Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Semblanzas

Ignacio Gracia Noriega

Un recuerdo para don Máximo de la Vega

Este año que se celebra, con la debida dignidad, el centenario del fallecimiento de Roberto Frassinelli, bien podríamos recordar, de paso, al canónigo don Máximo de la Vega, su amigo y colaborador. Tres fueron los artífices del primer proyecto de la basílica de Covadonga: el obispo Sanz y Forés, Roberto Frassinelli y don Máximo de la Vega. Cuando Sanz y Forés abandonó la diócesis de Oviedo, su sucesor, el jerezano Herrero y Espinosa de los Monteros, que había sido poeta dramático en su juventud y que llegaría a cardenal, lo mismo que Sanz y Forés, detuvo las obras de la basílica, alarmado por los gastos. Roberto Frassinelli, despedido de su cargo de director de obras, murió en el solsticio de verano de 1887; don Máximo continuó luchando por la basílica, y esta lucha le condujo a la muerte, ya que falleció a consecuencia de una pulmonía doble adquirida al regreso de un viaje a Madrid, a donde había ido en busca de fondos. Trasladado a Covadonga, prefirió ir a morir a su casa de Nueva, rodeado de sus familiares; y, caso parecido al de Frassinelli, a partir de su fallecimiento se cierra en torno a él un muro de silencio. Maximiliano Arboleya le reprocha al canónigo Mori que, en su biografía de Sanz y Forés, le hubiera concedido mayor atención y relieve a Roberto Frassinelli que a don Máximo de la Vega; pero Martín Andreu Valdés, en su «Visión de Covadonga» (Covadonga, 1926), ni le menciona. Alejandro Pidal y Mon, en su famoso artículo necrológico sobre Roberto Frassinelli, califica, sin embargo, a don Máximo como «el célebre canónigo de Covadonga», y le presenta en una escena de poderoso dramatismo, abandonando su escopeta de caza para dar la absolución a un cainejo a punto de despeñarse.

Don Máximo de la Vega había nacido en Nueva de Llanes y muy joven obtuvo por oposición la plaza de canónigo en Covadonga: es, pues, un hombre. característico del Oriente de Asturias, que nunca abandonó, salvo cuando por razones más o menos burocráticas había de desplazarse a Oviedo o a Madrid, que fue el destino de su último y fatal viaje. A su iniciativa se debe la construcción de la bellísima carretera entre las dos localidades amadas, entre Nueva y Corao, que es la entrada de Covadonga. No era un místico, sino un hombre de acción, organizador, administrador, constructor de basílicas y carreteras, y, en ratos de ocio, cazador en los Picos de Europa. Se dice que su casa de Covadonga estaba siempre abierta a los peregrinos, y que en sus conversaciones con Frassinelli, a quien había conocido en el curso de una cacería por los Picos, jamás se suscitaba el terna religioso; no obstante, exigía respeto a sus creencias y en una ocasión expulsó a uno de los trabajadores en las obras catedralicias por blasfemar. Tenía el carácter fuerte y le gustaba ser expeditivo, y amaba por encima de todo Covadonga y sus alrededores, de los que dijo el cronista de Silos: «Hay un valle en Asturias llamado Cangas, sobre el cual se ve el monte Auseva, en cuya falda existe una gran cueva capaz de contener rail hombres, inexpugnable contra enemigos». Y sobre este lugar, cantado con acentos épicos por el poeta Robert Southey, escribió el conde de Saint-Saud, el explorador de los Picos de Europa: «Siete veces he venido a Covadonga, a donde desearía volver antes de morir. Es un nombre querido de todo buen español que ve en. él lo que en Roma el romano, lo que el francés en Orlean.s con Juana de Arco. Covadonga es una epopeya, una historia y un símbolo».

Don Máximo no escatimó esfuerzos personales, trabajos ni su propio patrimonio para lograr la restauración de Covadonga. Cazador y montañero, tenía una cabaña camino de los Lagos, que tuvo que vender para contribuir a los gastos de la construcción de la basílica. Y, al tiempo, hubo de defender a Frassinelli durante la construcción del Camarín, que fue siempre polémico, y que finalmente sería retirado, por orden de Luis Menéndez Pidal, después de la guerra civil. En el curso de las obras, don Máximo desplegó una extraordinaria actividad, no sólo como administrador y organizador, sino también preocupándose por la situación de los obreros que en ellas trabajaban, lo que evidencia su sensibilidad hacia las cuestiones sociales. Procuró que los salarios fueran superiores a los que, por lo mismo, se pagaban en Cangas de Onís, y concedía una semana de vacaciones después de la fiesta de la Santina; asimismo habilitó una sala en la colegiata para botiquín de urgencias, aunque, por fortuna, no se registraron accidentes mortales, y creó una escuela para educación de los hijos de los obreros, a cargo de los canónigos. También se preocupaba de los entretenimientos de los trabajadores, por lo que inspiró la creación de un coro, dirigido por el sochantre, y mandó instalar una bolera. Don Amaro de la Campa, abad de Covadonga por los años cincuenta, decía de él: «Don Máximo es el gran ausente de Covadonga, pero su obra lo llena todo».

La Nueva España · 1 julio 1987