Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Personas y hechos de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Álvarez Espriella

Cuando José Blanco White empieza a redactar sus «Letters from Spain», en febrero de 1821, toma como modelo la obra Letters from England, aparecida a comienzos del siglo y a la que cita expresamente. El libro venía firmado por un don Manuel Álvarez Espriella, que en realidad no era otro que el célebre poeta (celebérrimo en su tiempo) Robert Southey. El recurso de crear a Álvarez Espriella como observador poco complaciente de la sociedad inglesa no era otro que el puesto en circulación por Montesquieu en sus «Cartas persas», donde Francia era considerada por viajeros persas con buen sentido, y seguido en nuestro país por José Cadalso en las Cartas marruecas, en las que España es vista por un moro. «Southey, buen hispanista, prefiere a un caballero español para imitar mejor su manera de expresarse y establecer con algún fundamento comparaciones y contrastes», escribe Vicente Llorens, quien añade: «La reacción de Southey es la de un conservador anglicano frente a la nueva sociedad que estaba creando la revolución industrial». Esta actitud crítica no era en i modo alguno la de Blanco White, cuyas referencias a Inglaterra «pecan en general de excesivamente laudatorias». Para el canónigo sevillano, la Inglaterra de 1821 era espejo de libertades, como lo había sido para Voltaire en el siglo anterior. Como hombre de mentalidad progresista que se suponía que era (y él mismo lo suponía), el industrialismo triunfante no podía causarle tanto malestar y desagrado como a Southey, quien, al igual que sus amigos y colegas Wordsworth y Coleridge, había sentido vagas simpatías hacia la Revolución francesa para repudiarla seguidamente. Wordsworth se opuso con decisión y malos resultados a que un ferrocarril pasara cerca de su finca; como escribe Paul de Reul, «le estaban estropeando la Inglaterra que había conocido, la jerarquía que respetaba desde la infancia». Por cierto, Wordsworth sucedió a Southey como poeta laureado. A la muerte de Wordsworth, en 1850, a punto estuvo de recibir el laurel una mujer, Elizabeth Barret Browning, admirable poetisa; felizmente, el honor recayó en lord Tennyson, el autor de la carga de la brigada ligera; pero los tiempos estaban cambiando, y ni todas las brigadas ligeras posibles podrían detenerlos.

Southey es un adelantado del romanticismo inglés, cuyas cumbres más altas son cinco poetas (Wordsworth, Coleridge, Byron, Shelley y Keats) y un novelista (Walter Scott). Con Wordsworth y Coleridge se va a la región de los Lagos, a impregnarse de paisaje y de romanticismo; cuando se traslada a Keswick en 1803 ya había renunciado a toda veleidad progresista. Al cabo de algunos años, los románticos ingleses se dividen en dos grupos: los más viejos, Wordsworth y Coleridge, de tendencia conservadora después de su desvío revolucionario juvenil, y los revolucionarios e iconoclastas lord Byron y Shelley; y un poco por encima de todos, un gran lírico, John Keats. Robert Southey (1774-1843) queda descolgado del primer grupo y poco tenía que ver con el segundo, aunque en vida gozó de reconocimiento y estima. «Su laboriosidad fue persistente; sus poemas, extensos, y su fortuna, poca -escribe William Entwistle-. Algunas baladas breves, como Alter Blenheim, son sus obras de recuerdo más perdurable, aparte de su admirable prosa». Además de su poesía, entre la que se cuentan poemas narrativos y cómicos, es autor de cuarenta volúmenes de prosa, que comprenden biografías, obras políticas, escritos religiosos y una historio del Brasil. Su biografía de Nelson es obra clásica incuestionable de la lengua inglesa.

No deja de ser curioso que Southey hay tomado como seudónimo para rotular sus Letters from England dos apellidos asturianos: uno de ellos, Álvarez, bastante generalizado, y el otro, Espriella, muy reducido geográficamente: «La única piedra de armas que con las de esta familia hemos visto está en una casa de Cardoso», escribe Sarandeses. Espriella fue apellido ilustre, que contó con un inquisidor en Palermo entre quienes lo ostentaron: y es sabido lo que atrae la Inquisición (como especie exótica) a los ingleses. A Southey le atraían el pasado español (Rodrigo, el último godo) y unos escenarios épicos que magnifica en Covadonga, donde -escribe- nunca los anales de la fama conocieron hazaña de tanto renombre.

La Nueva España · 7 de junio de 1998