Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Por los caminos de la Asturias central

Ignacio Gracia Noriega

El «desarme» en Saldaña

Un alegato en favor del turismo por los rincones desconocidos del país en lugar de utilizar las vacaciones estivales para viajar a lugares exóticos en el extranjero

Por el verano procede viajar un poco. No como antes, cuando los españolitos se volvieron todos ricos de repente y los caminos del mundo estaban llenos de catalanes haciendo cosmopolitismo, porque ahora no hay dinero. Lo de empobrecerse es propio de ricos, y esto sin duda será un consuelo para los que tienen que apretarse el cinturón, pues los pobres nunca salieron de pobres. Así que dejémonos de fantasías y pongamos los pies en España, que buena falta nos hace. No se trata de ir cada dos por tres a New York o a Singapur como antaño a presumir, digo yo que con los del pueblo a la vuelta, porque a los de Singapur y a los neoyorquinos no creo que les cause pasmo ver por sus calles a un españolito triunfador: y además, como a esos sitios tan exóticos ya fue todo el mundo, han perdido encanto, a qué van, además de demostrar que tiene dinero para pagarse el billete de ida y vuelta, no lo sé. A lo mejor a dárselas de ejecutivos, aunque no todos los que viven en Wall Street son ejecutivos, de la misma manera que no todos los políticos españoles que tanto se sacrifican por nosotros dedicándose a la política ganarían más en la empresa privada.

No dudo que Guindos tendrá buen sueldo, pero la mayoría de los políticos no pasarían de conserjes en una gran empresa. Y si ser registrador de la propiedad es un gran «chollo» y una profesión muy lucrativa, el sacrificio de Rajoy presidiendo el Gobierno es tan meritorio como los grandes fustazos que se arreaba San Pedro de Alcántara para ganar el cielo, ya que él podría estar cómodamente dedicado a su profesión: aunque me consta que con la «crisis» muchos registradores de la propiedad las están pasando «canutas».

Dejémonos, pues, de fantasías, y pongamos los pies en el suelo. Lo mejor que se puede hacer los con los pies sobre el suelo es echar a caminar. Hemos escrito en un artículo anterior que Oviedo es el mejor centro turístico de Asturias. Desde Oviedo se puede ir a todas partes y volver en el día, a dormir en la cama propia, que es lo más sano y saludable (y donde mejor se duerme). Podemos ir de Oviedo a cualquier parte del norte de España en una área relativamente amplia. Como New York y Singapur, y los veraneos en Cancún, ya están muy vistos, vayamos a Saldaña, a donde no va nadie.

¿Dónde queda Saldaña?, se preguntarán muchos compatriotas que, como decía Unamuno de los cosmopolitas de su tiempo, han visto las cataratas de Iguazú, pero no saben dónde nace el río que pasa por su pueblo. Pues bien: queda cerca. Relativamente cerca, para ser precisos. Para llegar a Saldaña hay que pasar por los grandiosos paisajes de la cordillera, dejando los Picos de Europa a nuestra izquierda, ser recibidos por la inmensidad acuífera de Riaño, entrar en la meseta pro Boca de Huérgano y bajar hasta Guardo: entre Guardo y Carrión de los Condes está Saldaña. El paisaje verde y áspero de la montaña nos sigue hasta Guardo: a partir de esta villa industrial y minera se abre la inmensidad parda de la llanura, más pronto entramos en la cuenca del río Carrión, que es un delicioso vergel.

A la villa de Saldaña se entra desde el norte por una calleja de poca apariencia que desemboca en la plaza central, donde se celebra un mercado muy animado. Allí se encuentra una iglesia cuya fachada vale poco: o digámoslo de una vez, es fea, decididamente fea. La verdadera plaza de Saldaña está detrás del Ayuntamiento. Es una plaza rectangular, de soportales con columnas de madera, en cuyo recinto se documental las primeras corridas de toros. La plaza posee todo el encanto de las viajes villas castellanas, entre las que empezaban por «ese» tienen un valor y un atractivo muy especial: Sahagún, Singüenza, Sepúlveda y Saldaña.

Saldaña es lugar fronterizo entre Castilla y León: es de León pero parece Castilla. «Entre Saldaña y Carrión, además de historia, pasa una vega de una fertilidad increíble y pasa un río lento, solemne y vital, que riega unas huertas de las que viven los veinticinco pueblos del Campo de la Villa y de la Loma», escribe Víctor de la Serna en «La ruta de los froamontanos», quien añade que «en Saldaña se habla el castellano más cristalino y exacto que yo he oído».

Aprovechemos para hacer un ajuste de cuentas a «La ruta de los froamontanos», libro a la vez delicioso e irritante. Es una delicia leerlo por lo bien escrito que está, con páginas de arrebatado lirismo de buena ley y otras que se asoman al despeñadero de la cursilería, pero en el que se hundieron pretendidos «prosistas poéticos» del tipo de Pedro Rodríguez y Tico Medina.

Pero un verdadero escritor, aún en sus peores momentos, está por encima de las mediocridades. García Lorca era más cursi que Alejandro Casona, pero la cursilería de Casona da dentera, corno hincarle el diente a una manzana verde. Por eso, la cursilería de Víctor de la Sema no irrita: irritan su franquismo, su progresismo reaccionario, su creencia en que con llevar regadíos a los pueblos está resuelto todo, sus insistentes adulaciones a los ingenieros de montes a los que califica reiteradamente de «poetas». Y también irrita, aunque menos, su tono confianzudo con el lector y su desparpajo en el uso del lenguaje coloquial. Pero es un hermoso libro. Yo conozco, los he pisado, todos los lugares que describe y están descritos tal como los he visto.

La relación de Saldaña con Oviedo es lejanísima. El conde Saldaña, que tuvo amores con la hermana de Alfonso II, es el padre del héroe legendario ovetense por excelencia, Bernardo del Carpio. Como el rey era casto, tomó muy a mal el desliz de su hermana y encerró a Saldaña en un castillo después de sacarle los ojos. No sé si recordarán en Saldaña esta historia de amores tan terribles. En la plaza moderna había un bar muy grande en el primer piso de un edificio, con el aspecto de haberlo sido de un casino y que ya ha cerrado. Preguntamos en otro bar en el que por un vaso de vino dan un pincho (no dos) dónde se come bien y nos recomienda la «Casa Torcida» en la plaza antigua y porticada. El nombre se debe a que la casa está torcida, y aunque la apuntalan las dos casas inmediatas, se observa el torcimiento en la gran viga de madera que sobresale de la fachada.

El establecimiento, a media luz, es fresco y confortable. Abajo el bar y un comedor. Pero el comedor bueno es el de arriba, que nos traslada al siglo XVI, a la época en la que se construyó la casa Es una pieza a tejavana con dos ventanucos altos y las gruesas paredes son de adobe, madera y ladrillo. Y en la carta tenemos «garbanzos con bacalao y espinacas»: ¡El desarme!, como si estuviéramos en Oviedo. No nos queda otro remedio que pedirlo. Ángel Muro ofrece la receta del «potaje de espinacas a la española», que incluye los garbanzos como base, pero desconoce el bacalao. Evidentemente, se trata de un plato de Cuaresma. Pero el bacalao le da un toque especial, aunque se trate de un plato menos contundente, más ligero, que el ovetense, muy apto para la temperatura del exterior. Un cocido conforta siempre, incluso en verano, y éste nos lleva a preguntarnos si el famoso «desarme» no tendrá orígenes castellanos. Procuraremos averiguarlo. La cocina de «La Casa Torcida», presenta otros atractivos que la hace muy recomendable, además del comedor, maravilloso. La cocina castellana es un poco de sota, caballo y rey, con predominio de los asados. En la «Casa Torcida» hacen una cocina que sin ser pedantesca ni afrancesada se sala de la norma. No es lo que comían los antiguos dueños de esta casa; pero después de haber comido las verduras, las carnes, la cuajada, queda uno satisfecho.

La Nueva España · 17 agosto 2013