Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

Dignificación de la tonada

La canción asturiana carece hoy del prestigio, incluso académico, del que goza desde hace unos años la gaita

Plantea Joaquín Pixán una cuestión importante e interesante en relación con la tonada, y de paso me canta por teléfono una canción con su estribillo («Torna la gocha, Antona»), a modo de ejemplo. ¿Cómo es posible que una canción de alto contenido lírico pueda tener un estribillo un poco bruto como es «Torna la gocha Antona», o, según él, «torga la gocha», dado que la «torga» es el travesaño de madera que se coloca en el cuello de los cerdos para que no invadan las sebes? El ejemplo no es único; tenemos la famosa vaqueira que empieza de manera elegíaca y melancólica: Morrió’l obispo de Uvieu, morrió nuestro capitani y al tercer verso entra el exabrupto: «morrió la cabrina mocha», y el efecto solemne de los dos primeros versos se descompone. ¿A qué se debe esto?, se pregunta Pixán, y su respuesta es razonable: muchos cantantes de asturianadas componían una canción con retazos de otras canciones o cantaban lo que se les ocurría. Para que la canción durara un poco más, ¿por qué no iban a meter en ella a la gocha de Antonao a la cabrina mocha? Aunque el motivo también podemos indagarlo mucho, muchísimo antes, en los lejanos orígenes de nuestra lírica, que nace con las «jarchas» con un siglo de antelación cuando menos a cualquier otra lírica europea. Estas «jarchas» eran estribillos líricos en lengua romance añadidos a composiciones más extensas llamada «muwaschahas», debidas a poetas cultos y escritas en árabe o hebreo. La intromisión de las cancioncillas en romance mozárabe a modo de estribillo se repite mil años más tarde en la tonada astur, mayoritariamente cantada en español. Pero de esto no se deben hacer deducciones ajenas al asunto que tratamos. Si de la «muwaschaha» lo importante es el estribillo en romance, algunos de extraordinario lirismo, en la tonada astur hay estribillos también de gran belleza. Y no se tema, una vez más, que aunque no sea la lengua de la tonada, el bable está «en peligro de extinción», como lamenta don José Ramón García Fernández en su artículo publicado en «La columna del lector». Las lenguas no se pierden ni se destruyen: lo más que puede sucederles es que se dejen de hablar, como se dejó de hablar el catalán en el siglo XVI, o que no hayan tenido nunca una difusión importante, como el bable. Pero porque se dejen de hablar, no pasa nada. El sistema está ahí a disposición de quien quiera utilizarlo: hay gramáticas, diccionarios, se conocen su fonética y su fonología, y todo ese material lingüístico puede emplearse para aprenderlo, para hablarlo en familia y hasta para hacer una tesis doctoral. Pero yo no creo que un pueblo se empobrezca o enriquezca por cuestión lingüística. La lengua está para lo que está, para comunicar y entenderse, y siempre nos comunicaremos mejor en lenguas más ricas y en funcionamiento, que entiende todo el mundo.

Volvamos con Pixán. Se pregunta el ilustre intérprete por qué no ha sucedido todavía con la tonada lo que está sucediendo con la gaita, dignificada en pocos años y que ahora tiene un prestigio incluso académico del que carecía hace un par de lustros. Esta dignificación se debe sin duda a la aparición de un intérprete de grandes facultades como Hevia, sobre el que se hizo una apropiada promoción comercial. Si las cosas no se promocionan, ya puede surgir el mejor músico del mundo que su obra no saldrá de las caleyas. Sin embargo, procede hacer ahora una pregunta: ¿es la gaita en estos momentos lo que era hace cuarenta años? Desde luego, no. Con su mayor difusión y su adaptación a las nuevas técnicas, con la sustitución del gaitero individualista que iba a la fiesta acompañado por el tamborilero como si éste fuera su lazarillo por la aparición de auténticas bandas de gaitas en plan marcial, que fue uno de los desmanes organizados por Fraga Iribarne durante su etapa de gobernante de Galicia, y que recuerdan menos a los regimientos de escoceses que al regimiento «Covadonga» de la pasada guerra civil, que también disponía de una banda de gaitas, ¿han ganado en profundidad nuestras fiestas o se han convertido en un exponente más de la modernidad? La vieja gaita ha desaparecido o está en trance de desaparecer y las de hoy son de diseño más o menos ultramoderno que me recuerda el fusil con que el terrorista pretendía atentar contra DeGaulle en la película «Chacal». Una cuestión de la tonada que le interesa a Pixán es no sólo su riqueza musical sino poética. Sobre este punto escribí yo varios artículos señalando la extraordinaria altura poética de algunas tonadas. Una vez más citaremos la primera canción del cancionero de Eduardo Martínez Torner que Madariaga consideraba digna de Shakespeare y de la que hay un eco (o seamos menos optimistas, una coincidencia) en unos versos del poeta sevillano del s. XIX Gabriel García Tassara: «Y, ¡oh!, quién pudiera por su propia mano, arrancar de su frente el pensamiento». Eduardo Martínez Torner anota que se trata de una canción de ronda, dictada por Catalina Muñiz Llano, de cincuenta años, de Llamo, en el concejo de Riosa. Pero ninguna insinuación sobre quién pudiera ser su autor, aunque es forzoso reconocer que para escribir:

Que me oscurece, ay de mí que me oscurece a la salida del monte. Penosina de la aldea, dame posada esta noche. ¡Tan escura! ¡Oh qué noche tan oscura que no tiene movimiento, ¡oh! quién pudiera tener tan sereno el pensamiento,

hay que ser un grandísimo poeta. Y ese poeta, ¿solo escribió esos versos y quién era? No lo sabemos ni nadie se ha ocupado de preguntárselo, ni intérpretes, ni musicólogos, ni aficionados, tal vez debido a que la tonada fue considerada hasta ahora solo bajo los aspectos musicales y se dejaron a un aldo los poéticos. Y así pasa inadvertida la delicada y sorprendente metáfora:

Dime, paxarín parleru, dime qué comes, como arenines del mar, del campo flores.

Estos versos bastan para producir un efecto poético perdurable, pero tal vez considerando que la canción se quedaba corta, se le añadieron otros versos, también bellos pero inferiores:

Tienes unos güeyos, neña, y unes pestañes, y una llingüina parlera con que me engañas.

El nexo entre ambas cuartetas es la adjetivación «parlero»: «paxarín parleru / llingüina parlera». Naturalmente, reparar en cuestiones como ésta exige una técnica depurada, como la exige la depuración de la letra, que se reduce al solo estremecimiento lírico:

Como la flor que el aire la lleva, viene mi amor a rondar tu puerta.

Nada más. Ni nada menos. Es claro que el arte popular es recuerdo de un arte culto que se ha perdido, pero ¿qué poeta o qué poetas fueron capaces de tales alturas líricas? Desde luego, ningún poeta asturiano conocido del siglo XIX o comienzos del XX. Se trataba de un poeta absolutamente moderno, no contaminado por el campoamorismo ni por el rubenismo, tan en boga. Eran poetas modernos que iban a lo esencial y primitivos porque no les importaba que constara su nombre. ¿Sería algún cura, algún maestro de escuela, algún aficionado a la canción, alguna muchacha enamorada? No lo sabemos porque a nadie se le ha ocurrido preguntarse quién pudo escribir versos tan escuetos y delicados y ahora estamos demasiado lejos del poeta para rastrear sus huellas. El poeta se ha desvanecido pero permanece la canción.

La Nueva España · 12 abril 2014