoy en día, París y Londres quedaron anticuadas. París, la ciudad a la queWalter Benjamin consideró como «la capital del siglo XIX» (así debería titularse un libro suyo que no llegó a escribir), a lo mejor sigue teniendo prestigio entre argentinos o en tiempos de Hemingway, que le hace decir en «Fiesta» a un personaje a quien le proponen dar una vuelta por Sudamérica: «¿Para qué, si todos los sudamericanos están en París?». Ahora, la gran metrópoli es NuevaYork, la capital del mundo, y las personas con pretensiones que conozco sólo aspiran a ir de compras a Manhattan los fines de semana. La única película deWoody Allen que conseguí aguantar hasta el final fue una que se titulaba «Manhattan», y eso porque los personajes me resultaban reconocibles: eran tan aldeanos y tan pedantes como los que nos pasábamos las noches en la plaza del Paraguas hablando de bobadas y dándole al trago. La otra noche, cenando con una amiga, me confesó que su aspiración, cuando se jubile, es pasar seis meses al año en NuevaYork. ¿Por qué? Pues no me lo supo explicar muy bien. Es como los que en los años sesenta iban a París y se acercaban al café Flore como el moro a La Meca porque lo frecuentaban Sartre, Juliette Greco y otros que bailaban ese son. Luego volvían a Oviedo muy contentos y lo contaban a quien quisiera escucharlos.

—¡Es que una noche estuve en el Flore!
—¿Y tomaste una copa con Jean Paul Sartre?
—¡Hombre!, eso no.
—Pues, entonces, ¿qué más te da haber ido al Flore que a Alvabusto, donde al cambio podías ver a Emilio Alarcos?

Alarcos, desde luego, no era Sartre, ni existencialista, sino estructuralista, que de algún modo sustituyó al existencialismo en los afanes de los ilustrados de hace medio siglo: o sea, más importante que Sartre.

El cosmopolitismo, Dios me perdone, es una de las grandes lacras de los tiempos modernos, de manera especial entre los pueblos latinos. Los franceses se libran un poco porque tienen París, pero debe repararse que cuando un argentino, por ejemplo, viene a Europa, nunca dice que va a Francia, sino a París. De manera que Francia es una ciudad y todo lo demás, erial.Y del resto de Europa, ni digo.

Tal vez sea cierto que existen pocas ciudades en el mundo, y el resto es aldea, por lo que, en una época de cosmopolitismo exagerado, los dueños de establecimientos hosteleros dieron en bautizarlos con los nombres de las ciudades más prestigiosas. Así se podía decir: «Voy a París», cuando se iba a tomar una copa a un bar o café llamado París. Londres, en cambio, es más bien nombre de hotel tradicional y serio. El poeta y gran cosmopolita José Luis García Martín, sin ir más lejos, escribió en uno de sus infinitos diarios que frecuentaba la cafetería Quinta Avenida de Oviedo porque le permite escribir: «Me hallaba yo esta tarde en la Quinta Avenida, con un montón de libros debajo del brazo...». Y no mentía.

El nombre de una ciudad europea (en los años cuarenta y cincuenta, mejor que americana) en el rótulo de cafés y bares le daba a éstos cierto empaque internacional. Aunque lo más formidable es un aguaducho rotulado Zanzíbar en las leonesas tierras de la Luna, debajo del embalse. Le pregunté a la dueña por aquel nombre y se encogió de hombros. Lo llamó Zanzíbar por lo mismo que otras bautizan a su hija Vanessa: porque lo juzgan cosmopolita y porque les suena bien.

El bar Lisboa se inauguró en el año 1938, en una época en que la geografía para rotular establecimientos públicos estaba considerablemente reducida. Hubiera sido impensable llamar a un local Londres oWashington, por lo que proliferaron los bares llamados Berlín, Roma y Venecia, ciudad muy presente en Asturias. El bar Venecia fue uno de los bares inolvidables de mi pueblo, en los tiempos de Benigno y de su hijo Toño, y en la actualidad se llama Venecia uno de los mejores bares de Infiesto, frente al Ayuntamiento. Y no sólo Venecia, sino sus alrededores, Lido, Rívoli, etcétera, han sido solicitadísimos como rótulos de bares, cafeterías e, incluso, salas de fiestas.

Lisboa, aunque no tenía la envergadura ideológica de Berlín, Viena o Roma, sino que más bien podía reprochársele lo que el jerarca nazi le reprochó al diplomático Agustín de Foxá durante una dura borrachera en Finlandia, pues pertenecía a un país que no era simpatizante ni beligerante, pero, no obstante, la clara tendencia aliadófila durante la II Guerra Mundial de Portugal, el Gobierno de Oliveira Salazar se llevaba muy bien con el de Franco. Así que Lisboa también representaba la «corrección política» de la época, aunque no tanto como Roma o Berlín. El bar Lisboa se encontraba en la calle Diecinueve de Julio, llamada así para conmemorar la fecha en que Oviedo se sumó al alzamiento del 18 de julio de 1936, precisamente en el antiguo convento de Santa Clara, entonces cuartel de la guardia de asalto. Esta calle iba desde la plaza del Carbayón a la calle de Palacio Valdés y en ella se levantó el edificio de La Jirafa, que representó el no va más arquitectónico de Oviedo durante varias décadas. Con sus dieciocho pisos, era un auténtico rascacielos como los de NuevaYork, que llenó de estupor y orgullo a los carbayones.Y, ciertamente, La Jirafa vista desde la calle Palacio Valdés me recuerda un plano del NuevaYork de los años treinta que figura en casi todas las películas de gánsteres o cómicas de la época.

En esta calle había una sucesión de establecimientos variados y muy característicos, que permanecieron abiertos hasta 1963, en que se procedió a su derribo para abrir la calle que por entonces recibió el nombre de prolongación de Milicias Nacionales y acabó llamándose Palacio Valdés. Estos comercios eran la Marmolería Martínez, el Garaje Laguna, los Paraguas Neptuno, la Carnicería de Manolo y el bar Lisboa. El bar Lisboa fue fundado por Aurelio Fidalgo en el local donde se encontraba el garaje Martínez Rivero, dedicado a la venta de material deportivo. En 1946 lo toma en traspaso Benigno Diez por los motivos que hemos explicado en el artículo anterior: porque el bar Scar, de su propiedad, había sido derribado para levantar el actual edificio de la Caja de Ahorros. En este bar Lisboa hizo su licenciatura como profesional del ramo hostelero el conocido barman Alfonso Diez, hijo de Benigno, que alcanzaría el doctorado en el Café de Alfonso, de su propiedad.

El bar Lisboa recogió la clientela del bar Scar, a la que se sumó otra nueva. Allí paraban los autobuses de línea entre Avilés y Oviedo, conocidos por el Avilés, que eran amarillos, como los taxis de NuevaYork (porque para cosmopolitas, nosotros, los asturianos), y también el autocar de Jacinto el de Las Regueras, a la vez que taxis procedentes de Tineo, Salas, Navelgas, Cangas del Narcea y otras localidades del occidente asturiano. Arrones Peón cita a este propósito a taxistas conocidísimos, como Garrido, Linera, Antón el Conde y otros muchos, que viajaban a Oviedo casi todos los días. A estos viajeros fijos se sumaban los procedentes de la estación de los Alsas, que se encontraba en la calle Diecinueve de Julio, mientras los Autos Llanera paraban en el casi vecino bar Pelayo. Gracias a este ajetreo de autobuses, el bar Lisboa era una agencia de las gentes del occidente de la provincia, a la que se acudía para reservar alojamiento, ingresar en el hospital, retirar encargos, sacar los billetes en el Alsa, etcétera. A la muerte de Benigno, en 1956, quedaron al frente del negocio su viuda Rosalía, excelente cocinera, y su hijo Alfonso.

«El establecimiento tenía en su parte anterior varias mesas de patas de hierro y tapas de mármol que se arrimaban a una mampara -escribe Arrones-.Y tras ésta estaba el comedor para servicios de restaurante. Muchos de aquellos paisanos que acudían normalmente al Lisboa traían de sus casas sus paquetes de comida, que tomaban en aquella parte del bar, haciendo como consumo al establecimiento la bebida y el café». Esto se hacía también en otros establecimientos, ya que se trataba de una época en la que había circulando menos dinero que ahora.

Alfonso, oviedista de corazón, tenía a gala recibir en su establecimiento a jugadores del Real Oviedo que formaban parte de su clientela habitual: Sánchez Lage, Marigil, Artabe, Romero, Amarilla, Iguarán, Paquito, etcétera. Amarilla, porque cierto, cuando llegó a Oviedo no estaba bautizado, y Alfonso fue su padrino en esa ceremonia.

El bar Lisboa permaneció abierto hasta 1963, en que hubo de cerrar para la prolongación de la calle Milicias Nacionales. Como el Scar, fue una nueva víctima de la modernización urbanística ovetense.

La Nueva España · 25 abril 2009