Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

La lluvia llega con magia

A lo largo de la Historia se han sucedido las rogativas para atraer a las nubes

No hace muchos años, pues yo conocí al personaje (y al escribir "no hace muchos años" indico que la historia que va a continuación no tuvo lugar en la Edad Media), en mi pueblo había un señor que podía practicar la magia, sin que nadie ni él mismo sospecharan que ocasionalmente era un mago.

Es sabido que en Llanes existe una fuerte rivalidad entre las tres celebraciones festivas del verano, que son la Magdalena en julio, San Roque en agosto y la Guía el 8 de septiembre, coincidiendo con la festividad de Covadonga, que en Llanes, como es natural, no se celebra. Esa peculiar rivalidad alcanza el extremo de que los partidarios de cada uno de los santos no se agrupan en cofradías, sino en "bandos", que se corresponden con bastante exactitud a las clases sociales en que se dividía el valle de Congosto de la novela "El ombligo del mundo" de Ramón Pérez de Ayala. Enumeraba el novelista a la marineria, a los menestrales y artesanos como constituyentes de una de las clases; a la clase media compuesta por un amplio abanico de vecinos, desde profesionales liberales hasta comerciantes con tienda puesta, y próxima a esta clase se encontraba la aristocracia local. Los campesinos, también enumerados por Pérez de Ayala, tenían vela en este festejo si se trataba de aldeas próximas a la villa, y así los de Cué son de La Guía y los de Panca de San Roque, debido a añejas discrepancias entre ellos por causa del ancestral baile del pericote.

Según los de Pancar, su pericote es el legítimo, y según los de Cué lo es el suyo. En lo que a los "bandos" se refiere, las clases sociales se distribuían y supongo que se continuarán distribuyendo del siguiente modo: a la Magdalena pertenecían la aristocracia (y como confirmación de ello, la hoguera que recorría algunas calles de la villa la víspera de la fiesta mayor, salía del parque de la casa de la Marquesa de Argüelles) y una parte de la marinería, con lo que este bando rememoraba el "anclen régime"; a San Roque, la burguesía local, profesionales liberales, indianos y veraneantes distinguidos, y a La guía, el más reciente de los bandos, los marineros de El Cuetu, donde se encontraba el "Morru", por lo que su grito de guerra era "¡Viva el Morru!", veraneantes con menos tradición y, en general, personas que por las razones que fuera no militaban en los otros dos "bandos". Porque pertenecer a un "bando" no es lo mismo que ser socio de un club de fútbol o militante de un partido político: se es de La Magdalena, de San Roque o de La Guía desde el momento mismo del nacimiento, sin que haya la posibilidad de tránsfugas. Aunque puede darse el caso de que en una familia los cónyuges pertenezcan a bandos distintos, en cuyo caso los vástagos son divididos, no como en el litigio de las dos madres ante Salomón, sino unos hijos son destinados al bando de la madre y los otros al del padre.

El personaje que motiva estas líneas era un fervoroso de La Magdalena, un "fanático", según la terminología local, perfectamente admitida, y así se oye decir de alguien que es "fanático" de La Magdalena o de San Roque "hasta la cresta". En algunas canciones banderizas hasta se alude a dar la vida por el santo o la santa, lo que es el como de este "fanatismo" folclórico y sin mayores consecuencias. Pues bien, este "fanático" de La Magdalena tenía en su casa una imagen de San Telmo y estaba muy corrido por la villa que si la metía en un barril lleno de agua llovía inevitablemente por lo que el buen señor acostumbraba a amenazar a los de San Roque, conforme se acercaba la celebración del santo, con "meter a San Telmo en agua": lo que producía entre los "sanrrocudos" cierta inquietud. Ni el dueño de San Telmo ni los secuaces de San Roque que temían que la lluvia les desluciera la fiesta debía estar muy convencidos de que meter el santo en el agua fuera a llover: más por si acaso, era preferible que no lo hiciera.

Este es un caso clarísimo de lo que Frazer denomina "magia simpática", basada en el principio de que lo semejante produce lo semejante. Si el día de San Roque se moja San Telmo, también se mojará San Roque durante la procesión. Esta magia no es exclusiva de Llanes, o, como escribe Frazer, "las costumbres de esta clase no han estado confinadas a las selvas de África o a los desiertos tórridos de Australia y el Nuevo Mundo". En Commagny, en Francia, en tiempo de sequía, arrojaban a una charca una imagen de piedra de San Gervasio. En Collobiéres echaban el agua a San Pons y en Navarra a San Pedro.

Todos estos son actos mágicos, a diferencia de las rogativas, que lo son religiosos, ya que se invoca a la divinidad para recibir lo que se desea, pro ejemplo, la lluvia. En cambio, si se arroja el santo al agua para obtener lluvia no se pide al santo que interceda para que llueva, sino que, mojándole, lloverá de manera automática.

En Asturias, como es natural, tanto la magia como las rogativas para pedir la lluvia, son medidas innecesarias. Aunque estas Navidades no haya llovido, lo normal es que llueva en diciembre y las sequías nunca son especialmente alarmantes. No obstante, existen dentro de la mitología astur, y en general cantábrica, diversos seres relacionados con la meteorología.

Las figuras más destacadas de la mitología meteorológica astur son los nuberos y los ventolines, relacionados, como sus nombres indican, con las nubes y con los vientos. Al nuberu se le representa como a un hombre muy alto con sombrero, que, cuando se quita el sombrero, se acumulan nubes y, en consecuencia, se producen lluvias. Es una versión de los pastores de nubes y la personificación de un mago, ya que tiene poder sobre las nubes, las cuales descargan según se quite o no se quite el sombrero. Los ventolines, a diferencia del nuberu, que resulta inquietante, presentan aspectos poéticos; según la descripción de Tomás Cipriano Agüero, "de día, por lo general, están en la región del fuego; de noche flotan en el espacio y a través de los rayos de luna lógrase a veces distinguirlos. Los ventolines tienen en su acento armonía inexpresable: llevan los suspiros de los amantes y duermen a los niños en sus cunas". Es una descripción muy bonita, muy poética, muy propia de la época del romanticismo, pero etnológicamente no vale nada. A la vista de descripciones como ésta hemos de acostumbrarnos a admitir que buena parte de la mitología asturiana es creación erudita o poética, decimonónica. Giner Arivau, que ofrece testimonios de primera mano de mediados del siglo XIX, dice los nuberos tienen también poder sobre los vientos y no menciona a los frágiles y poéticos ventolines.

Debe tenerse en cuenta aquí la diferencia entre mago y sacerdote. El mago es quien actúa por si mismo, valiéndose de técnicas más o menos elaboradas, sobre la Naturaleza. El sacerdote es el intermediario entre el ser superior que domina la naturaleza y los fenómenos naturales. En Proaza, el sacerdote realizaba funciones de mago durante las tempestades, pues se encaraba a los vientos haciendo sus conjuros, por lo que debía ser sostenido por varios forzudos para que las ráfagas no le arrastrasen. No terminaban ahí sus poderes. Alejaba la tormenta y la hacía descargar en lugares apartados y pedregosos en los que no pudiera dañar los sembrados. Una mujer a la que conoció Arivau le enseñó un campo en el que el cura había desviado la tormenta y en el que no volvió a crecer la hierba en siete años. A veces los demonios que rigen las tormentas son tenaces yen una ocasión exigieron al sacerdote que les diera una prenda suya. El sacerdote les arrojó un zapato y desaparecieron los demonios, la tormenta... y el zapato.

La Nueva España · 9 enero 2016