Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Personas y hechos de Asturias

Ignacio Gracia Noriega

Las abejas y los poetas

La extracción de la miel y de la cera se realiza durante el dorado otoño: «Por San Miguel, esmélgase la miel». Y es el otoño estación también muy propicia para los poetas; o lo era, porque con estos «poetas de la experiencia», garcimartinos y demás, que conciben la poesía como medio de promoción personal y de lograr subvenciones, ya ni se sabe: el poeta que contempla sólo su ombligo no tiene tiempo para apreciar el paso de las estaciones.

Las abejas atrajeron a los poetas. Recordemos: Virgilio les dedica uno de los libros de «Las Geórgicas», y Shakespeare era aficionado a comparar los actos de las abejas con los de los hombres (como fray Luis de Granada y tantos otros), tanto por recuerdo de su infancia rural como por su convencimiento de la necesidad de un orden: «Cuando la (tienda) del general no es / semejante a la colmena que debe servir / de punto de reunión a todos los forrajeros, / ¿qué miel puede esperarse?» («Troilo y Criseida», Ac. I. E. III).

En Asturias existe una tradición apicultora, importante que se está recuperando gracias al hermoso libro de Xuaco López, a la magnífica labor de José Fernández y los apicultores de Apilena, que incluye la reedición de clásicos (Sampil Labiades y Carlos Flórez, de momento), a la biografía de Sampil Labiades por Alberto Martero, y a cierto gusto por la vuelta a las cosas del campo por parte de gentes sensatas, que se cansaron de comer plásticos, la miel y las abejas ya fueron elogiadas por el entusiasta P. Carvallo, quien señala en sus «Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias» que hay en esta tierra «innumerables flores, de las cuales fabrican las abejas mucha y muy linda miel». Y a su paso por Oviedo, Joseph Townsend comenta, observando las peculiaridades del culto papista: «Las numerosas procesiones hacen que el consumo de cera sea muy considerable en toda España, sobre todo en comarcas que no cuentan con agua de ríos o de norias.

Yo he llegado a persuadirme de que si en muchos sitios se aplicasen convenientemente las mismas sumas que se gastan en cera, se proveería una importante cantidad de agua que nunca faltaría, y que daría un buen interés al capital empleado». Así reflexionaba el pragmático clérigo inglés. De todos modos, los clérigos, que también sabían qué les convenía, solían plantar vides y cultivar las colmenas, dado que el vino y la cera son elementos indispensables del culto católico.

¿Y los poetas? Pocas especies remiten tanto al mundo rural como las abejas. Por eso, la apicultura tiene una presencia muy importante en la poesía bable. Hoy los escritores bables, dispuestos a demostrar que utilizan una lengua preparada para la vida moderna, escriben en inglés y hablan de aeropuertos, de informática o pretenden remedar la «novela negra», más bien porque entienden que es «roxa». Por eso, sus obras, pretenciosas y artificiales, jamás tendrán la frescura ni la verdad que tiene la de los poetas que cantan las cosas del campo, en una lengua rústica. No olvidemos que el tan citado (y a lo que se ve, nada consultado) «Diccionario bable» de Carlos González Posada se refiere en casi su totalidad a la labranza. En este sentido, ya el primer poeta bable, Antón de Marirreguera, escribe: «Cuando examen les abeyes / y posen de flor en flor, / si les escurren s'espanten, / vanse y non facen llabor, / dexando el caxello vieyo / pa buscar otro meyor». Y no falta en esta apicultura poética el horaciano Juan María Acebal: «Per escayos y sebes rompiellaos / campanines, villotos, mariselva, / entre pifies de mores negres, roxes, / qu'a miel coides pe la fresca»; ni Pepín de Pría: «¿Habrá un animalín como l'abeya / que busca pe les flores y entre fueya / la miel pa'l so caxellu / y tan cucia la escuende pa que seya / la ceba y el regalu / que no puede buscar en tiempu malu?»; ni Fabricio González, «Fabricio»: «Pica una abeya al travesau Cupidu / porque ifurtia la miel del so caxellu».

Las abejas y la poesía bable bable, al ser ambas del mismo ámbito, marchan armoniosamente, según se demuestra. Cuando los que lo cultivan no pretenden sacarlo del tiesto, el bable es dulce como la miel.

La Nueva España · 9 de enero de 1998